La receta del Sol Naciente
<font face="tahoma, arial, helvetica, sans-serif"><span style="font-size: 12px">El nuevo gobierno de Japón se ha embarcado en un raro ejercicio conjunto de megaexpansión fiscal y monetaria, algo así como las recetas de Keynes y Friedman al mismo tiempo. ¿Tendrá buen resultado este experimento?</span></font>
En un caso de curiosa incontinencia verbal, Taro Aso, el ministro de Economía japonés, aconsejó a los ancianos “que se den prisa y se mueran”, ya que son una carga para la difícil situación económica de su país. Detrás de la ridiculez de este argumento se esconde una terrible realidad para la economía japonesa, un horrible track record de crecimiento, acompañado de envejecimiento de la población y un severo estancamiento de la calidad de vida. En efecto, durante los pasados 21 años, el ingreso per cápita, medido en moneda de igual valor, ha crecido en promedio apenas sobre el 0,5% anual. Por cierto, frente a esta dura realidad, los distintos gobiernos de Japón han respondido con una receta ya tradicional, garantizar por ley grandes programas de protección social, incluido el de pensiones. Con bajo crecimiento de la recaudación tributaria y población envejeciendo, las finanzas públicas niponas se encuentran comprometidas en el largo plazo, lo cual permite entender las desafortunadas palabras del ministro de Economía. En cualquier caso, la economía japonesa es también hoy foco de análisis por una razón algo distinta. El nuevo gobierno de Japón se ha embarcado en un raro ejercicio conjunto de megaexpansión fiscal y monetaria, algo así como las recetas de Keynes y Friedman al mismo tiempo, pero con esteroides. El nuevo gobierno de Shinzo Abe no sólo ha anunciado un paquete de estímulo fiscal de emergencia por cien mil millones de dólares (algo así como 2% del valor total de los bienes producidos en el año en ese país), sino que también ha forzado al Banco Central a anunciar una compra ilimitada de activos en el mercado, de manera tal de garantizar una meta de inflación anual del 2%, sustancialmente más alta que la observada durante las pasadas dos décadas. La idea detrás de esto parece ser que el bajo dinamismo de Japón se debe exclusivamente a una escasez de demanda, asociada a deficientes estímulos monetarios y fiscales. Mi impresión es que dicho argumento es simplemente ridículo. La tasa de desempleo hoy en Japón es del 4%, de manera tal que difícilmente existen grandes holguras de capacidad por falta de demanda. Por el contrario, los problemas de Japón son estructurales ya que el uso de sus recursos productivos ha mostrado ser crecientemente ineficiente. Pre-1990, las exportaciones de Japón fueron altamente rentables, ya que tenían pocos competidores que pudieran igualar su destreza en la manufactura, especialmente electrónica. Sin embargo, post-1990, China, Corea, Taiwán, Tailandia y Malasia han demostrado ser competidores importantes para la industria exportadora japonesa, que se ha quedado rezagada. De esta forma, si los problemas de Japón son eminentemente de oferta, surge la interrogante lógica de si el nuevo gobierno japonés piensa que será capaz de resolver los problemas endémicos de dicha economía a través de estos simples impulsos de demanda. La sensación ambiente es que no, y que ni siquiera Abe mantiene ese tipo de convicción. Por el contrario, sus acciones son un intento deliberado, y hasta ahora muy exitoso, de devaluar el yen. Abe representa la vieja tradición del Partido Liberal Democrático (PLD), colectividad que gobernó sin interrupciones entre 1955 y 2009. La vuelta al poder del PLD significa reencantar a una base partidaria acostumbrada a las glorias pasadas, a pesar de que éstas estuvieran fuertemente asociadas a un sistema de turbias relaciones entre el gobierno central y grandes conglomerados industriales. Las glorias pasadas de tales conglomerados siempre estuvieron asociadas a un yen considerablemente más débil que el actual. En este sentido, la aparición de Abe como un revolucionario monetarista y keynesiano parece ser una simple cortina de humo para un programa de mercantilismo tradicional de protección a una industria local muy ineficiente.
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