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COP 30: Con pena y sin gloria, pero con algunos mensajes relevantes para Chile

Acaba de terminar en Brasil la COP 30, dejando un sabor amargo entre muchos participantes ante el nuevo fracaso para alcanzar acuerdos para limitar la producción de combustibles fósiles. Además, cunde el convencimiento de que será imposible alcanzar la carbono neutralidad a mediados de siglo, por lo que las temperaturas promedio globales superarán los límites impuestos en los Acuerdos de París.

Sin embargo, hubo algunos avances importantes. Entre ellos, destacaría el foco que se ha puesto en la preservación de bosques y espacios naturales, como una forma de secuestrar carbono y proteger biodiversidad. El impulso que ha dado el país anfitrión a la iniciativa para crear un gran fondo para financiar dicha actividad puede ser un primer paso para algo crucial para muchos países en desarrollo. En vastas regiones pobres de América del Sur y Central, África y Asia, las emisiones de carbono provienen principalmente de la destrucción de bosques para “limpiar” terrenos y dedicarlos a ganadería y cultivos. Limitar dicha destrucción es por lejos la contribución más eficiente de esos países a la prevención del cambio climático. Ello, a su vez, les permite ganar tiempo para postergar una transición energética costosa para su desarrollo económico.

Un efecto indirecto de la COP 30 fue la publicación de una nota por Bill Gates que ha generado mucho debate por su afirmación de que el cambio climático no va a causar la destrucción de la Humanidad ni de la civilización. Personalmente no soy tan optimista, porque la magnitud de la tarea requiere enormes recursos, muy escasos hoy en tiempos de guerras y múltiples presiones sociales, así como por los veloces cambios demográficos. Los avances tecnológicos que él destaca son notables y permiten pensar que en el largo plazo podría limitarse el daño causado por el cambio climático, pero mi duda surge más bien por las dificultades de las sociedades modernas para gestionar las tensiones globales y locales de dichos daños.

La coordinación y cooperación en todos los niveles serán esenciales para enfrentar con éxito la crisis climática, pero el mundo y los países se están moviendo exactamente en la dirección contraria, con más divisiones, antagonismos y neo nacionalismos. Todo muy apalancado en ficciones difundidas masivamente por redes sociales. Puede que el paso del tiempo deje atrás los actuales liderazgos septuagenarios que añoran glorias del pasado en vez de enfrentar los desafíos del futuro, pero el tiempo perdido ya habrá pasado y los daños permanecerán.

En todo caso, creo que el verdadero aporte del documento de Bill Gates es la necesidad de poner el bienestar de las personas en el centro del debate sobre políticas ambientales. Él lo grafica muy claramente al decir que no se puede financiar la transición energética recortando los gastos en salud y educación, especialmente en países pobres que dependen de la ayuda internacional para ello. Esto es lo que ya está pasando en un mundo de restricciones presupuestarias cada vez más limitantes. La inseguridad, el envejecimiento de la población y la necesidad de realizar cuantiosas inversiones para prevenir impactos del propio cambio climático, unidas a las cuantiosas deudas contraídas durante la pandemia presentan una enorme exigencia de asignar bien los pocos recursos disponibles. Esto es una tarea esencial de los economistas: ayudar a que los recursos, que siempre son escasos, se destinen a aquellas actividades que más contribuyen a aumentar el bienestar de la población.

Una prioridad que Bill Gates menciona y, que cobra especial validez en el caso de Chile, es la necesidad de evaluar rigurosamente los impactos de las políticas públicas sobre las personas.

Para aterrizar esto en la realidad chilena, hoy se está discutiendo en el Congreso un proyecto para subsidiar la compra local de nitrógeno verde fabricado en Chile, en circunstancias que el mercado local no es relevante para el desarrollo de esos proyectos. En momentos en que los recursos fiscales escasean, vale la pena detenerse un momento a reflexionar cuánto van a beneficiar estos proyectos a la población, o puesto de manera “tecnocrática”: ¿Cuál es la verdadera rentabilidad social de esos proyectos?

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