Estudio revela que pediatras no están utilizando una herramienta fundamental para tratar a los niños y niñas

Foto: Reuters.

Investigación a más de 2 mil profesionales que trabajan en desarrollo infantil en la región evidenció una brecha de conocimiento sobre el uso de las llamadas ciencias del comportamiento, lo que puede tener un impacto en la implementación de programas públicos.


El avance en el desarrollo infantil en América Latina en las últimas décadas muestra hitos relevantes. Es el caso de la mortalidad infantil que ha disminuido considerablemente en todos los países de la región en los últimos 50 años en un promedio de 75%. Y si se considera a Brasil, Chile y Perú, decreció en un 90% o más, según el Banco Interamericano de Desarrollo.

Son buenas noticias. Sin embargo, el mismo organismo advierte que una alarmante tasa de niños se encuentra rezagada si se les compara con los de países desarrollados. Algo que se da especialmente en el desarrollo cognitivo y socioemocional.

En 2017, la proporción de niños en riesgo de retraso en el crecimiento o pobreza extrema en los países en desarrollo fue del 62,7%. Cuando se agrega la baja escolaridad materna y el maltrato infantil, esa proporción se eleva al 75%.

Y si bien son varios los actores que intervienen en ese proceso desarrollo, existen algunos con más ventajas en cuanto a la cercanía y confianza que tienen de padres y madres: las y los pediatras. Si estos profesionales les entregan información oportuna y procesable pueden ayudar a reducir esas barreras.

Como cuidadores, los adultos no siempre toman las mejores decisiones para el desarrollo de niños y niñas. Algo que se debe en gran medida a que no están bien informados. Pensar, por ejemplo, que las pataletas de los más pequeños, que son biológicamente naturales, son una expresión de mala conducta, los puede llevar a intentan “cambiar” esa conducta golpeándolos. Falta de conocimiento a la que se suman el estrés, la depresión o la falta de control. El resultado pueden ser consecuencias permanentes en su bienestar a lo largo de toda la vida.

Varios actores intervienen en el desarrollo infantil, pero existen algunos que cuentan con más ventajas en cuanto a la cercanía y confianza que tienen de padres y madres: las y los pediatras. Foto: Reuters.

Ciencias del comportamiento

Una de las herramientas que diversos estudios resaltan como beneficiosas en ese sentido, son las ciencias del comportamiento, es decir, las que explican cómo se comportan las personas en la práctica, y de este modo, ayudan a diseñar mejor las políticas y los servicios públicos. Ellas no solo asisten a los profesionales de la salud en mejorar la adhesión a tratamientos y conductas recomendadas en sus pacientes, también son de bajo costo.

Conocidas comobehavioral insights” o “nudges”, complementan el conjunto de herramientas tradicionales. Investigaciones muestran que pueden mejorar la prescripción de medicamentos, reducir los sesgos en los diagnósticos, mejorar las prácticas clínicas y promover decisiones basadas en evidencia.

Sin embargo, el uso y conocimiento en los profesionales de la salud vinculados al desarrollo infantil es aún escaso en la región.

Así lo establece el reciente estudio Behavioural insights (BI) for childhood development and effective public policies in Latin America: a survey and a randomised controlled trial, que analizó el conocimiento de las políticas públicas de 2 mil especialistas, las ciencias del comportamiento, las herramientas que impactan en la práctica clínica, y finalmente, la percepción sobre la influencia de ellas en un programa simulado.

Las “behavioral insights” o “nudges”, complementan el conjunto de herramientas tradicionales. Foto: Reuters.

Pasar de una conciencia general de que el comportamiento es fundamental para la salud, a un conocimiento práctico de qué hacer al respecto, es un proceso en el que ayudan todos los avances en investigación de los últimos 40 años de disciplinas como la psicología, la economía, la antropología, entre otras. Eso plantea la ciencia del comportamiento.

Agustín Ibáñez, doctor en Psicología, director del Brainlat de la Universidad Adolfo Ibáñez y director del Centro de Neurociencias Cognitivas (CNC) de la Universidad de San Andrés, Argentina, uno de los autores del trabajo, resalta que buscaban saber el nivel de conocimiento de los profesionales que trabajan en el campo del desarrollo infantil en Latinoamérica sobre “behavioral insights” o “nudges”, o aportes de las ciencias del comportamiento.

Aportes que Ibáñez destaca como claves porque facilitan el acceso a derechos, programas del desarrollo, facilitan la comunicación, y mejoran la intervención de distintos mecanismos terapéuticos para favorecer la calidad de vida, la educación, el desarrollo infantil y la nutrición.Son muy importantes y cada vez más por la tecnología en que uno puede escalar estas intervenciones y se vuelven tremendamente útiles”, indica.

Para indagar en eso, contactaron a más de 2 mil profesionales de la salud que trabajan en desarrollo infantil. Les preguntaron en un primer estudio cuánto sabían de estas técnicas, y en un segundo análisis realizaron una intervención para ver si las consideraban eficientes.

Evaluaron múltiples aspectos del conocimiento que esos profesionales tenían sobre las ciencias del comportamiento y encontraron, dice Ibáñez, que tienen un nivel “muy, pero muy bajo, un porcentaje muy bajo de profesionales los conocían y la gran mayoría no sabía si eran útiles”.

El 70% de los participantes reportaron no conocer el significado del término “behavioral insights”. Profesionales de mayor edad, con más conocimiento de políticas públicas, mayor formación académica y que vivían principalmente en el norte de Latinoamérica, mostraron mayor conocimiento en el ámbito (cerca del 50% en el índice máximo).

Después de ese estudio realizaron un ensayo controlado y aleatorio donde a los mismos profesionales les presentaron distintas formas de un programa para promover el desarrollo infantil usando principios del generales de “behavioral insights”. Por ejemplo, dice Ibáñez, se puede facilitar la comunicación mediante simplificaciones de la información usando usando información visual, “y encontramos que estas influencias comunicacionales hacían que las personas tuviesen una mayor compresión, mayor interés en los programas de desarrollo infantil”. En este caso, el 80% de los participantes reportaron no saber si aplicar las ciencias del comportamiento al desarrollo infantil sería útil.

Preocupante carencia

Destinar recursos a la primera infancia quizá sea una de las mejores inversiones que un gobierno puede hacer. Esa inversión pública puede ser un instrumento poderoso para promover la igualdad. Lo mismo ocurre con la formación de profesionales de la salud en esa área.

En esa perspectiva, indica Ibáñez “estos estudios son trementos, porque Latinoamérica tiene una tasa muy grave de niños que tienen un nivel de desarrollo menor al que se espera si se compara con los niños de países desarrollados porque no se siguen los recursos afectivos, cognitivos, de estimulación, la alimentación, la nutrición, la estimulación cognitiva necesaria para garantizar su desarrollo cognitivo y socioemocional”.

Las intervenciones de los expertos de salud y desarrollo infantil son cruciales para comunicar buenas prácticas y recursos para compensar, sobre todo, resalta el experto, la realidad de aquellos más vulnerables. Estudios, por ejemplo, muestran que los niños pobres conocen menos palabras que los que cuentan con más recursos. Algo que influye en que no estén preparados cuando comienzan la etapa escolar.

Las ciencias del comportamiento son muy útiles en esa tarea. Ibáñez resalta que al nutrirse de distintas disciplinas como la economía del comportamiento, la psicología social, las neurociencias cognitivas afectivas, etc., brindan herramientas de intervención y diseño para modificar la conducta y para mejorar la comunicación.

Estas técnicas se han utilizado muchísimo en el campo de la salud. Han demostrado ser útiles dice Ibáñez, para mejorar la prescripción de medicamentos, reducir los sesgos en los diagnósticos, mejorar las prácticas clínicas, promover decisiones basadas en evidencia, y hasta para producir cambios en conductas que no son muy saludables, como dejar de fumar.

Una experiencia que muestra su utilidad y cómo las representaciones visuales claras captan la atención sobre la transmisión de las enfermedades, se aplicó en Nigeria en una campaña de prevención contra el Ébola. En ella, un hombre con las manos limpias daba la mano a otro con un polvo azul en sus manos, que representaba el virus del Ébola. Después de saludarse, el color azul aparecía en la palma del primer hombre, ello implicaba contacto físico con el virus. Sin lavarse las manos, luego el hombre tomaba un pan e inmediatamente el color aparecía sobre el pan. Esa simple demostración aumentó el conocimiento de transmisión del virus. También mejoró las técnicas de higiene para prevenir la enfermedad.

En otro ejemplo, investigaciones subrayan que la mayor parte de la conducta alimentaria no es consciente ni deliberada. Más bien predominan e influencian señales del “entorno alimentario” tan sencillas como el tamaño del plato en que se come. Cuanto más grande es, más se come de forma inconsciente. Una forma de facilitar porciones más pequeñas desde las ciencias del comportamiento, podría ser utilizar platos más pequeños.

Lo anterior parece sencillo. Pero requiere saber que si se busca mejorar los resultados de salud hay que reconocer que gran parte de las decisiones generalmente no son deliberadas y cuidadosas, sino que suelen ser automáticas e influidas por el entorno.

Y eso no siempre ocurre en los profesionales en desarrollo infantil. Porque tal como Ibáñez explica “sus opiniones de expertos señalan una falta de conocimiento de estas técnicas”. Y no sólo eso, tambien una falta de opinión acerca de sí son útiles o no, “porque básicamente no las conocen, y esto es importante porque en la medida que se puedan desarrollar estas técnicas se va a promover un mejor desarrollo infantil”.

Nuestra naturaleza social puede ser aprovechada para influir en nuestros comportamientos de salud. El enfoque que proponen las ciencias del comportamiento puede aprovecharse además para reevaluar, repensar y rediseñar sistemas de salud completos en primera infancia. Algo muy relevante en Chile, donde el 28,2% de los menores de cinco años tiene retraso en su desarrollo, según reveló la última Encuesta Nacional de Salud.

“Estos resultados son muy relevantes para el desarrollo de programas gubernamentales y también de organizaciones no gubernamentales en la región con un marco dirigido a mejorar el diagnóstico, la investigación y la intervención del desarrollo infantil desde la perspectiva de estas nuevas disciplinas”, concluye el investigador.

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