Hace algunos días, en su informe Panorama Económico Mundial correspondiente a abril, el FMI rebajó desde 2,1% a 1,7% la proyección de crecimiento para Chile de este año.

El recorte se aplicó también en las perspectivas para el próximo año, las que pasaron de 2,7% a 2,3%. Aunque está en línea con las últimas estimaciones del Banco Central, la rebaja no dejó de sorprender, debido a que en enero el organismo multilateral había mejorado su proyección. Justificó su decisión ahora señalando los débiles datos de inversión y exportaciones de fines de 2016 y la huelga que afectó a la minera Escondida. Al mismo tiempo, el organismo internacional prevé que Chile retornará a tasas de crecimiento de 3% recién en 2021 (3,1%), lo que no deja de ser una mala noticia en caso de que ello efectivamente se cumpla.

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Pero la afirmación del FMI deja en evidencia que más allá de los efectos internacionales que se han dejado sentir sobre nuestra economía, hay causas internas que afectaron la actividad más de lo estimado inicialmente. En este contexto, el golpe sobre la inversión ha sido la señal más fuerte y evidente de que el daño a la economía ha sido más estructural de lo que se pensaba. Y pese a que la Presidenta Bachelet está convencida de que las reformas implementadas en su administración no han tenido un efecto negativo, las cifras evidencian lo contrario.

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Por lo tanto, es el momento de recuperar las confianzas y no olvidar que el crecimiento trae prosperidad a toda la población. Dado ello, corresponde a la actual administración y también a quien llegue a La Moneda en marzo de 2018 dar señales que apunten en ese sentido. Será la única manera para recobrar antes de 2021 una senda de mayor dinamismo económico.