Robert De Niro: "Siempre bromeo acerca de extender mi carrera por otros treinta años"

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Las casualidades llevan a que 43 años después el actor neoyorquino se acerque nuevamente a Columbus Circle, tan visitado como siempre pero sin esa atmósfera deprimente del filme de Martin Scorsese.


"Es un sitio especial. Aquí, muchas calles y muchas vidas se entrecruzan", exclamaba el candidato a presidente Charles Palantine (Leonard Harris) hacia el final de Taxi driver. Ante sus votantes, el senador daba uno de los últimos discursos de su carrera a la Casa Blanca escogiendo como escenario el Columbus Circle, el punto que une la Octava Avenida, Broadway y las avenidas sur y oeste de Central Park. Estrenando corte de mohicano y armado hasta los dientes bajo su chaqueta verde lo observaba Travis Bickle, el taxista que alguna vez lo había transportado y perturbado con su visión de la sociedad, ahora dispuesto a atentar contra su vida apenas bajara de la tarima.

Más atrás en el relato, en momentos previos del complejo espiral violento de Bickle, el mismo joven de 26 años se citaba en ese atestado sector en un café con Betsy (Cybill Sheperd). Elegía para comer un pastel con manzana junto a un sándwich de queso derretido. "Una buena elección", se congratulaba en su diario, antes que ella advirtiera su perturbación y se alejara. Allí donde el relato de 1976 mostraba una ciudad particularmente decadente, Columbus Circle funcionaba primero como marco de un fugaz rayo de felicidad en la vida de Travis y, luego, cerca del desenlace, como potencial sitio de liberación de su ahogo y enajenación.

Las casualidades llevan a que 43 años después el actor neoyorquino se acerque nuevamente a Columbus Circle, tan visitado como siempre pero sin esa atmósfera deprimente del filme de Martin Scorsese. En las alturas del Mandarin Oriental, sobre el piso 40 del edificio, Robert De Niro tiene comprometido citarse con un grupo de prensa latinoamericana, entre el que se cuenta Culto. El motivo es El irlandés, la película que presentó tres días antes en el Lincoln Center, apenas a un par de cuadras del icónico hotel de la Gran Manzana. Ante invitados como Spike Lee y John Turturro, el último viernes de septiembre, De Niro volvió a cruzar caminos y enfundarse en abrazos con Al Pacino, Harvey Keitel, Joe Pesci y Scorsese, quien lo dirige por novena ocasión. Algunas de las figuras más colosales del Nuevo Hollywood una vez más reunidas, ahora para estrenar mundialmente la primera película que los juntó a todos. Un suceso fílmico sin precedentes que generó que se armara una fila desde las siete de la mañana en las afueras del recinto. No es para menos: lo más parecido que había visto la ciudad con parte de esos nombres tenía ya 24 años de antigüedad, cuando en 1995 Scorsese, De Niro y Pesci llegaron junto a Sharon Stone para el debut de Casino, la última colaboración del realizador italoamericano y sus actores favoritos.

La expectación desatada ante su primera función por cierto que podría responder únicamente al director de Toro salvaje, pero la cinta por sí misma encarna varios hitos probablemente irrepetibles: es un filme de tres horas y media (209 minutos para ser precisos, el más extenso de la carrera del cineasta), la película más cara que ha hecho Netflix -US$ 159 millones- y tiene a De Niro interpretando al mismo personaje a lo largo de varias épocas, desde que era un treintañero hasta el final de su vida, un logro posible de la mano del rejuvenecimiento digital (de-aging). Y fuera de todo eso, quizás el mayor milagro lo protagoniza Joe Pesci, el actor de 76 años que salió de su semirretiro: llevaba desde 2010 sin hacer una película y la única otra cinta que ha filmado durante este siglo es El buen pastor (2006), dirigida por De Niro y donde encarnaba a un personaje inspirado en figuras de la mafia siciliana.

A contramano de los acercamientos anteriores de Scorsese a esos grupos, El irlandés se desplaza con reposo, ferocidad y sin ánimo de glamorizar la vida de los gánsteres. Es una aproximación desencantada, pero que sigue siendo gigantesca al abordar la historia de Frank Sheeran, su trabajo con el clan italiano que dominó la segunda mitad del siglo XX en parte de Estados Unidos y la relación que forjó con Jimmy Hoffa (Pacino), líder sindical desaparecido en 1975 del que se adjudicó su muerte, sin nunca lograr credibilidad total pese a lo que afirmó en el libro de Charles Brandt (I heard you paint houses, 2004) en el que se basa la cinta.

"Joe (Pesci) ama que Marty (Scorsese) quisiera hacerlo distinto", cuenta De Niro frente a la ronda de periodistas sudamericanos. "Yo le dije: 'vamos, hay que hacerlo, es una gran historia, estarás genial en ella y debes hacerlo'", afirma sobre su fiel compañero en Toro salvaje, Buenos muchachos y Casino, aquí capaz de regular la intensidad, moderarse y avasallar en su rol de Russell Bufalino, el jefe de la familia para la que trabaja Sheeran y su nexo directo con Hoffa. Tras casi una década de desarrollo y permanentes cambios de estudios, es uno de los mayores regalos que ofrece la nueva película de Scorsese.

Antes de sentarse a dialogar con la prensa, De Niro, de 76 años, llega con un vaso de agua en sus manos y un periódico doblado. Tras observar el panorama con semblante serio, deja sus cosas y se refugia en la pieza que tiene la amplia habitación del hotel en que está programada la actividad. Tras cinco minutos que se hicieron eternos, incluso al lado de la duración de El irlandés, reaparece para iniciar la conversación sobre su nueva película junto a Scorsese y Pacino, con quien ya había coincidido en Heat (Fuego contra fuego), el macizo título de Michael Mann de 1995 que los presentaba como fuerzas antagónicas, aunque terminaban compartiendo escenas apenas unos minutos.

El actor de Calles peligrosas destaca un segundo encuentro previo en pantalla con Pacino, la otra gran estrella de El irlandés y -al igual que él- del mejor cine estadounidense que se hizo entre los años 70 y 90. Fue en 2008, en el discreto thriller Righteous kill (Las dos caras de la ley), donde eran una pareja de policías al borde del retiro, bajo la dirección de Jon Avnet (Tomates verdes fritos). "No tuvo el mismo recibimiento", dice De Niro. "Recuerdo cuando estábamos en Londres o París o España, en una de las premieres. Personas maravillosas nos daban toda la atención, y al mirar alrededor pensaba: 'Espero que algún día estemos aquí por algo que realmente se sienta muy especial para nosotros'".

De Netflix a Trump

Un día antes de este encuentro con la prensa, De Niro fue hasta el programa de CNN Reliable sources y se lanzó nuevamente contra Donald Trump, a quien periódicamente ha criticado en los medios y en episodios como la gala de los premios Tony de 2018, donde exclamó "que le jodan". Esta vez, consultado por el proceso de destitución que se inició durante la semana en contra el mandatario, lo trató de "gánster". Una vez que en la entrevista el conductor le mencionó a Fox News -habitual defensor de la gestión Trump-, soltó además dos "que se jodan".

Ahora, sentado a unos pasos de la Trump International Hotel and Tower de la ciudad, que también colinda con Columbus Circle, no se referirá al presidente. Cuando responde las consultas de la prensa, De Niro es contundente y no se exalta. Y está de humor para soltar más de una broma en medio de esas muecas y gestos que lo han hecho tan entrañable en la pantalla grande.

Tras varios años de escaso poder de fuego en cine (recientemente la televisión le dio el rol del estafador Bernie Madoff, en la película de HBO The wizard of lies, y además produjo la elogiada miniserie de Netflix Así nos ven), El irlandés es seguramente su mejor actuación en años. Es el sólido eje de la película y desde su estreno en Nueva York entró inmediatamente en el radar de los Oscar, ese premio que alzó en 1975 como Mejor actor de reparto por El padrino II y, seis años después, como Mejor actor por Toro salvaje. La misma estatuilla a la que durante este siglo solo postuló en 2013, por la comedia dramática El lado bueno de las cosas, donde encarnó al padre del personaje de Bradley Cooper. Este año además actúa en Guasón, donde habría tenido una tensa relación con Joaquin Phoenix, otra figura de riguroso método actoral, por lo que difícilmente se podría argumentar que no disfruta de su temporada más dulce en mucho tiempo.

Para llegar a eso, al menos en el caso de El irlandés, pasaron varios años entre la concepción del proyecto y que finalmente se estrene como una película original de Netflix. Clave fueron tanto los avances tecnológicos -cuyos costos espantaron a los grandes estudios- y la aparición de la plataforma de streaming y reciente compañía cinematográfica, abierta a poner todos los millones que hicieran falta. "Hablábamos de maquillaje, algunos conversábamos de quiénes nos interpretarían cuando estuviéramos más jóvenes en la historia, de quién me interpretaría a mí. En un punto había conversaciones acerca de eso, y a medida que pasaba el tiempo y la película se confirmó, apareció la forma en que lo hicimos, con efectos digitales. Se convirtió en lo que se convirtió", relata De Niro.

El actor también se mete de lleno en el debate de la exhibición de cine y la permanente tensión entre Netflix y las grandes cadenas de la industria. Al menos en Estados Unidos, El irlandés se estrenará en algunas salas de ese país el 1 de noviembre. En España la distribuidora Tripictures la pondrá en ciertos cines en específico desde el 15 de ese mes, al igual que en otras fechas con otras películas de la plataforma de streaming, como Historia de un matrimonio y Los dos papas. A todo el mundo la cinta llegará el miércoles 27 de noviembre, para que los suscriptores del sistema la puedan ver en sus televisores, celulares o tablets.

"Creo que sería agradable para los que están lejos y quizás sí están pensando en darle acceso a grandes cines, por lo menos (la estrene) uno en cada ciudad o en ciudades más grandes", señala el actor. "Esta es una película que fue hecha para el cine tradicional, en especial para nuestra generación. La gente ahora está viendo películas en iPhones. No imagino ver esta en un teléfono, pero al mismo tiempo no sé si los más jóvenes puedan ver mejor que cómo vemos nosotros", dice provocando risas. "Son felices, no lo sé, no estoy seguro, pero creo que cuando tienes una experiencia colectiva en un cine, todos sabemos que es diferente, especialmente, esta película (...). Sientes cómo la gente está atenta y está realmente viéndola, puedes sentirlo. Eso personalmente me gusta, logras entender lo que es".

¿Cuánto combustible le puede quedar al actor de La misión y El francotirador? De Niro tal vez da algo de luces respondiendo sobre el avance del llamado de-aging, que le quitó años en la pantalla. "Como actor, siempre he bromeado acerca de extender mi carrera por otros veinte o treinta años (risas). Creo que se irá haciendo cada vez mejor. Quién sabe cómo será en veinte o treinta años. Es decir, estamos en un punto en que pueden tomar cualquier personaje que has hecho o que harás y convertirlo en algo que nos obliga a que tú, yo y ellos tengamos que aferrarnos a los derechos, o como lo llames, porque puede ir a cualquier lado ahora tecnológicamente. ¿Qué haces, cómo proteges eso? Pero creo que la tecnología para rejuvenecer se irá haciendo mejor, más refinada, y eso es interesante", finaliza.

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