Leonel o la ciencia del tiro libre
Patear un balón y convertir un gol es fruto de una compleja comunión entre las habilidades de un jugador y las leyes de la física. Bien lo sabe Leonel Sánchez y su inverosímil tiro libre de junio del 62 contra el pórtico ruso custodiado por el mítico Lev Yashin. Fuerzas como la gravedad y la sustentación, además de la turbulencia, ayudaron a marcar el tanto que puso de pie a 17.268 almas en el estadio de Arica.
¿Qué pensamientos surcaban la mente de Leonel Sánchez a las 14:41 del 10 de junio de 1962? El silencio expectante de 17.268 almas envolvía la atmósfera del Estadio Carlos Dittborn de Arica. Tras la indignación por un penal no cobrado, el público contenía la respiración mientras el talentoso integrante del ballet azul acomodaba con sus manos la fría pelota de cuero, a centímetros del área. Abstraído, escuchando el latido de su corazón, contemplaba algún indeterminado detalle del balón, quizás buscando el punto preciso en el que calculaba impactarlo. A pocos metros de distancia, el mítico Lev Ivanovich Yashin, de mirada desafiante, acomodaba a gritos a los fornidos defensores que conformarían la barrera. Una barrera de tres hombres, pues el tiro directo era improbable. Mucho más para un zurdo.
Seguramente tiraría un centro al área. Intentar el disparo directo era una osadía sólo concebible en la cabeza de Leonel. Había ensayado este tiro infinidad de veces. Le había robado tiempo a todo en su vida sólo para preparar este instante. Sabía que tenía que patear al arco a pesar del pésimo ángulo hacia la red, demasiado escorado hacia la izquierda, cerca del vértice del área. Era la oportunidad que siempre había estado esperando.
Newton y el top spin
Del otro lado del mundo, 290 años antes, sir Isaac Newton escribía una carta a la Royal Society con lo que llamó su nueva teoría sobre la luz y los colores. Observando la trayectoria de los rayos del Sol al atravesar un prisma, en un dormitorio de su casa, Newton se preguntaba el cómo y el porqué del cambio de la trayectoria de la luz al pasar de un medio a otro. En un ejercicio de reflexión científica sin complejos, el físico más grande del siglo XVII señaló sus sospechas sobre el posible mecanismo responsable del fenómeno "(…) cuando recordé que a menudo había visto una pelota de tenis, golpeada por una raqueta oblicua, describir ese tipo de curvas".
En las plácidas tardes que pasaba en la campiña del Trinity College, en Cambridge, había observado cómo "al dar un golpe circular y progresivo a la pelota con la raqueta (…), los movimientos conspiran, presionando la capa contigua de aire más violentamente que la del otro lado del golpe, lo que provoca una reacción del aire proporcionalmente mayor". Newton describía así el top spin, una vistosa trayectoria que realiza la pelota al ser golpeada oblicua y tangencialmente. "Si los rayos de luz están compuestos por cuerpos globulares -continuó su argumentación-, al pasar de un medio a otro deberán adquirir un movimiento circular y sentir la mayor resistencia del ambiente de éter en un lado, siendo continuamente arqueados hacia el otro". Pese a que la historia mostraría que estaba equivocado en cuanto a la luz, sus argumentos sobre el mecanismo que curvaba la trayectoria de una pelota de tenis son asombrosos para su época.
Fuerzas sobre el balón
Leonel Sánchez intuía que no sólo los jugadores son responsables del destino de una pelota de fútbol. Cuando el jugador patea el balón, sólo puede darle una dirección, una velocidad y un spin inicial (un giro sobre su propio eje, como la Tierra al rotar). Luego de esto, los dados están echados. Su futura trayectoria está determinada por otros actores: las leyes de la física.
La atmósfera está detrás de los tiros más sofisticados. Sus efectos son complejos. El más obvio es el frenado de la pelota por la fricción con el aire.
Si jugáramos fútbol en el espacio intergaláctico, por ejemplo, todos los tiros serían rectos. La velocidad de la pelota no cambiaría hasta encontrarse con otro jugador, el travesaño o la red. Es la primera ley de Newton en acción. Si el partido, en cambio, se jugara en la Luna, notaríamos que las trayectorias se ven afectadas por la fuerza de gravedad. Toda pelota, tarde o temprano, cae al suelo. Pero nosotros jugamos sobre un planeta en el que, además de la gravedad, hay otras fuerzas. Éstas las ejerce el aire. De hecho, la atmósfera está detrás de los tiros más sofisticados y espectaculares. Sus efectos no están exentos de complejidad. El más obvio de ellos es el frenado de la pelota por la fricción con el aire, una fuerza siempre contraria a su movimiento. Podemos experimentarla con el simple gesto de sacar la mano por la ventana de un auto en movimiento. A esa capacidad de frenado se encomendaban los defensores soviéticos, en caso de que Sánchez tuviera la audacia de tirar directamente al arco.
Frente a un país paralizado que lo veía por televisión, Sánchez arqueó su cuerpo levemente hacia adelante para iniciar una medida carrera de nueve pasos, de frente al balón, y golpearlo con la parte exterior del empeine izquierdo, tres dedos, con un violento impacto asestado en ese punto imaginario en el que se detenía su mirada segundos antes. La pelota salió con una velocidad de poco más de 100 km/h. Los defensores soviéticos, frente a la evidencia definitiva de que Leonel había elegido patear al arco, no parecían muy seguros de desear que la pelota se estrellara en la barrera que conformaban. El inolvidable jugador de la Universidad de Chile aún siguió su carrera un par de pasos, por inercia, sabiendo en su interior que el golpe había sido perfecto. Es que, además del frenado, la atmósfera puede ser aprovechada por un buen ejecutor de tiros libres de al menos dos maneras más. Leonel supo hacerse de esos favores con brillantez. Si hubiese pateado ese tiro libre en la Luna, este legendario gol no se habría convertido. Afortunadamente estaba en Arica. Toda una atmósfera a disposición del habilidoso 11 de la Roja.
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