Cómic: Moebius infinito
La semana pasada murió Jean Giraud, un hombre al que el mundo conoció como Moebius, que cambió la historia del cómic y que fue capaz de borrar sus trazos para dibujarse de nuevo cuantas veces quiso.
Todo se reduce a esto, a un hombre de 35 años que a mitad de la década de los 70 se aburre de sí mismo y decide ser otro y cómo aquello cambia el cómic para siempre. Todo se reduce a que el francés Jean Giraud murió de cáncer la semana pasada, a los 73 años. Alguna vez fue un dibujante de westerns, alguna vez residió en México, alguna vez coqueteó con el cine y leyó ciencia ficción de modo enfermizo, alguna vez se cambió el nombre por Moebius y ese nombre, Moebius, no requiere presentación alguna. Yo lo seguía desde siempre y no puedo recordar un mundo sin él. Lo leí a una edad temprana, a una edad que hace daño y ciertas cosas cambian de modo definitivo. Lo leí cuando los viejos editores del Trauko lo publicaban de modo pirata y porque un tío que se murió nos regaló a mi hermano y a mí una vieja revista Tótem; ahí venía The long tomorrow, ese noir espacial que hizo con Dan O'Bannon en 1975.
Nunca dejé de leer a Moebius, porque siempre me desafiaba, porque sus imágenes estaban siempre suspendidas al borde del asombro; porque nada era demasiado triste para él. En El Incal (que guionizó Jodorowsky, con quien trabajó en la mítica y fallida adaptación de Dune) todo eso sirve para tejer una space opera que parece una picaresca. En El mundo de Edena, o Venecia celeste, en cambio, el espacio profundo es quizás una extensión de una pampa y la arquitectura de las megápolis parece la de unas ruinas. Ahí, los rostros de los héroes componen la frenología de lo imposible.
Porque Moebius hacía cómics con alegría y sin pudor, sacándose de encima lo que sabía hacer desde hacía tiempo, dibujando para romperse en pedazos y reinventarse una y otra vez. Basta releer los tres tomos publicados en español del Inside Moebius para darse cuenta. Ahí, a partir de una anécdota real (el cómo, después de décadas, dejó la marihuana) construye una especie de bitácora donde se enfrenta a sus personajes principales (Arzach, el mayor Grubert, Blueberry) y dialoga con una versión hippie suya. En el relato, el ego del dibujante es descrito como un búnker que queda en medio del desierto que es la página.
Diario de artista, el voluminoso Inside Moebius pone sobre la mesa la obsesión del dibujante por descubrir quién es para sólo llegar a dudarlo. Y aquello es el mayor mérito de toda su obra, esa reinvención continua que ponía en duda hasta el acto mismo de narrar. Quizás por eso no había nadie parecido a él. Como bien anotó en su despedida el dibujante Paul Pope, Moebius "puede parecer una imposibilidad inabordable: no tanto un hombre, en absoluto, sino más bien una fuerza artística imparable e intemporal. Una presencia generosa y brillante: un espíritu vital, viviendo en algún lugar entre las curvas infinitas y líneas y colores que emergen de una mano paciente y firme, siempre nueva y única, siempre firme, sin importar cuántos años hayan transcurrido".
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