Tecno golfo
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Bendita sea la derrota de la ridícula etiqueta “intelligent-techno” (o “intelligent dance music”), impuesta en los 90 por el ala más pretenciosa del mundo electrónico. Cuando hoy encontramos a un músico haciendo uso perspicaz de sus máquinas, suele hacerlo en función de lo fresco y estimulante que su trabajo le resulta al cuerpo y los sentidos, no sólo como pura conexión racional. Matías Aguayo es un creador brillante, qué duda puede caber luego de seguirlo en sus trabajos anteriores, y en el nuevo The visitor se confirma como un músico consciente de su obligación de sorprender. Tal como en el anterior Ay ay ay (2009), el chileno (trasladado a Alemania a los dos años de edad) vuelve a ocupar su voz como un instrumento de registro, corte, recorte y superposición para sonidos lejanos al canto, a disposición de un trabajo complejo y diverso en texturas y ritmos. Acaso la veta más cálida sea aquella que vincula su electrónica a ritmos tradicionales latinos, como el son o la bachata. “El Sucu Tucu” es, por ejemplo, un tema irresistible para el baile, que pese a su agilidad consigue transmitir una amenaza de crescendo que anuncia como que algo oscuro está por llegar (aunque nunca se concrete). El sitio Pitchfork intentó un chiste escribiendo que, con este álbum, Aguayo confirma su personaje de golfo que “siempre lo está pasando mejor que tú”. No es eso, exactamente: es, más bien, que Aguayo sabe cómo hacer sentir que se pasa genial escuchando su música.
“The visitor”, de Matías Aguayo.
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