Desmitificar la vocación para profesionalizar la educación parvularia

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El pasado 22 de diciembre La Tercera publicó un estudio de Elige Educar y la Fundación Educacional Oportunidad señalando la sostenida baja de interés por estudiar educación de párvulos proyectando un déficit de 6.700 de estos profesionales en Chile para el 2025. Entre las razones de esta falta de interés se mencionan las bajas remuneraciones en el mercado, el que la fuerza laboral esté compuesta en su mayoría por mujeres y que se asocia esta carrera a un rol más de cuidado de niños que de enseñanza. Dada la relevancia de la educación inicial para el desarrollo de niños y niñas, esta noticia es alarmante.

Ad portas de un nuevo proceso de admisión universitaria cabe preguntarse ¿Cómo se puede promover el interés por esta carrera? ¿Qué tipo de intereses y/o habilidades debemos detectar al momento de seleccionar candidatos y luego desarrollar durante su formación inicial y ejercicio laboral?

Las respuestas a estas preguntas no son tan simples como parecen. Si bien hay bastante consenso en la necesidad de ‘profesionalizar’ la educación parvularia, resulta difícil definir qué es ‘profesionalismo’ en este rubro. En distintos países las políticas educativas apuntan a aumentar los requisitos de entrada a la carrera, establecer estándares pedagógicos, e incrementar la rendición de cuentas, con el fin de asegurar la mejor capacitación y ejercicio profesional. Así también se ha enfatizado la necesidad de mejorar las remuneraciones y condiciones de trabajo de las educadoras, ya que muchas veces son precarias, por decir lo menos.

Sin embargo, muchas veces estas medidas adolecen de una mirada más profunda y compleja de la cultura educativa de la educación inicial y le resta importancia a la tarea de cuidado de niños y niñas, pues le quitaría atractivo y desafío profesional a esta carrera. Profesionalizar estaría entonces asociada al conocimiento técnico y a cómo este se enseña a niños y niñas. No obstante, no podemos promover el interés por esta carrera si quitamos de la ecuación la dimensión emocional y de cuidado que es crucial en esta profesión.

Foto: Mario Téllez / La Tercera

La investigación ha sido enfática en destacar que la calidad de la educación inicial implica tanto la dimensión educativa como la de cuidado. Ambas son igualmente relevantes y no pueden desarrollarse por separado. En este sentido, un aspecto relevante a destacar es la llamada “vocación” de educadores como un elemento que permite unir ambas dimensiones en el ejercicio profesional. Los educadores con vocación son aquellos que aman su trabajo, se preocupan profundamente por sus estudiantes, son conscientes de los desafíos que presentan los distintos contextos en donde enseñan, reconocen la importancia de las emociones en el proceso de aprendizaje y creen que ellos pueden hacer una diferencia en la vida de sus estudiantes. La vocación da sentido a la labor profesional.

Sin embargo, no debemos asumir la vocación como algo innato, un don o “llamado” que debe seguir el educador contra viento y marea. Se trata de una característica que se debe desarrollar y fortalecer a lo largo de la formación profesional, en conjunto con los conocimientos pedagógicos, para ser usadas de manera reflexiva y apropiada a las características y necesidades de niños y niñas. Tener vocación no es sinónimo de tener mejor manejo de conocimientos o técnicas pedagógicas, pero el fortalecimiento de ésta facilita al educador desarrollar y aplicar las habilidades que le permitirán ser un buen profesional. Es decir que, si bien se alude la vocación como una variable al ingreso de la carrera, esta se construye durante la trayectoria formativa y profesional de los/las educadores/as de párvulos.

La vocación es reconocida -pero también demandada- en las situaciones más complejas y contextos más vulnerables que enfrentan los educadores. Esto la puede convertir en una trampa para su profesionalización, ya que se espera que demuestren ese compromiso emocional en ambientes laborales muchas veces precarios, con bajas remuneraciones y estatus social. Sin embargo, es insostenible mantener ese compromiso en estas condiciones lo que lleva inevitablemente al desgaste profesional o a la deserción.

Incentivar el interés por esta profesión implica necesariamente entender y revalorizar la cultura y dinámicas propias del trabajo con niños pequeños, resaltando la importancia del rol del cuidado. Comprender que esta tarea es una labor altamente compleja, que requiere tanto de conocimientos especializados como de una vocación profesional que se construye, implica brindar espacios para su desarrollo en la formación de pregrado y fortalecerla en ejercicio profesional en espacios laborales adecuados, desafiantes y bien remunerados. Debemos desmitificar la vocación como ese don innato y revalorizar esta característica como una herramienta que permita profesionalizar la educación parvularia y mejorar el bienestar de la infancia.

* Académicas Facultad de Educación, Universidad Alberto Hurtado

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