Mansplaining: explicar lo que las mujeres hacen y cómo eso daña la carrera de científicas

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Una palabra que ya forma parte del lenguaje habitual: la práctica de ser condescendiente o ignorar la experiencia y el conocimiento de las mujeres. Vivencia compartida por científicas, que advierten, no es una sensación, sino una actitud que contribuye al silenciamiento y la marginación de las voces femeninas.


Fue la escritora estadounidense Rebecca Solnit quien hizo la primera referencia al termino mansplaining en su ensayo (2008) y posterior libro Los hombres me explican cosas. En ese relato, cuenta la historia de cómo en una fiesta, mientras conversaba con una amiga sobre su último libro River of Shadows, el anfitrión las interrumpió y comentó su opinión sobre un “libro muy importante” que conocía sobre el mismo tema y que recién se había publicado, un libro que ambas debían leer: River of Shadows. Era el libro de Solnit.

Lo que sucedió a Solnit fue mansplaining. Un término que según los editores del Oxford English Dictionary, es “explicar algo a alguien, típicamente de hombre a mujer, de una manera considerada condescendiente”. La periodista estadounidense Lily Rothman, en su libro Historia Cultural de Mansplaining, señala que es cuando se “explica sin tener en cuenta el hecho de que el explicado sabe más que el explicador, a menudo hecho por un hombre a una mujer”.

Una palabra que hoy forma parte del lenguaje habitual, presente en hashtags como #mansplaining y en variaciones como #manspreading y #manterruption. Una práctica que no solo incluye el sobre explicar lo que una mujer dice, sino también no escuchar lo que dice, es este caso cuando el interlocutor es un hombre.

La misma Solnit plantea en sus ensayos que no es una conducta anecdótica, sino más bien perjudicial: “No me sorprendería si parte de la trayectoria de la política estadounidense desde 2001 fue moldeada, por ejemplo, por la incapacidad de escuchar a Coleen Rowley, la mujer del FBI que emitió esas primeras advertencias sobre al-Qaeda’”. Una arrogancia, agrega, que podría haber tenido algo que ver con la guerra, pero que además, representa una guerra que casi todas las mujeres enfrentan todos los días, "una guerra en sí misma, una creencia en su superfluidad, una invitación al silencio”.

Portada del libro de Rebecca Solnit, "Los hombres me explican cosas".

La batalla en la cual los ‘hombres que explican cosas" ha pisoteado a muchas mujeres, indica Solnit. “La mayoría de las mujeres pelean guerras en dos frentes, una para cualquier tema putativo y otra simplemente por el derecho a hablar, a tener ideas, a ser reconocida por estar en posesión de hechos y verdades, a tener valor, a ser un ser humano”, sostiene la escritora.

Interrumpidas

Y si bien no deberían existir diferencias en la comunicación según el género, sí las hay. Un estudio del año 2014, de la Universidad George Washington en EE.UU, observó cómo eran las interacciones de hombres al hablar con otros hombres y con mujeres en conversaciones de tres minutos. Esas charlas fueron analizas según auto-referencias, explicaciones, justificadores e interrupciones, entre otros aspectos. Los resultados indican que en cuanto al lenguaje no se apreciaron diferencias, pero sí cuando los hombres hablaban con una mujer. En esos casos ellos interrumpían más y usaban más cláusulas explicativas que cuando hablaban con un hombre.

Si aquello se analiza en el ámbito profesional, y en áreas con baja participación femenina como las carreras en ciencias, tecnología, ingeniería, matemáticas y medicina (STEMM), que en Chile cuenta solo con el 36,8% de mujeres, puede ser una gran barrera.

Erika Labbe, coordinadora de Difusión del Núcleo de Astronomía de la Facultad de Ingeniería y Ciencias de la Universidad Diego Portales, señala que en el mansplaining algunos hombres asumen que las mujeres no pueden entender un tema solo porque ser mujer, lo cual “es sólo una manifestación de algo más profundo, y que en realidad nos afecta a todos: la forma en que asignamos roles a los géneros y tratamos de justificarlos con argumentos fuera de toda lógica”.

Mansplaining es un comportamiento problemático porque promueve la desigualdad de género. Cuando un hombre explica algo a una mujer de manera condescendiente, indican los estudios, refuerza los estereotipos de género sobre el supuesto menor conocimiento y capacidad intelectual de las mujeres, promoviendo así la desigualdad de género al contribuir al silenciamiento y la marginación de las voces femeninas.

Nélida Pohl, doctora en ecología, directora de comunicaciones del Instituto de Ecología y Biodiversidad y presidenta de Asociación Chilena de Periodistas y Profesionales para la Comunicación de la Ciencia, indica que en la Academia, no por contar con personas preparadas y con estudios, el mansplaining no se da. Se repite al igual que en otros ámbitos. Por lo mismo, reconoce ha vivido y ha sido testigo de esas situaciones, “en las cuales en académicos en relación al tema de comunicación y ciencia, le hacen mansplaining a mujeres que se dedican a eso, explicándole que lo que ellas hacen ‘es otra cosa y no comunicación de ciencia’ y que lo que ellos hacen con sus trabajos sí”.

También ocurre, indica Pohl, cuando investigadoras al mando de sociedades científicas organizan encuentros en que buscan que los principales invitados sean mujeres, para justamente destacar su trabajo que muchas veces es desconocido, “y esas colegas sufren mansplaining cuando hombres académicos les dicen que con eso ‘no se elige a los mejores’”.

Ana Luisa Muñoz, académica de la Facultad de Educación UC, indica que es una de las formas más concretas de cómo opera el sexismo en los espacios cotidianos, y por supuesto, “los espacios laborales y los académicos no están exentos de este tipo de prácticas donde las mujeres investigadoras o académicas somos corregidas o sobre-explicadas por un hombre, esto sucede usualmente en clases, presentaciones de conferencias o conversaciones triviales de pasillos”.

Una experiencia frecuente en el ámbito académico. Cuando era estudiante de magister, relata Muñoz, uno de los docentes comentó un texto donde ella era una de las autoras. Como investigadora joven, dice, le daba mucho orgullo que en la clase se discutiera un texto en que había participado en escribirlo. Pero además, había sido parte del equipo de investigación del estudio del texto a leer. “Al momento de intervenir en la conversación de la clase entregué una opinión que yo consideraba era una reflexión crucial en el capítulo que el profesor mencionaba. El profesor me corrigió, y dijo que ‘no era una reflexión crucial del texto, sino tangencial en ese estudio’. Como estudiante en una posición de jerarquía no fui capaz de rebatir, porque además no podía creer que mi opinión como autora tuviera cero relevancia. En una de las intervenciones, un estudiante (hombre) mencionó que yo era una de las investigadoras del estudio, una gran sorpresa para el profesor que por supuesto me di cuenta no sabía mi nombre”.

Investigadoras indican que los espacios laborales y los académicos no están exentos de esas prácticas, donde las mujeres investigadoras o académicas somos corregidas o sobre-explicadas por un hombre.

Esa experiencia le enseño varias cosas sobre el mansplaining, dice Muñoz. Primero, el cómo opera, “con tal nivel de seguridad de parte de quienes lo ejercen, tanto que me cuestione lo que yo había escrito en el texto, y segundo, la importancia de aquellos actores que si tienen el privilegio de poder interrumpir”.

Cristina Dorador, bióloga de la Universidad de Chile y académica de la Universidad de Antofagasta, señala que el mansplaining minimiza e invisibiliza la opinión, conocimiento y trabajo de las mujeres que trabajan en investigación. “Es una forma de demostrar superioridad intelectual basado en las diferencias de género (y probablemente otras diferencias interseccionales)”, indica.

Y así como es visto como “normal” la interrupción de hombres, si ellas interrumpen no tiene la misma interpretación. Así lo comprobó la investigadora de la Universidad de Stanford, Katherine Hilton, que usó una serie clips de audio con secuencias de comandos cuidadosamente controlados para encuestar a 5.000 hablantes de inglés americano para comprender cómo afecta las percepciones de interrupción en las personas. Los participantes debían escuchar esos clips y luego responder preguntas sobre si los oradores parecían ser amigables, escucharse unos a otros o trataban de interrumpir.

El estudio de Stanford, del año 2018, muestra que en los oyentes masculinos eran más propensos a ver a las mujeres que interrumpían a otro orador como más groseras, menos amigables y menos inteligentes que los hombres que interrumpían. Eso pese a que los los oradores masculinos y femeninos realizaban guiones idénticos en los clips de audio.

Andrea Vera, académica del Instituto de Matemática de la Universidad de Valparaíso, parte del proyecto anillo Matemáticas y Género y del colectivo de Mujeres Matemáticas en Chile, señala que éste comportamiento es un síntoma de un escenario bien complejo, que se da además porque son pocas las mujeres en áreas STEM, “que es un área de conocimiento más bien patriarcal, entonces el mansplaining es un síntoma de todo esto".

El respeto de escuchar

Una práctica que es más que una anécdota, dicen las investigadoras. Cuando ocurre en entornos jerárquicos diferentes, dice Dorador, es además, abuso de poder y acoso laboral: “Cuando no se tiene conciencia de esta práctica es común aceptarla y que el resto de las personas lo vean como algo normal, pero no lo es. Hay que dejar que las mujeres se expresen, dejarlas terminar las frases, escucharlas respetuosamente y debatir de la misma manera. No creo que sea tan difícil de entender”.

Por las distintas brechas de género que existen, a las mujeres se les hace más difícil llegar a ocupar posiciones de investigadora o altas en la Academia. Si eso se logra, detalla Dorador, más encima, hay que demostrar en el día a día que son capaces, "enfrentando estas prácticas machistas lamentablemente muy frecuentes en la Academia”.

Experiencia que son frecuentes y transversales, y algunas veces más sutiles que otras. Dorador, comenta una de esas vivencias, cuando en una reunión de trabajo, donde había solo un hombre, comenzaron a discutir un tema específico, y luego de un rato de conversación él se para y se retira diciendo que “él no tiene tiempo para peleas de mujeres”. Recuerda otra oportunidad, que en un comité comentó sobre la poca cantidad de mujeres que había, "y un colega se ofuscó diciendo que eso era ‘discriminación contra los hombres’, entre otros epítetos, lo cual me hizo sentir muy mal, porque muchas veces las mujeres no estamos preparadas para este tipo de respuestas tan agresivas. Tenía ganas de llorar de pura rabia y me quedé en silencio. El mansplaining vino cuando otros hombres intentaron explicar lo yo había querido decir. Nunca recibí una disculpa.

Dentro del mismo fenómeno se dan ideas como que las mujeres deben “masculinizarse" para ser tomadas en serio, vestirse de cierta forma, hablar fuerte y dejar de lado la opción de tener una familia. Cosas que eran muy comunes de ver cuando Labbe estaba estudiando la licenciatura en física. “Yo personalmente siempre he detestado las limitaciones que te impone el género: recuerdo cuando niña envidiaba todos los juguetes que tenía mi hermano y no entendía por qué yo no podía tener un mecano o autitos. Tampoco consideraba que un hombre no pudiese llorar, o que el día de la boda de una mujer fuese necesariamente el más feliz de su vida. Pero nunca me molestó el color rosado, o cosas que otras personas consideraran ‘de niña’ despectivamente, pues desde entonces sentía que las niñas en realidad éramos fuertes y admirables”, indica.

Que no existiera el concepto, no implica que no existiera ese comportamiento. Se trata de una realidad social, coinciden las científicas. Una realidad común y ofensiva. La mayoría de las mujeres han sido maltratadas bajo el concepto mansplaining en el trabajo plantea Sarah Kaplan investigadora en género de la Universidad de Toronto, Canadá. La académica plantea además, que “en lugar de que las mujeres descubran formas de manejarlo, los hombres deberían dejar de hacerlo y las organizaciones deberían intervenir al respecto".

Un comportamiento, que sí tiene efectos sobre las mujeres científicas, acota Vera. A la larga el mansplaning impacta negativamente en sus carreras. “En situaciones en que un colega hace esto el mensaje subliminal que transmite es ‘este no es tu lugar, es mi lugar y yo te voy a explicar cómo funcionan las cosas’, y eso es una de las tantas razones que generan el ambiente hostil en que nos desarrollamos las mujeres científicas, entonces también tiene impacto académico y a la larga también está relacionado con la falta de conocimiento que existe a las mujeres científicas”.

“En conferencias, lo que siempre pasa es que si una mujer dice una idea digna de atender, nadie la escucha. Pero si esa idea la dice un varón, ahí sí lo escuchan”, agrega Labbe. El resultado de aquello es que en general se considera que las buenas ideas son más bien de los hombres que de las mujeres, “lo que genera esto es falta de reconocimiento, que en ciencias a la larga se traduce en falta de poder, que es un tema transversal para las mujeres”.

En esa misma línea en 2017 nació una nueva palabra: hepeating. La fase fue acuñada en Twitter por la astrónoma Nicole Gugliucci, se refiere a cuando una mujer sugiere una idea y se ignora, pero la dice un hombre y a todos les encanta. “Lo siguiente que sabes es que el tweet se está volviendo viral y tenemos una nueva palabra para describir este comportamiento, un término puede usarse para algo más que el género; puede aplicarse a cualquier minoría”, dice Gugliucci.







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