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Tres fantasmas que rondan esta elección

Santiago 28 de junio 2025. Se realiza la constitución de mesas en local de votación de Estacion Mapocho previo a las elecciones primarias del oficialismo. Javier Salvo/Aton Chile JAVIER SALVO/ATON CHILE

Estamos a una semana exacta de las elecciones parlamentarias y presidenciales del 16 de noviembre. Más allá de nombres y encuestas, hay tres fantasmas que rondan esta elección y que cualquier próximo gobierno tendrá que enfrentar desde el primer día: la desconfianza, la polarización y la incertidumbre. En este contexto, el problema supera lo electoral y alcanza ribetes económicos al influir en la capacidad de ejecución que sostiene la inversión, el crecimiento y el empleo.

El primero de ellos, la desconfianza, es un fenómeno largamente constatado en la sociedad chilena. La última entrega de la encuesta CEP muestra que, frente al proceso electoral, un 47% declara poca o ninguna confianza (un 38% “poca” y un 9% “nada”), versus al 52% con “mucha” o “bastante” confianza. Además, uno de cada cinco aún no define su preferencia presidencial, con indecisos mayoritariamente de bajo interés político (82%); dentro de ellos predominan los “desinteresados” (un 56% del total de indecisos) y los “desapegados” (26%).

Pero la desconfianza también alcanza al sector económico. El Indicador Mensual de Confianza Empresarial (IMCE) del mes de octubre -realizado por Icare y la Universidad Adolfo Ibáñez- se mantiene en zona pesimista, registrando un nivel de 45,52 puntos, inferior al mes pasado en 1,07 puntos.

En la conversación pública se instaló una distancia persistente con las instituciones. En el mundo empresarial, eso se traduce en cautela. Decisiones que se posponen a la espera de señales. Pero la confianza no es un estado de ánimo, sino el resultado de promesas que se cumplen. Cuando anuncio, plazo, responsable y entrega calzan, la credibilidad vuelve a circular. Y cuando no, suben los costos de coordinación, la burocracia se convierte en laberinto y el país pierde tracción. Recuperar la confianza, entonces, no es sólo un gesto, es dinamismo para nuestra economía.

El segundo fantasma es la polarización, que no solo es un gran problema cívico, sino que funciona como un impuesto invisible al crecimiento y a la productividad. El Tercer Estudio Nacional de Polarizaciones elaborado por 3xi y Criteria, dado a conocer esta semana, muestra que, en temas sensibles como migración y seguridad, las brechas entre grupos sociales se amplían y, más preocupante aún, cae la disposición al diálogo. Aumenta la llamada “polarización subjetiva”, esa distancia imaginaria que convierte al otro en una caricatura. Cuidar las formas, entonces, no es sólo un gesto o una prueba de civilidad, es una inversión en estabilidad democrática. En contextos así, existe más dificultad para llegar a acuerdos mínimos, mayores tiempos para permisos y menor licencia social para proyectos.

El tercer fantasma es la incertidumbre que dejan las promesas cuando no explican cómo se cumplirán (diagnóstico, costos, plazos y responsables). Ese vacío se traslada a la economía. El sector productivo invierte cuando entiende la regla y el calendario. Por eso, la vara debiera ser simple y exigente a la vez, cada promesa relevante conlleva una hoja de ruta, una posición clara del futuro gobierno sobre su financiamiento e idealmente métricas de avance.

Con estos tres factores en mente —desconfianza, polarización e incertidumbre—, el desafío del próximo gobierno no es menor.

Las señales de los primeros 100 días pueden marcar la diferencia. Hace algunas semanas, Pulso publicó una nota donde se nos preguntó a líderes empresariales cuáles debieran ser las primeras medidas de un nuevo gobierno. La que más se repitió fue priorizar la seguridad pública. Muy cerca, la segunda idea más reiterada fue reactivar la inversión y destrabar proyectos mediante permisos más ágiles y reglas claras, o apuntar hacia la estabilidad regulatoria.

A la desconfianza se la enfrenta cumpliendo; a la polarización, convocando ampliamente; y a la incertidumbre de las promesas, con hojas de ruta financiadas y medibles. La confianza no debiera prometerse en tiempo de campaña, sino construirse con hechos. Por eso, después de la segunda vuelta, la tarea es volver confiable la palabra pública. Si la política ofrece previsibilidad y el mundo productivo responde con inversión responsable, el crecimiento y el empleo encuentran su rumbo.

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