¿Por qué hay adolescentes que no salen de su casa?

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Todo el mundo toma los límites de su propia visión como los límites del mundo (Arthue Schopenhauer).


En columnas anteriores abordé la difícil combinación entre adolescencia y carrete, pero ha sido un fenómeno creciente que en charlas y talleres muchos padres me preguntan si es normal que sus hijos no vayan a fiestas.

Estamos hablando de una generación de jóvenes que nacieron con múltiples dispositivos tecnológicos, acostumbrados, al igual que muchos padres, a ver televisión en cama, mientras revisan su computador con la mano derecha y el smartphone con la izquierda.

Los padres de esta generación, conscientes de que la tecnología se les ha escapado de las manos en casa, me confiesan que darían cualquier cosa porque sus hijos salieran y tuvieran vida social y nocturna fuera de casa. Con gente real. Sin pantallas ni audífonos de por medio.

Debajo de este complejo fenómeno pasan muchas cosas y muy distintas, pues mientras algunos padres creen o temen que sus hijos se están perdiendo la mejor etapa de su vida y sufren de aislamiento y soledad, otros reconocen que aparentemente sus hijos están felices y que la vida social más allá de las pantallas no es tema… por ahora…

Independiente de las observaciones, juicios o suposiciones que tengamos, lo que más duele en estas familias es la normalización de lo que el siquiatra Claudio Naranjo llamaría un comportamiento "pseudosocial más que social", pues la mayoría de estos jóvenes cumplen con las obligaciones que el medio (colegio, familia) les impone para zafar rápido y volver a sus propios asuntos… dentro de la pantalla…

Muchas veces este carácter, siguiendo a Naranjo, es "social de boca para afuera y, antisocial, de forma oculta", pues tempranamente hacen una excesiva renuncia al mundo que los rodea y empiezan a vivir las demandas de los otros como interferencias y profundas molestias.

¡Déjenme en paz!

Puede sonar feo, pero estos jóvenes, que alguna vez fueron tiernos niños, pueden transformarse en zombies y parásitos familiares que, siempre siguiendo las descripciones del Eneagrama de la Sociedad, se transforman en "especialistas en intercambiar placer por vivir tranquilos al lado del poder".

Es decir, son adolescentes que se quedan en casa porque hay electricidad, wifi y comida. Jóvenes que más que tener un compromiso o un rol en la familia, aceptan que en este lugar pueden satisfacer sus necesidades básicas… para seguir conectados…

Este mal de mundo, que Claudio Naranjo denomina falso amor está tan generalizado en nuestra sociedad, que no lo vemos hasta que los padres empiezan a sentir que sus casas se han transformado en una suerte de hotel donde conviven pasajeros conectados a distintos dispositivos electrónicos.

En estas casas la cocina, alguna vez un lugar de encuentro, puede convertirse una ser un espacio peligroso, pues cuando los pasajeros ingresan a comer y tomar algo, sus demandantes padres pueden aprovechar su desconexión para invitarlos a sentarse y compartir con los demás miembros de la familia…

Y aquí los desencuentros pueden ser de máximo intensidad… pues sin los padres saberlo… están interrumpiendo la batalla final…

Así, padres aterrorizados por series como Black Mirror, devoran artículos de Yuval Noah Harari y publicaciones de Michio Kaku para comprender si efectivamente sus hijos serán los primeros transhumanos.

Estas ideas, conversadas en consulta con José Ignacio, lo angustiaban profundamente, pues ya no sabía que hacer para desconectar a su hijo y sacarlo a la calle. En sus palabras, ya había probado de todo y estaba interesado en saber si yo conocía algún centro equivalente a los alcohólicos anónimos, que recibiera jóvenes adictos a la tecnología.

Sorprendido, le confieso que desconozco exista algo igual, pero que si quiere puedo intentar hablar con su hijo y así, tras una conversación digna de ciencia ficción, José Ignacio agendó una hora para su hijo, tras obtener un sí en línea mediante Whastapp.

Lo bueno es que siempre está conectado.

Al irse José Ignacio fue inevitable recordar como en un pasado no tan lejano, tuve una secretaria que me agendaba las horas y que le daba todas mis coordinadas a mis nuevos clientes. Hoy la gran mayoría de las personas que me conectan lo hacen a través de sus dispositivos y gracias a Waze y Google Maps ya no tengo ni que explicar cómo llegar a mi consulta.

Y si creen que esto se va a detener, escuchen, para terminar, una de las lecciones de Yuval Noah Harari para el siglo XXI…

"Dispositivos como Google Glass y juegos como Pokémon Go están diseñados para borrar la distinción entre en línea y fuera de línea, al fusionarlas en una única realidad aumentada. A un nivel todavía más profundo, los sensores biométricos y las interfaces directas cerebro-ordenador pretenden erosionar la frontera entre las máquinas electrónicas y los cuerpos orgánicos, y meterse literalmente bajo nuestra piel".

Si no entendieron lo que leyeron… observen a sus hijos jugar y sin interrumpir su partida… pregúntenles qué están haciendo… Se sorprenderán…

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