Libros: Las mil caras de Steve Martin
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Podría describírselo como un "hombre renacentista". O como "polimorfo perverso". Da igual. Pero, ya saben: Steve Martin -el hombre del pelo blanco- es demasiadas cosas y son todas cosas buenas. A saber… Comediante de cine y de televisión y de reducto para comediantes. Guionista y director y actor. Ensayista en The New Yorker y novelista best-seller y reputado autor de libros para niños. Autor de teatro (recordar la fantástica "Picasso at the Lapin Agile"). Intérprete de un hit-single (el inolvidable "King Tut") y compositor e intérprete de un álbum galardonado donde interpreta sus propias canciones al banjo ("The Crow", del 2009), capricho que le significó un Grammy al mejor álbum de bluegrass. Sádico y agresivo maestro de ceremonias en los Oscar (jamás olvidaremos ese "Bienvenido a mi planeta, Bill", cuando su colega Murray no ganó la estatuilla a Mejor Actor por "Lost in Translation"). Y, además de todo lo anterior, Martin es un respetadísimo coleccionista de arte moderno, dueño de un catálogo cuyo valor alcanza demasiados ceros. Y del inmundo mundo del arte es que se nutre su nueva y mejor novela hasta la fecha: "An Object of Beauty". Una cruza entre "The Bonfire of the Vanities" de Tom Wolfe, "Bright Lights, Big City" de Jay McInerney y el "Breakfast at Tiffany's" de Truman Capote reconvertido en "Lunch at Sotheby's", con una protagonista audaz y trepadora chica/inmensa que haría temblar a la mismísima Holly Golightly. Y aquí viene la fatal Lacey Yeager ascendiendo escalones a fuerza de astucia y seducción y dejando por el camino ruinas humeantes y corazones rotos y paredes vacías de cuadros. Y -hacia el final, todo lo que sube, baja- precipitándose desde las alturas de su codicia de luxe. Y Martin ya había probado conocer -en "The Pleasure of My Company" y, especialmente, en "Shopgirl"- a la perfección los resortes de la ambición femenina. Pero Lacey es algo realmente bestial, imposible de satisfacer, monstruosa en su belleza y, al mismo tiempo, tan graciosa. No conforme con conseguir una perfecta crónica de galerías y museos de Manhattan (y Moscú y París), Martin añade a los colores de su paleta y extiende en el lienzo (detalle exquisito la sobrecubierta norteamericana imitación canvas y las fieles reproducciones de obras maestras que acompañan y complementan la lectura) una pizca de thriller y formidables acotaciones plásticas que confirman su buen ojo en la materia. Y, por si todo esto fuera poco, un perfecto y emotivo cameo en el que el mismísimo John Updike (otro que escribió mucho y muy bien sobre pintura) postula la siguiente teoría en cuanto a por qué los millonarios incultos saben reconocer las obras maestras. Tomen nota: "Así lo veo yo. Las pinturas son darwinistas. Se desplazan hacia el dinero del mismo modo en que los sapos hacia la visión estereoscópica. Si las obras maestras no fuesen tan deseadas, se pudrirían en sótanos y en garajes. Así que se vuelven necesarias". Lo mismo puede afirmarse de "An Object of Beauty", pienso.
*Escritor argentino
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