Niños en campamentos: la cara más frágil de la pobreza

Foto: Andrés Pérez

El último catastro liderado por Techo reveló que, junto al preocupante aumento de estos asentamientos en el país, son casi 60 mil los menores que los habitan. Son niños que, además de las dificultades propias del contexto habitacional y la pandemia, ahora deben lidiar con las clases virtuales, de las que frecuentemente se ausentan.


Denís Rojas (38) ya no tenía cómo vivir en Santiago. Pese a llevar dos años de relativa prosperidad, trabajando en cocina o repostería, la pandemia botó de golpe su estabilidad. Tanto así, que un día ya no tuvo ni para suplir las necesidades más básicas -vivienda y comida- ni de ella ni de su pequeña hija de cinco años. Debió decidirse por la más urgente, el techo. Y lo resolvió tomándose un terreno en el Campamento Bosque Hermoso, de Lampa.

Con el coronavirus perdí mi empleo y aunque intenté buscar algún otro trabajo, no encontré nada. Al final, ya ni tenía para pagar el arriendo, así que con mis ahorros decidí construir una casa en esta toma”, cuenta. El instinto de madre mucho tuvo que ver en ello. Ver un futuro incierto en los ojos de la pequeña Kasy (5) la llenó de angustia, relata.

Como ella, los menores de 14 años que hoy viven en esta situación son 57.384 en todo el país, siendo Valparaíso (14.476) y la Región Metropolitana (13.662) donde más se registran, según el Catastro de Campamentos 2021, realizado por Techo y la Fundación Vivienda.

Esto no es una bomba de tiempo, es algo que ya estalló. Hay que pensar en soluciones rápidas y, sobre todo, poder mejorar el acceso a la vivienda en Chile. Este problema es realmente grave y todo indica que empeorará dentro del año”, dice Sebastián Bowen, director ejecutivo de Techo.

Por ahora, Denís no piensa moverse de la toma de Lampa. Pese a que no tiene acceso a agua potable, y, al no tener una dirección fija, su hija se quedó sin colegio, pero al menos se reconforta con que aquí puede darle un techo y comida. También se las ingenia para mostrarle algunos videos de YouTube, en los que enseñan las letras y los colores.

En el Campamento Nueva Comaico, de la vecina Colina, viven José Huichiqueo (27) y Yesi Guerrero (25). Ellos son padres de José, un menor de cinco años que sí puede ir al colegio: va a kínder en la Escuela de Lenguaje Camino Alto de la comuna. Las preocupaciones con el menor, sin embargo, son otras. El miedo a las bajas temperaturas que se avecinan es latente. Y real.

Es muy difícil. Sobre todo en el invierno, con el frío, las lluvias y el barro”, dice su madre. Cuenta que es frecuente que el dinero escasee, llegando incluso a faltarles para cubrir sus necesidades básicas. Las de ellos y las del pequeño José. “Nos complicamos, porque muchos maridos de los que viven acá quedan sin pega o trabajan particular, y ahora con la pandemia no pueden salir a trabajar”, agrega Yesi.

Y es que según las cifras del mismo catastro, a nivel nacional, solo un tercio de los niños en campamentos tiene acceso al alumbrado público, el 37% cuenta con un espacio para la basura, el 30% con canchas o espacios recreativos y apenas el 19% con áreas verdes. Y conseguir agua no es fácil.

“Nos conectamos a una matriz, eso es ilegal, pero es la única solución que tenemos, y una matriz para todo el campamento no alcanza. Yo pago en la población de al frente, tiramos unas cañerías para acá, porque si no, tampoco tenemos agua. Les pago para que la desvíen”, dice una de las pobladoras.

Yesi y su hijo José.

A 70 kilómetros al sur vive hace seis años Eduvina, en el Campamento Talagante sin Fronteras, de la misma comuna. Ella es abuela de Santino, Maximiliano y Martina, tres de los casi 50 niños que viven en la comunidad y que, tal como sus pares, batallan con las dificultades propias de su vida en campamento. Pero ahora le suman la virtualidad de sus colegios.

No hay buena señal y son muy pocos niños los que tienen la tecnología para poder hacer sus clases online”, señala Eduvina, también presidenta de la comunidad, quien cuenta que junto a su hijo se esfuerzan para costear un plan de internet de $ 20.000 para que los menores -no solo los suyos- puedan acceder a clases.

Pero no siempre logran juntar el dinero a tiempo: “Nos lo han cortado dos veces ya”, dice Eduvina.

Así, entre los que no tienen computador, no logran señal de internet para los celulares o el apoyo para estar presentes a la hora que indica cada establecimiento, no son pocos los que deben ausentarse de las clases.

Y las dificultades, eso sí, no solo están al interior de la comunidad. “He presenciado la discriminación de algunos conductores de furgones escolares. Cuando mis nietos iban normalmente al colegio no entraban hasta acá, porque decían que había barro o que les daba miedo”, agrega la abuela de los menores.

Eso último es fiel reflejo, según los expertos, de la desigualdad que enfrenta un niño en esa condición: “La pandemia evidenció y agudizó la constante falta de oportunidades de acceso a educación de calidad que tienen los niños, niñas y adolescentes que viven en los campamentos, y que están principalmente asociadas al contexto de exclusión social”, señala Constanza Parraguez, directora de Gestión Comunitaria de Techo y Fundación Vivienda.

“Por una parte está el tema de la conectividad, que hoy resulta clave para los procesos formativos y cuya falencia en los territorios en los que trabajamos tiene que ver con la escasa o nula señal de internet, los costos asociados a esto y la existencia y calidad de aparatos tecnológicos”, agrega.

Justamente, ejemplos así también se encuentran de vuelta en Colina, donde Yesi detalla que su hijo José entra a clases en su celular, pero cuando la conectividad falla, luego tiene que enviar sus tareas pendientes por WhatsApp. “Acá todo depende de la señal de cada celular. A veces se va y no hay nada que hacer”, dice. “Todo ha sido complejo para los niños”, coincide Eduvina.

No es, eso sí, la única dificultad. Porque si los padres están sin trabajo, incluso la comida empieza a escasear. Y en esas condiciones, la conectividad es un lujo prescindible.

Creo que vamos a tener que empezar a hacer ollas comunes de nuevo. Hay algunos casos extremos de falta de alimento”, relata Eduvina, quien encima cuenta un peso extra hacia los menores de su comunidad: “A veces los niños de afuera se burlan”.

Yesi, en tanto, cuenta que como familia se les ha hecho difícil este período, porque ella no trabaja y su pareja no siempre tiene ingresos. “El año pasado recibimos una caja de alimentos y nos alcanzó para un mes, porque solo somos tres, pero hay familias con seis hijos”, detalla.

Según el mismo catastro comandado por Techo, los campamentos formados tras el estallido social y la pandemia son más y más grandes. Antes, en promedio, vivían 77 familias en cada uno, mientras que ahora crecieron a casi el doble, con 139.

Es que realmente no hay trabajo y pagar un arriendo es prácticamente imposible. Entonces, hay que escoger entre darle de comer a mi hija o tener un hogar”, explica Denís.

Es parte de la realidad de los niños viviendo en campamentos. La cara más frágil de la pobreza.

Techo-Chile

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