Alberto Fuguet: “Para crear hay que destruir, aunque sean tus certezas”

“Este libro fue escrito para el futuro. Son despachos desde el hoy para mañana. La idea era crear memoria antes de perderla u olvidarla o que se diluya”, dice Alberto Fuguet. Foto: Laura Campos.

El escritor publica Despachos del Fin del Mundo, un libro que mezcla géneros para aproximarse al año que va del estallido a la pandemia. "Toda creación es política, por cierto, pero otra cosa es captar que el mundo que crees conocer termina y en vez de sentir duelo, te energizas, te pones más creativo", comenta.


Recuerda la noche del 5 de octubre de 1988, pero dice que lo conmovió más la tarde del 25 de octubre de 2019. Significativamente, Alberto Fuguet publicó sus primeros libros con el inicio de la transición, y él entonces decidió tomar distancia política. Su nuevo título se publica 30 años después, luego de un nuevo plebiscito, y su sensación es notablemente distinta. “Vamos a pasar de la puta Nueva Narrativa a escribir la gran novela colectiva que es la Constitución. A algunos les puede parecer engrupido, pero ya es hora de no tenerle miedo a sentir demasiado ni a herir a otros”, afirma.

Despachos del fin del mundo, su nuevo libro, es un intento de aproximarse y comprender el año que va del eclipse al estallido y la pandemia, de julio a julio. “Qué viaje, qué año, qué meses”, anota en el volumen que tal vez más lo ha desafiado literariamente, y en el que manifiesta: “esto no es periodismo ni crónica/ aunque viene una parte de ahí/ tampoco es ficción pura/ no es una novela/ aunque a veces creo que sí lo es”. Acaso, “se puede ver como un tráiler de lo que acaba de pasar".

Anotaciones, entradas de diarios, conversaciones, recorridos callejeros y ficciones dan forma a un volumen donde aparecen lecturas, películas, grafitis, fuego, sexo y muertes. Un libro escrito con la urgencia del periodismo y narrado como una novela en vivo, con la inmediatez de la crónica y la energía del rock, y atravesado de reflexiones, diálogo interior e intuiciones poéticas. Por sus páginas transitan vivos y muertos, Enrique Lafourcade, Germán Marín y Papelucho baleado, H.D. Thoreau, Stephen King y Raymond Carver. Todo iluminado por el epígrafe del poeta Frank O’Hara: “En tiempos de crisis, todos debemos decidir una y otra vez a quién amamos”.

Despachos del Fin del Mundo, Alberto Fuguet. Literatura Random House, 400 páginas. $15.000.

“Este libro fue escrito para el futuro. Son despachos desde el hoy para mañana. La idea era crear memoria antes de perderla u olvidarla o que se diluya”, dice Fuguet en torno a un libro que lo desafió como narrador.

¿De qué modo te remeció octubre?

Me obligó a escribir algo para lo cual no estaba del todo preparado y que quizás no sabía tanto. Tampoco conocía el final. Fue una suerte de escritura instantánea. Mucho tachar, borrar, partir de nuevo. Quise que la narrativa fuera en vivo, digamos, lo que le agregó vértigo. Fue escribir sin pensar, fue llevar el monólogo interior al límite y a la calle, lo mismo que la idea de atrapar estéticamente lo que estaba sucediendo. O intentar poetizarlo, digamos. Porque el estallido y luego la pandemia me hizo dudar. Dudar es bueno. ¿Y si todo lo que estamos viviendo es ficción? ¿Basta con registrar los hechos o quizás lo indicado era inyectarle literatura a la realidad? O ¿es posible ficcionar o darle épica a un día-a-día que tenía poco de cotidiano y mucho de raro y macabro y extraordinario y espeluznante? Que hubo ficción, la hubo. Fue fascinante ver cómo la gente se inventaba mundos o estaba dispuesta a admitir que estábamos en el fin del mundo. Toda creación es política, por cierto, pero otra cosa es captar que el mundo que crees conocer termina y en vez de sentir duelo, te energizas, te pones más creativo.

En el remezón de aquellos días se perdió la paz, observa Fuguet. “Y en lugar de aterrarme, en lugar de caer en depresión, me llené de optimismo. Creo que este libro es optimista por lo que vendrá y cómo se puede escribir del ahora”.

¿Fue complicado concentrarse?

La calle se coló a mi escritorio. Yo sé estar solo, conozco el silencio, no me da miedo estar aislado, pero sentirme atrapado sintiendo que la vida estaba afuera no me había tocado. Y no poder escribir por los nervios y las emociones, tampoco lo había experimentado. Había más creatividad en la calle que en los libros que tenía cerca o que en mis apuntes. Quizás la Concertación y la democracia nos dieron estabilidad, pero un oasis es un mal lugar para crear. Mucho del arte de nuestro tiempo ha salido del aburrimiento. Un arte que nace de pulsaciones funciona de otro modo. Me puse a escribir como método para sobrevivir y drenar y sanar y empatizar.

A menudo los escritores evitan escribir del presente, ¿qué te motivo a ti?

Tratar de hacer un documental emocional por escrito. Lo primero fue bloqueo. Evitar, tomar distancia, no quemarse. Pero tenía una columna en este mismo diario que no era solo de opinión, era acerca de cultura pop. Y me tocaba despachar a los cinco días del estallido y no sabía de qué escribir porque hablar de cine o Netflix o libros me parecía desubicado. Logré zafar, pero luego esto aumentaba y capté que era mejor para mí escribir sin pensar, en público, y comenzar a tirar líneas o abrir rutas para una suerte de libro. Partí escribiendo del saqueo de las palabras, que fueron armas. Y ahí dije: es posible narrar esto. Y más que querer contarlo, necesito hacerlo para entender o tratar de entender. A veces me fui por caminos raros. Comencé a escribir de Papelucho, partí una novela de terror, una obra de teatro, surgieron cuentos, voces. Despachos es una suma de todo lo que hice. Y sí entendí que lo pop estaba en la calle, lo mismo que el cine, la literatura, la música. Se abría una nueva etapa. Capaz que mejor. Pero ante la duda, creo que no es válido no ser parte. ¿Y si no es del todo mejor? ¿Qué pasa? ¿Es el fin de mundo? Para nada. Ninguna etapa dura para siempre y creer o desear que esto nunca fuera a cambiar es algo agresivamente subversivo. Había que despachar estos cambios. La UP tuvo más periodismo que ficción. Esto me pareció que daba para mezclar todos los géneros. Sobre todo, cuando llegó la pandemia.

¿Qué desafío te planteó la pandemia?

Para mí fue lejos más raro escribir o intentar tomarle el pulso a la pandemia. La gente cree que lo más importante que nos ha tocado es el estallido, y no me cabe duda que marca un antes y un después, pero, por otro lado, ni idea qué pasará con la pandemia. Ahora todos felices con desconfinamiento, el sol, pero cómo se recordará o moldeará la pandemia, qué efectos a largo plazo tendrá en los niños, en las relaciones, en los trabajos. Esto obligó a todos a resetearse, como dice un amigo. Eso casi nunca es un tema colectivo, sino personal. Que se haya vuelto plural me parece literario, poético. Me parece bueno no esperar a tener distancia. No sentenciar de inmediato que vivíamos una asonada o un nuevo golpe, sino celebrar, empatizar, incluso entender las fuerzas de las llamas o por qué alguien desea ir más allá. Me da lástima no poder haber incluido el arrase del Apruebo, pero creo que el libro funciona mejor al haber llegado hasta julio.

¿Qué piensas de la violencia del estallido?

Me parecería raro que no hubiera existido. Todo escritor debe mirar la violencia a los ojos y procesarla. Baldwin lo dijo: el fuego la próxima vez. Yo no ando circulando como intelectual o político o diputado o alcalde o columnista sino como escritor y artista. Y como tal debo admitir que la base de la creación es la intensidad. Uno busca fuego. A veces me fascina y a veces me asusta, pero de que la violencia enciende el fuego interno, lo enciende y lo hace quemar, arder. Para crear, hay que destruir, aunque sean tus certezas, tu estética, tu pasado. Sin violencia, no se crea, a lo más se decora.

En el 88 te sentiste solo. Ahora te implicaste, fuiste a cabildos. ¿Qué cambió para ti?

Quizás yo creía que iban a pasar más cosas el 88. Pero pronto capté que todos querían de alguna manera menos. O más calma. Y claro: había miedo. Y yo no era escritor aún, no había redes sociales, había poca locura. A lo mejor entendimos todo mal. Quizás la transición fue otra cosa y nos transformamos en hijos obedientes. El terror a lo raro durante Aylwin fue fascinante. Cuando partí, supe al instante que una de mis metas era no ser parte de nada y que era clave sobrevivir lejos de todo por miedo a ser expulsado. Es raro pero los años de la Concertación coinciden con la aparición de mis primeros libros: Enrique Alekán (que se reedita en diciembre) y Sobredosis. Ambos cumplen 30 años. No pude no captar la sincronía, la ironía. Esos libros sentí que se leyeron mal. No sé como se leerá éste, pero ya tengo más protección interna, todo me da harto menos miedo. No es raro que se quiera escribir algo nuevo con hoja en blanco. Es la media oportunidad. Vamos a pasar de la puta Nueva Narrativa a escribir la gran novela colectiva que es la Constitución. A algunos les puede parece engrupido, pero ya es hora de no tenerle miedo a sentir demasiado ni a herir a otros. Creo que ha habido muchos análisis, pero son más fríos. Esto intenta ser una biografía de las emociones colectivas canalizadas por mi escritura. Y no solo de octubre, sino de una era bisagra. Un libro bisagra para un verdadero cambio de siglo o al menos un gran punto aparte. Octubre, para muchos, fue como vivir un tiempo en la Unidad Popular: pasar de ser uno a un nosotros. Es probable que, poco a poco, volveremos a un equilibrio, pero fue una súper oportunidad de vivir algo colectivo. Octubre fue también una oportunidad de permitirme sentir cosas que a lo mejor reprimía. No sé. El libro está lleno de emociones. Y sin duda Chile padeció la pandemia con otros nervios y traumas y rupturas que el resto del mundo.

¿Deseas ser un constituyente?

La verdad es que sí, aunque no deseo ser candidato ni nada de eso. Quizás algunos escritores podrían a ayudar a redactarla. Que tenga prosa, imágenes. Que sea más que texto. Si surge la posibilidad, sería un honor ayudar a darle vuelo.

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