Columna de Joaquín Vial: “COP28 y descarbonización: hora de enfocarse en prioridades realistas”
“¿Qué priorizar en Chile? En primer lugar, proteger nuestros bosques, que capturan aproximadamente la mitad del carbono que proviene del uso de energía. En seguida, acelerar la producción eficiente de cobre, litio e hidrógeno verde, donde tenemos ventajas para facilitar la transición energética global. Por último, mantener el impulso para reemplazar combustibles fósiles”.
Uno de los temas más debatidos en la última COP28, que trabó hasta el último minuto el acuerdo para la declaración final, fue la referencia a la necesidad de reducir el uso de combustibles fósiles para avanzar en la mitigación del cambio climático.
Desde lejos, esta discusión parece absurda: es evidente que, para eliminar las emisiones de gases con efecto invernadero, inevitablemente hay que disminuir drásticamente el uso de combustibles fósiles.
¿Por qué tanto conflicto? Creo que lo que hay detrás es la forma como se llega a ese objetivo final.
Lo que algunos grupos proponen es impulsar restricciones a la producción y a las inversiones en la extracción de combustibles y, por esa vía, provocar una transición energética rápida. Esto, por supuesto, es resistido por las empresas productoras de petróleo, así como por los países que dependen de los ingresos del crudo. En este debate es fácil caricaturizar a los primeros como los “buenos”, interesados en salvar a la humanidad, y los “malos”, que están dispuestos a destruir el planeta para ganar dinero. En ese ambiente es muy difícil lograr un acuerdo.
Lo que viene ahora es una discusión mucho más fecunda sobre cómo reducir drásticamente el uso de combustibles fósiles, con el menor costo para la sociedad, reconociendo que los diversos países enfrentan realidades muy distintas.
Un punto a considerar es que una interrupción abrupta de la oferta de combustibles fósiles provocaría una disrupción global de la producción, empleo y consumo a nivel global, agravando dramáticamente la situación de las poblaciones más vulnerables. El impacto social y político sería enorme, impulsando la proliferación de populismos negacionistas del cambio climático, que dejarían chicos a Trump y Bolsonaro.
Para que la transición energética sea exitosa y perdurable, ella debe ser relativamente ordenada. Interrumpir abruptamente la oferta de combustibles fósiles provocaría el caos y el fracaso.
Una transición ordenada, pero efectiva, debe ir por una senda estrecha y complicada, que debería comenzar por reducir la demanda por combustibles fósiles, penalizando su uso y, paralelamente, fomentado el desarrollo de alternativas limpias para la provisión de energía.
Se puede decir que esa es la dirección general que se ha seguido hasta ahora, y que no ha logrado los resultados requeridos. Siendo esto cierto, mi conclusión es que la dirección ha sido la correcta, pero la velocidad ha sido decepcionante. Aunque en los últimos años, ha comenzado a acelerar. Por ejemplo, durante décadas los precios de las emisiones de carbono en el mercado europeo fluctuaron entre 15 y 20 euros por tonelada. Sólo en los últimos años, cuando los límites a las emisiones empezaron “a morder”, ellos han subido a niveles de entre 80 y 100 euros por tonelada. Los subsidios masivos a la innovación energética en Estados Unidos están revolucionando las tecnologías en este campo, a pesar de llevar menos de dos años de aplicación.
Otro componente de una estrategia exitosa es que los países deben enfocarse en reducir las emisiones en aquellas actividades donde es más eficiente hacerlo. Por ejemplo, si se mira desde una perspectiva global, es mejor para el mundo que países como Brasil, Colombia, Ecuador e Indonesia se concentren en reducir las emisiones provenientes de la deforestación y cambio de uso del suelo, protegiendo de paso la rica biodiversidad de sus selvas, en vez de restringir su producción de combustibles fósiles, la que a la larga igual se deberá ajustar si la demanda por ellos disminuye.
¿Qué priorizar en Chile? En primer lugar, proteger nuestros bosques, que capturan aproximadamente la mitad del carbono que proviene del uso de energía. En seguida, acelerar la producción eficiente de cobre, litio e hidrógeno verde, donde tenemos ventajas para facilitar la transición energética global. Por último, mantener el impulso para reemplazar combustibles fósiles, pero a un ritmo que permita la incorporación segura y estable de las energías limpias.