Columna de sismología: Arriba en la cordillera (o los desconocidos volcanes que amenazan a Santiago)

Aunque la capital tiene varios volcanes en las cercanías, parece ser que sus historias no son muy conocidas. En esta columna, parte de sus explosivas historias muestran que más que ellos, el problema es cómo ha crecido la ciudad.


La última vez que algún volcán cercano a Santiago entró en erupción fue en 1987, hace ya 33 años. El culpable fue el Tupungatito -quizás el volcán con el nombre más tierno de Chile- ubicado a unos 75 km del centro de la capital, con una erupción pequeña como las que vemos todos los años en Chile. En esa época el Gran Santiago tenía poco más de 4 millones de habitantes, versus los más de 6 millones de la actualidad. Pero por mucho que haya cambiado la ciudad, no ha ocurrido lo mismo arriba en la cordillera.

Por ello, considerando que los volcanes que están “cerca” de la capital no están en la precordillera (sino que llegando al límite con Argentina y por eso no los podemos ver fácilmente), vale la pena echarle una mirada a sus historias. Y más importante aún, para entender cómo el desarrollo desenfrenado de Santiago lo ha ido haciendo cada vez más vulnerable ante futuras erupciones. Sí, incluso ante volcanes que no están tan cerca de la ciudad. Estos son el Tupungatito (a 75 km. del centro), el San José (a unos 79 km. del centro), y el Maipo (a unos 108 km. del centro).

Vayamos de norte a sur. El Tupungatito es, junto al Tupungato, los primeros volcanes que aparecen en la cordillera chilena desde que desaparecen en la Región de Atacama (sí, las regiones de Coquimbo y Valparaíso no tienen volcanes).

Aunque puede que no les suene mucho su nombre, este volcán fue uno de los más activos de Chile en el siglo XX, con 14 erupciones entre 1901 y 1987. ¡14! Eso es una cantidad enorme, que lo pondría dentro del top 5 de volcanes chilenos con más erupciones durante el siglo pasado. Pero, si es tan activo, ¿cómo es que no resuena como un Villarrica, o un Llaima? ¿o por qué pasa que muchos no tienen idea de su existencia?

Parte de la respuesta parece estar en que ninguna de estas erupciones fue particularmente potente. Además, al estar en el límite entre Chile y Argentina, tampoco es que uno lo pueda ver desde Santiago mismo, por lo que pasa algo inadvertido. Sin embargo, este gatito “ronroneó” hace no mucho. En 2017 hubo un disparo de sismos cerca de él, mostrándonos que la zona misma está muy activa. La situación no pasó a mayores, y quizás el origen de los sismos estuvo más ligado a la activación de alguna falla cercana que al magma queriendo llegar a la superficie en el volcán.

Pero, si el Tupungatito no es tan explosivo, ¿será que no es tan de cuidado? La amenaza más grande de sus erupciones es la generación de aluviones de origen volcánico: los temidos lahares. Sin embargo, no es que vayan a llegar al centro de Santiago, ya que el volcán está bastante lejos. Lo que sí se podría dar es que estos aluviones bajen por afluentes del río Maipo, aunque los más recientes del volcán no han avanzado más de unos 5 km.

Pero, si es que se genera una erupción que derrita una parte importante del glaciar, estos lahares podrían incluso llegar a la parte sur de Santiago. Eso, naturalmente, sería un escenario más complejo, pero a la vez menos probable, ya que requiere que el volcán haga algo que no ha hecho en tiempos históricos. Pero no respiren aún, ya que incluso con lahares no tan grandes se puede tener algo complicado, ya que en las partes altas del río Maipo hay centrales hidroeléctricas, por lo que el suministro eléctrico de Santiago sería puesto a prueba temporalmente, y ya sabemos que eso suele no ir bien.

Esto último ha sido un factor para que el volcán haya subido desde el lugar 54 al 29 en el Ranking de Riesgo Específico del Sernageomin, entre sus versiones 2015 y 2020. No es que el volcán de súbito sea más peligroso, sino que ahora hay más infraestructura crítica expuesta a sus efectos, por lo que, aunque esté lejos y tenga nombre tierno, el Tupungatito sí que puede alterar la vida de los santiaguinos. Todo gracias a la mala planificación territorial de la capital.

Un poco más al sur se encuentra el San José. Este volcán es bastante conocido por los montañistas, y tiene un edificio imponente, con una cubierta glaciar que ha visto mejores días. Pero también es un volcán activo, con varias erupciones entre 1822 y 1960 (los investigadores aún no se ponen de acuerdo si son 7 o 21).

Ninguna de estas fue muy explosiva tampoco, por lo que sonaría a que el San José tampoco es el tipo más complicado. Pero puede generar lahares, aunque en los distintos escenarios que construyeron los especialistas del Sernageomin para generar los mapas de peligro volcánico estos no suelen avanzar muchos kilómetros desde el volcán. Por lo tanto, no está muy arriba en el ranking de riesgo específico, llegando solo al lugar 32: un poco por encima del promedio, pero nada más.

Pero hay un volcán que tiene un pasado (geológico, no histórico) tremendo. En el límite entre Chile y Argentina, casi a la altura de Rancagua y a unos 110 km del centro de Santiago, está el Maipo. En una foto cualquiera se ve como un cono bastante simétrico e imponente, con la preciosa Laguna del Diamante a un costado.

Su historia eruptiva reciente tampoco es muy imponente, donde “brillan” cuatro erupciones en tiempos históricos, en 1826, 1829, 1906, y 1912. Uso comillas porque ninguna de ellas fue particularmente potente. El volcán está en un lugar tan alejado que, incluso, varias veces las personas veían una erupción que venía de la cordillera, y se la asignaban a él, cuando en realidad el culpable era el San José.

Quizás el Maipo está demasiado tranquilo, y por eso ha sido históricamente ninguneado, pero antes de él en la zona había otro volcán, uno que es bastante famoso por su última serie de gritos. Si volvemos a ver la foto del Maipo, podremos notar que él está rodeado por una especie anfiteatro de cerros. Eso es el borde de la Caldera del Diamante, el rastro de una megaerupción que ocurrió en un prehistórico Chile.

En la zona donde está ahora el Maipo antes existía otro volcán, que tuvo una serie de erupciones simplemente monstruosas. No existe todavía claridad de cuándo fue su última serie de rugidos, si hace 450 mil o 150 mil años, pero las evidencias de lo que dejó las podemos encontrar incluso a más de 150 km de donde está el volcán Maipo ahora.

Las erupciones fueron tan explosivas como las del Tambora en el siglo XIX (esa erupción que causó un “año sin verano” en Europa), por lo que mandaron columnas de ceniza que avanzaron miles de kilómetros. Cuesta imaginar un evento así, pero la columna de ceniza tuvo que haber sobrepasado fácilmente los 30 km de altura.

Partes de ella colapsaron, generando enormes flujos piroclásticos. Estas nubes ardientes bajaron a gran velocidad y se encauzaron por los valles de los ríos cercanos, además de cubrir las zonas más cercanas. ¡Fueron tan grandes que avanzaron más de 150 km! De hecho, toda la zona del aeropuerto de Pudahuel en Santiago está encima de los depósitos de esas megaerupciones, como se ve en la figura, adaptada del trabajo de Charles Stern con sus colegas, que en los 80 mostraron cuán lejos llegaron los fujos piroclásticos.

Es algo tan grande que, de ocurrir hoy, pondría en un gran peligro a casi todo el Gran Santiago. Sin embargo, la historia del antiguo volcán Diamante terminó con esos eventos, ya que después de ellas simplemente colapsó. No es para menos, ya que después de liberar tal cantidad de magma a la superficie, el lugar donde estaban bajo el suelo quedó simplemente vacío, y todo lo que estaba por sobre él se vino hacia abajo dejando una enorme caldera con forma de elipse de más de 20 km de largo por 16 km de ancho. Después de eso, la zona simplemente dejó de erupcionar por varias decenas de miles de años, hasta que volvió a la actividad, formando el actual volcán Maipo, y más otros volcanes menores cerca.

Quizás la pregunta más obvia es: ¿puede pasar de nuevo algo como lo que formó la Caldera del Diamante hace cientos de miles de años? La respuesta no es fácil. Posiblemente sí, pero en una escala geológica, es decir, de aquí a muchos cientos de miles de años más. Pero si hay algún indicio que una enorme cantidad de magma se está volviendo a acumular en la zona, deberíamos verlo. Ya que el magma es roca fundida con gases y cristales, al ir ascendiendo hasta un reservorio debe ir abriéndose camino entre la roca, lo que genera sismos. Por lo tanto, mucho mucho antes de siquiera pensar en una erupción, deberíamos tener enjambres sísmicos. Además, la zona debería deformarse, ya que el piso comenzaría a levantarse porque hay un cuerpo de magma que viene desde abajo. Es decir, tendríamos avisos si algo comienza a pasar. Avisos que deberían durar mucho tiempo.

En definitiva, y pese a la aterradora historia de la formación de la Caldera del Diamante, hoy lo más probable que se considera en esa zona es la generación de erupciones pequeñas, como las que ha tenido el Maipo en tiempos históricos. Y, aunque es cierto que la naturaleza nos sorprende, el escenario apocalíptico que se nos viene a la cabeza es casi imposible en los próximos años. Vean nada más lo que le está costando ascender al magma que alimenta al complejo volcánico de la Laguna del Maule, que viene inflándose hace casi una década, mostrando enjambres inclusive, y no está ni cerca de tener una gran erupción.

Así que, hoy, las amenazas volcánicas más grandes para la capital vienen del Tupungatito y el San José. Pero no tanto porque vayamos a sepultar a Santiago en una erupción, sino porque, si hay grandes lahares, podríamos tener problemas con el suministro de agua y de electricidad, y quizás más de alguna construcción podría ser afectada por estos aluviones de origen volcánico. Eso, por supuesto, no es culpa de los volcanes: es culpa de cómo creció la ciudad. Y aunque el riesgo que enfrenta la capital del país hoy no es el más alto de Chile ni mucho menos, sí es uno que hay que considerar. No vaya a ser que después digamos “no lo veamos venir”.

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