En un "gridlock", filas continuas de automóviles se bloquean entre sí, deteniendo completamente el tráfico en todas las direcciones. Hay casos famosos en Nueva York y Los Angeles, donde miles de vehículos han quedado inmovilizados por días. El sistema colapsa como resultado de intereses múltiples y descoordinados en pos de un recurso común: las calles.

Algo similar al gridlock amenaza al borde costero chileno. A lo largo de nuestro extenso litoral, múltiples actividades compiten entre sí por el uso del espacio marino y costero. Con los años, se han ido sumando requisitos, pero rara vez una nueva norma analiza el impacto sobre las ya existentes, considera el efecto sobre la asignación de recursos o evalúa el costo de tramitaciones más largas e inciertas. Obtener una concesión o destinación puede involucrar a múltiples organismos, tales como Subsecretaría de Pesca, Conadi, Subsecretaría de Fuerzas Armadas, Directemar y comisiones regionales del borde costero. A menudo se precisa también de aprobación ambiental y/o de consulta indígena.

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Se suma a todo ello la Ley Lafkenche, que permite a pueblos originarios acceder en forma preferencial a miles de hectáreas, y la reciente propuesta de reglamento de caladeros, que privilegia a la pesca por sobre otras actividades, sin importar la eficiencia en la asignación de recursos. Nos encaminamos a un gridlock: la paralización del sistema como resultado de intereses múltiples y descoordinados por un recurso común: el borde costero.

La solución es compleja y requiere voluntad política, capacidades analíticas y gestión pública. La tarea es ahora. De otro modo, la posibilidad de gridlock es no menor.

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*La autora es master en Economía Ambiental Duke University.