Columna de Fernando Villegas: Escandalizados y horrorizados

Brusco ha sido su despertar del sueño del Joven Maravilla que volando desde la cuna al Congreso ofrecería un no-sé-qué de flamante a la izquierda y al país.



Pasar súbitamente de la auto complacencia a la autoflagelación desalienta a cualquiera. Asaltan dudas agónicas acerca de quién se es verdaderamente, si acaso no se ha vivido hasta ese momento, el de la Caída, en medio de una impostura. Es lo que sufre el Frente Amplio luego del rechazo de la acusación constitucional que amparó con tanto brío. Brusco ha sido su despertar del sueño del Joven Maravilla que volando desde la cuna al Congreso ofrecería un no-sé-qué de flamante a la izquierda y al país. Quizás les sirva de consuelo considerar que esta experiencia no la viven en soledad; coexiste con el desencanto de esos ciudadanos mayores no muy avispados que se lo pasan avivando viejos rescoldos de esperanza por si algún día brota el fuego del entusiasmo. Ya alargaban las manos para calentárselas en la alegre fogata playera del FA. Quizás siempre supieron la verdad, pero es tan desagradable de recordar como la fecha de visita al dentista. Es esta: no es simplemente con el frescor y arrogancia de la juventud que la nación verá una fuerza política nueva, relevante y significativa.

Ahora hasta los más candorosos ven claramente que los debutantes del FA solo poseen lo que toda nueva generación posee, su única aunque repetitiva posesión, el rechazo visceral de las injusticias, horrores, tragedias y fealdades de la vida en la versión específica de la sociedad en la que viven.

Nacido de la condición humana, ese disgusto palpita también en el corazón hasta del ciudadano más viejo, pero es de joven cuando se experimenta con gran intensidad porque en esa etapa se habita en el limbo, sin la anestesia de la rutina laboral, las exigencias de la familia y la compensación -muy poca- y resignación propias de la vida adulta. Es de lamentar que ese eterno retorno del rechazo muy poco consigue de útil. El repudio por las asimetrías del mundo no basta; no bastó el rechazo de los chicos de la época triunfal del "Chino" Ríos, cuando las vías políticas estaban cerradas y expresaban su malestar con un "no estoy ni ahí", pero tampoco basta la santa indignación de los de hoy, quienes tienen las vías despejadas pero carecen de mapa caminero y solo pueden decir, aunque no lo dicen porque desean seguir soñando, "no me gusta donde estoy, pero no sé de un ahí adonde ir".

No lo dicen, nunca lo han dicho, no lo dirán.

Legión

La dolencia es universal. La experimentan no solo los vistosos personajes recientemente aterrizados en el Congreso con una antena parabólica en la cabeza o el aire de la bella mujer mala de la película; les pasa a todos quienes deambulan en ese territorio nebuloso y desprovisto de señales. Son legión: cantantes pop en onda rev, animadores de matinales, columnistas, decanos, rectores, colegiales, activistas, justicieros de la tele, entrevistadores jóvenes del mismo medio, políticos novatos y aspiracionales y políticos al borde del patatús y del montepío, oportunistas de todas las oportunidades, combatientes de todas las causas y vitoreadoras de todos los combatientes. Todos comparten desde la A a la Z el diccionario de clichés en boga y los términos e idiotismos de curso forzoso y las posturas de rigor, todos vienen a salvar al mundo y/o apoyar a los salvadores y todos reprochan, juzgan y persiguen implacablemente a los herejes y los apóstatas, pero en especial todos comparten el estar por igual en un penoso estado de profunda inopia intelectual.

Son los "progresistas"…

La tribu tiene un nombre, "progresistas". ¿En qué consiste serlo? En uno de sus cuentos Vladimir Nabokov describía como "un papel fácil" la figura del "clochard" (vagabundo, en jerga francesa), caricatura ambulante y oficial del desamparo. El clochard resulta ideal como "desposeído invitado" para el cancionero romanticón ("mi querido viejo", etc.), producciones musicales de Broadway y pintores impresionistas con siglo y medio de retraso. A veces, en el último rollo, la chica buena y dulce descubre que en realidad el clochard era príncipe y millonario. El rol de progresista es también fácil, pero carece de definición y de happy end. Abarca demasiado. Literariamente va desde un bueno para nada como el Oblomov de Goncharov hasta un criminal y loser como el Raskolnikov de Dostoievski.

¿Quiénes son, qué son entonces? Nosotros, los antiguos al borde de la extinción, sabemos algo de eso porque los hemos visto en una encarnación tras otra; sabemos que son "jóvenes idealistas", lo que sea signifique ese calificativo y en qué actos se traduce; sabemos que hay también ancianos deseosos de remojar el reseco bizcocho en que se convirtieron sus indistintas almas tras años de transacciones, banalidad existencial y negocios turbios; sabemos que unos y otros se suben al ómnibus del Progreso sin tener idea acerca del paradero final; finalmente sabemos que no se suben porque hayan estudiado lo que alguien propuso para acelerar la marcha de la humanidad hacia la consumación de los Tiempos, sino por ese poderoso impulso gregario que tan bien conjuga con el miedo a quedarse solo y con la grata aunque vaga sensación de que algo puede ganarse en el trayecto.

De ayer a hoy

La diferencia con los padres y abuelos de la actual generación, quienes adoptaron similares posturas en los años 60 y 50, es la siguiente: aquellos contaban con una doctrina, el socialismo, útil no solo para rechazar el presente sino también para dirigirse al futuro; la actual, la del FA, no tiene nada salvo el rechazo visceral y la vaga aspiración a un mundo mejor, sin otra guía que reliquias doctrinarias exorcizadas por algunos ideólogos viejones y al pedo que pretenden parecerse a los intelectuales franceses de los años 60. Por eso la postura de esta tribu ante las vicisitudes del mundo y de Chile termina materializándose solo en el mero gesto de horror ante lo que les parece injusto, reaccionario, sexista, misógino, homofóbico y abusivo. No van más lejos que el refaccionado obispo de Talca en su prédica del domingo.

Por eso vivimos tiempos donde la "nueva política" consiste en una anémica hilera de eventos suscitando escandalizados gestos y reproches furibundos. Y entonces se crucifica a Trump, se acusa al imperialismo, se denuncia la globalización, se rechazan los dichos de fulano y a las bolsas plásticas, al efecto invernadero, a Piñera, a los fachos y a la Santa Madre Iglesia. En eso termina todo, ahí culmina todo, en el rechazo, en la rabia, el puño, la marcha y la toma. Bienvenidos a la revolución de los perdidos, los confusos y los desesperados.

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