Desnutrición infantil: Los focos de malnutrición que han reaparecido con la pandemia

Según datos del Mapa Nutricional 2020, la desnutrición infantil en Chile aumentó a un 2,6% en 2020. Un alza de 0,8 puntos porcentuales que los expertos miran con atención y que atribuyen a la crisis económica generada por la pandemia. “Es un tema multifactorial. Es muy probable que con cesantía alta y con bolsones de pobreza en algunos sectores, se hayan generado las condiciones“, analiza Paolo Castro, director de la carrera de Nutrición de la Universidad Central.




La palabra “Hambre” se leía monumental sobre el edificio de Telefónica hace exactamente un año atrás. Se trataba de una intervención lumínica, a cargo del estudio de diseño Delight Lab, que buscaba visibilizar una realidad incipiente en nuestro país. Por esa fecha, en la comuna de El Bosque, los vecinos salían a protestar pidiendo ayuda porque no tenían qué comer. “Estamos con una situación de hambre y de falta de trabajo muy compleja”, decía el alcalde de la comuna, Sadi Melo. Al Gobierno, entonces, no le quedó más que salir al paso. Así, distribuyeron cajas de alimentos para apoyar a las familias, mientras que en los territorios, comenzaban a proliferar con fuerza las ollas comunes. Sin embargo, los esfuerzos no fueron suficientes.

Según los datos del Mapa Nutricional 2020, realizado por Elige Vivir Sano y Junaeb, la desnutrición infantil en Chile aumentó a un 2,6% en 2020. Un alza de 0,8 puntos porcentuales respecto al año anterior que los expertos han mirado con cautela y preocupación. Y es que, en concreto, más de 19 mil estudiantes –de 736 mil entrevistados– mostraron signos de malnutrición por déficit, algo que no se veía al menos desde 2009 en nuestro país, cuando se registró un peak de 3,4%.

Pero, ¿cómo se explica este aumento en tiempos de crisis sanitaria? “Es un tema multifactorial, al igual que la obesidad. Es muy probable que estando en casa, con cesantía alta, con bolsones de pobreza en algunos sectores, se hayan generado las condiciones. Además, hay que considerar la falta de regularidad de los niños en asistir a los establecimientos educacionales, donde también hay alertas tempranas sobre el tema. Hay que hacernos cargo para resguardar que como país no vayamos a tener una doble carga de malnutrición, o sea altas cifras en obesidad y desnutrición a la vez”, plantea Paolo Castro, director de la carrera de Nutrición de la Universidad Central y ex presidente del Colegio de Nutricionistas.

A nivel general, durante los últimos años, nuestro país ha presentado índices alentadores en cuanto a desnutrición infantil. En comparación con otras zonas de América Latina, Chile ha logrado mantener a raya este problema que, en la región, afecta a más de 7 millones de niños y niñas, de acuerdo a información publicada por la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina (Cepal). “Aún cuando se ha avanzando en la reducción del bajo peso al nacer (desnutrición), todavía hay países donde esto se observa en más del 10% de los niños y niñas, y 5% de estos nacen con retardo de crecimiento intrauterino (…) El país que actualmente presenta una mayor prevalencia de desnutrición crónica es Guatemala, con más de 46,5% de sus niños con este problema; es decir, cerca de 900.000 niños y niñas”.

Por eso, el incremento evidenciado por la Junaeb encendió las alertas, al poner sobre la mesa un tema que, como país, parecíamos tener resuelto desde fines de los años 90. Sin embargo, los efectos indirectos de la crisis sanitaria del COVID-19 han sido altos, repercutiendo en los hábitos alimenticios y estilos de vida de los niños y niñas en el mundo.

Así lo explica el artículo Un lado oculto de la pandemia de COVID-19 en los niños: la doble carga de la desnutrición y la sobrenutrición, publicado en el International Journal for Equity in Health. De acuerdo al documento, la pobreza y crisis económica han impactado en las pautas nutricionales de las personas, generando ‘posibles consecuencias intergeneracionales’, difíciles de revertir. Así, los autores indican que “si bien se espera que la desnutrición empeore en los países pobres, las tasas de obesidad podrían aumentar en los países de ingresos medios y altos, especialmente entre los grupos precarios, lo que aumentará la brecha en las desigualdades sociales y de salud”.

La obesidad –que es la otra cara de la malnutrición– también se ha visto incrementada en medio de esta contingencia. De hecho, el Mapa Nutricional 2020 también da cuenta de ese fenómeno y revela un aumento ‘sin precedentes’ de la obesidad severa que llegó al 64% en el segmento de los escolares de quinto básico. “Cuando hay una crisis económica, aunque las personas puedan tener acceso a alimentos, cuidan más el presupuesto y ahí aparece el concepto de inseguridad alimentaria que es la incertidumbre respecto a la capacidad de obtener alimentos. Y eso se puede traducir en obesidad o desnutrición porque puede que la población reduzca la calidad de su alimentación (obesidad) o derechamente no tenga acceso a ella (desnutrición)”, analiza Carla Leiva, académica de Nutrición y Dietética de la Universidad Católica.

Actualmente, según el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo de la Organización de las Naciones Unidas, nuestro país presenta un 15,6% de inseguridad alimentaria (moderada o severa), que impacta a 2,9 millones de personas que, en la práctica, no tienen acceso regular a alimentos para una dieta nutritiva. Una expresión de este fenómeno es el resurgimiento de las ollas comunes que, mediante acción colaborativa vecinal, han permitido a cientos de familias alimentarse y sobrevivir en el día a día. “Es reflejo de la dificultad de las personas para conseguir alimentos. Aquí puedes tener un doble componente. Primero, mayor asociación hacia la obesidad porque si hay bajo presupuesto, se compran alimentos más baratos, que son los que tienen más azúcares o grasas saturadas. Pero si la comida de la olla no alcanza para todos, te vas para el otro lado (desnutrición) porque vas a bajar la ración y caes en menor suministro de alimentos”, analiza Francisco Pérez, director del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Chile (INTA).

Pero, además, hay otro factor que puede estar afectando la prevalencia de desnutrición infantil y es el cierre de los colegios provocado por el confinamiento. Un hecho que también ha tenido impacto en pautas nutricionales de niños y niñas que, antes de la crisis sanitaria, tenían la posibilidad de alimentarse diariamente, gracias al Programa de Alimentación Escolar (PAE) de la Junaeb, que entregaba desayunos, almuerzos y colaciones a estudiantes según su situación socioeconómica. Sin embargo, con la crisis sanitaria, el modus operandi cambió y actualmente se entrega una caja cada 15 días con suministros que, en la práctica, se reparten entre todos los integrantes del grupo familiar. “Antes los niños que iban presencialmente contaban con la alimentación de buena calidad. Eso, por una cuestión logística, se traspasó a una caja de comida que no representa lo que les daban en el colegio porque se puede diluir en grupo familiar. Entonces lo que estaba diseñado para uno o dos estudiantes en el colegio, cuando va a la casa -si los papás están cesantes-, pasa a formar parte de la alimentación colectiva”, explica Francisco Pérez. “Los apoderados han reconocido que las cajas han sido un gran aporte, no solo para la alimentación de uno de los niños, sino que para la familia completa. Por supuesto que es insuficiente porque están pensadas solo para los estudiantes y no un grupo de personas. Eso se puede mejorar”, dice Carla Leiva.

Los expertos señalan que, para dimensionar el impacto de la desnutrición, hay que estar pendientes a las próximas entregas del Mapa Nutricional, aunque desde ya adelantan que la cifra podría variar significativamente, sobre todo cuando la medición se realice en los colegios por personal especializado (y no vía auto reporte). Sin embargo, recalcan que es un problema que requiere atención, sobre todo por las consecuencias que puede generar en los menores de edad. “Un niño malnutrido se expone a un desarrollo inadecuado y, por lo tanto, no puede desplegar todas sus capacidades psicomotoras, neurológicas y se puede transformar en una carga social y económica para el país porque puede padecer otras enfermedades en la edad adulta. Y si nos vamos a la realidad actual, claramente están más expuestos al COVID-19 porque el sistema inmunitario está mas debilitado”, señala Carla Leiva. Algo similar expone Paolo Castro: “Es importante controlar la malnutrición por déficit, porque implica que niños y niñas no pueden desarrollar su capacidad intelectual en un 100%, sobre todo si la desnutrición es sostenida en el tiempo”.

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