Los Jaivas y el despegue del Volantín

Por estos días se cumplen 50 años de la salida de El Volantín, el primer álbum de Los Jaivas, una pieza tejida por la improvisación y la experimentación. ¿Cuál es el valor que tuvo en la posterior escalada creativa del conjunto?


El Volantín es un disco que pudo no haber existido. O más bien, sus propios mentores no tenían en un principio demasiadas ganas de que existiera. “No nos interesaba grabar. Encontrábamos que no había que hacerlo. Nosotros improvisábamos y pensábamos que ese era un acto espontáneo, inconsciente y único que no se podía atrapar ni replicar en un estudio. No teníamos la intención de hacer un álbum. Al contrario: nos oponíamos”, admite el pianista Claudio Parra ante lo que igual después se transformó en el primer título de Los Jaivas, estrenado hace 50 años, en la primera parte de septiembre de 1971.

Pero algo generó el quiebre. Algo los hizo ceder en una determinación que parecía irrevocable.

Cuando eran los High-Bass

A mediados de 1969, y tras el regreso de Eduardo “Gato” Alquinta de una espartana e iniciática travesía por Latinoamérica, la banda decidió olvidarse de los boleros y las cumbias que identificaron sus comienzos para entregarse el flujo eléctrico de la improvisación rockera. Desecharon también el nombre anglo de The High-Bass y establecieron una faena creativa propulsada por la guitarra de acento blusero de Alquinta, el pulso agresivo de Claudio Parra en los teclados y la inventiva de Gabriel Parra en la batería, capaz de crear un instrumento a su medida, con maracas, timbales y más tambores, aparataje titánico que simbolizaría su huella como músico.

Gran parte de esa naturaleza sin demasiada disciplina melódica la desplegaron en sus conciertos, verdaderos rituales desprendidos de toda ortodoxia.

Alfredo Saint-Jean, productor de varios de sus shows de esa época, recuerda: “Siendo así de experimentales, eran la banda que tenía más éxito en vivo. Por lo mismo: llamaban la atención por ser tan atrevidos. Me acuerdo de una presentación en el Teatro Marconi (hoy Nescafé de las Artes) donde pusieron mucho plumavit en el suelo, lo movían, le pegaban, y el roce generaba un sonido muy raro, medio nervioso, casi molesto; pero como eso no se veía tanto en otras bandas rockeras, al público le encantaba. Siempre quedaba gente afuera”.

Ya consolidados como hombres aparte de la escena nacional, el cineasta Raúl Ruiz los puso en contacto con su colega norteamericano Saul Landau, quien estaba en Chile en 1970 preparando un documental en torno a la UP junto a su coterráneo Country Joe McDonald, héroe del folk que un año antes había cantado en el festival de Woodstock. Él mismo que, asombrado al ver la performance de Los Jaivas, los invitó a grabar a un estudio profesional en Santiago: la misma banda que veía a esos lugares como recintos que paralizaban las virtudes creativas, de un minuto a otro estaba entre las paredes de los estudios de la RCA de calle Catedral.

Y ahí fue la primera vez en que Los Jaivas sintieron que los dogmas se podían dinamitar. Parra sigue: “Nos impactó conocer un estudio de grabación. Ver cómo sonaba todo, los instrumentos que había, las posibilidades que te daba. Además, veíamos que todo nuestro período de improvisación había madurado mucho, pero se iba a perder, no iba a quedar ningún testimonio. En base a eso nacen las ganas de grabar”.

Los músicos empezaron a golpear las puertas de varios sellos, pero la respuesta fue sólo rechazo a una música considerada “demasiado extraña”. ¿Solución? Ellos mismos arrendaron un estudio para registrar su debut.

Eduardo Parra, otro de los fundadores, rememora: “Frente a esta negativa de los sellos, tomamos la firme decisión de hacer una producción propia y pagada por nosotros mismos. Pero como tampoco teníamos los fondos económicos, decidimos echar mano a nuestros instrumentos que recién los habíamos recibido de Japón y que eran una interesante, codiciada y cara novedad en el mercado. Fue gracias a la venta de un flamante órgano que recién yo comenzaba a conocer, más los magros fondos con los que contábamos, que felizmente pudimos pagar los costos de El Volantín”.

"Gato" Alquinta grabando.

En la primera jornada de grabación, soltaron la rienda de la improvisación pura, pero no se sintieron cómodos. Más que materializar un álbum, parecía que el grupo estaba en una lucha entre su alma primitiva y su alma más moderna, lo que eran versus lo que querían ser. Por lo mismo, al día siguiente establecieron la experimentación como eje, pero bajo parámetros más definidos. Así aparecieron temas con una estructura un poco más estandarizada, como Que o la tumba serás, Foto de primera comunión o Último día: Los Jaivas habían dado el paso definitivo para convertirse en compositores y habían puesto el primer ladrillo de su futuro.

Eduardo Parra: “Este disco es el verdadero comienzo y declaración de ‘las canciones de Los Jaivas’”. Claudio Parra: “Marca justamente la transición entre la improvisación y la composición. Se empiezan a manifestar los elementos que darían origen a, por ejemplo, Todos juntos”.

“Eso sí -sigue Claudio- no esperábamos nada del disco. Sólo queríamos tenerlo. Mandamos a imprimir mil carátulas, pero la plata nos alcanzó sólo para 500 discos. Hasta hoy nunca hemos sabido dónde quedaron esas 500 carátulas que sobraron”.

Precisamente como una forma de resguardar el patrimonio del conjunto, mañana se habilitará la tienda virtual www.tiendaelvolantin.cl, con venta de discos, libros, poleras y toda clase de productos relativos a su historia.

No, no estarán ahí las 500 carátulas perdidas hace cinco décadas.

Pero sí será un pequeño gran guiño al álbum que funcionó como Big Bang del universo Jaiva.

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