Una historia de amor imposible: la poderosa vida de “Kenita” Correa junto a Gabriel Parra de Los Jaivas

Ayer murió el mayor amor en la vida del fallecido baterista del conjunto, madre a su vez de Juanita Parra. Fue la única hija que tuvieron. Mientras ella era conservadora e hija de un político radical, él representó todo lo contrario: una suerte de Jesucristo hippie en trance constante. Tenían casi 20 años de diferencia. Los padres de ella nunca se convencieron de la relación. Pero se enamoraron perdidamente.


La familia Jaiva, tantas veces empujada a reinventarse ante las ausencias y los vacíos, ha vuelto a perder a uno de los suyos. Esta vez no se trata de alguno de los miembros que integraron su historia, pero sí de una figura de relevancia en el costado más humano del conjunto y que fue determinante en ciertos rumbos que tomaron en etapas decisivas de su carrera.

María Eugenia Correa, conocida como “Kenita”, esposa del fallecido baterista Gabriel Parra y madre de quien después ocupó ese rol en la agrupación, Juanita Parra, falleció la madrugada de este lunes 28 a los 90 años. Según cuentan a Culto cercanos al grupo, su deceso se produjo por diversos problemas de salud que arrastraba desde hace varios años.

El mismo grupo aludió a su partida en sus redes sociales: “Con profundo amor y emoción despedimos en este plano físico a Kenita. Rodeada del amor de sus 7 hijos y en profunda paz, Kenita partió rumbo a su reunión espiritual junto a su amado Gabriel”.

De alguna forma, su ingreso al universo de Los Jaivas fue singular. Y no estuvo detonado por la música, sino que por otra fuerza todavía más poderosa: el amor.

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María Eugenia Correa nació en 1931 en el seno de una familia acomodada que encabezaba su padre, Ulises Correa, presidente y senador del Partido Radical. Se emparejó a los 15 años y al llegar a los 40 ya tenía seis hijos: fue hacia fines de la década de los 60 cuando conoció a un músico hippie, barbudo y de sólo 23 años llamado Gabriel Parra. Se enamoraron perdidamente.

La diferencia de casi dos décadas entre ambos -y sobre todo la diferencia de vida que acumulaban- en ningún caso los distanció, sino que al contrario: Correa queó fascinada con la personalidad visceral y volcánica del instrumentista, con su pelo largo y su facha de Jesucristo en constante éxtasis tras los tambores. Por su raigambre más conservadora, pocas veces había conocido a alguien así.

Por lo demás, los hijos mayores de María Eugenia tenían una edad casi similar a la del ya por ese entonces, baterista de Los Jaivas, por lo que a la casa había llegado un amigo de ellos antes que una nueva pareja de mamá.

A Gabriel le importó tan poco la vida de elite de Correa que un día arribó con un baúl hasta su casa para informarle que se mudaba a vivir con ella. Sin esperas, sin matices. Ese baúl donde empezó todo aún está en manos de Juanita, según contó ella en una entrevista de 2021 con Culto.

Ahí mismo, agregó: “Yo soy fruto de un amor increíble. Mi mamá no podía tener más hijos, porque había parido seis siendo muy chica, incluyendo mellizos. Su cuerpo estaba cansado. Pero nací yo. Aunque costó mucho, su familia no le perdonaba a ella que estuviera con un Parra”. Juanita recién conoció a sus abuelos maternos a principios de los 80, ya que siempre se mostraron recelosos con la relación.

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Y en efecto, a Correa un médico le había comentado en 1970 que ya no podía tener más descendencia, que luego de haber tenido seis hijos su organismo no le permitiría otro más. Pero con Gabriel Parra no se rindieron. Finalmente, contra casi todo lo pronosticado, Juanita nació el 19 de noviembre de ese año 70 en la casa que ambos compartían en Santiago. Fue la única hija que tuvieron.

En paralelo, el percusionista siguió a bordo de la exitosa carrera del grupo, lanzando sus primeros discos, ofreciendo sus memorables presentaciones al filo del desborde y la experimentación, y alcanzando la popularidad definitiva con sencillos como Todos juntos (1972).

Por esos años, Gabriel ya acostumbraba a vestir con ropa blanca para los espectáculos -estampa que después se amplificaría mucho más en Alturas de Machu Picchu (1981)-, tenida que era confeccionada y creada por su esposa.

Pero también vino la época del dolor y las heridas: el grupo partió a Argentina tras el golpe mlitar de 1973, con sus integrantes acompañados de sus respectivas esposas, incluyendo a Correa con una Juanita Parra que apenas se empinaba por cerca de los tres años.

Según relatan las biografías, el paso por Argentina estuvo marcado por cierta orfandad, pero también por la empatía de parte del país vecino. Ahí por ejemplo, mientras el quinteto salía de gira o se iba a grabar, las mujeres se quedaban largas temporadas tejiendo y cuidando a sus hijos en la casa donde residían en la localidad de Zárate.

Después vino otro golpe: tras la detención de Eduardo Parra en 1976 en Argentina, por parte de militares que nunca le brindaron una explicación, los chilenos decidieron un año después partir en barco a Francia. Ya en Europa, Correa se dedica junto a las otras esposas a la artesanía, pero también empieza a adoptar un papel distinto.

Eso sí, el vínculo entre Juanita y su padre Gabriel crecia cada vez más sólido. Gracias a unos cursos de electricidad que realizó en Europa, hacia los años 80 la instrumentista se empezó a encargar de la iluminación en los conciertos del conjunto, observando de cerca la explosiva faena de su progenitor tras bombos y tambores.

Ahí emerge una dicotomía. Su padre, el músico errante, adquiere una personalidad más estricta que la de su madre, la dueña de casa dedicada a las labores domésticas y a la artesanía en la vida foránea de Los Jaivas.

“Mi mamá ya había tenido hijos y sabía lo que era esa experiencia, entonces conmigo vivía más relajada. Pero Gabriel no, tenía esa cosa medio machista de ‘cómo va a vivir de grande esta señorita’, por lo que yo creo que me invita a ser parte del equipo también para tenerme más cerca y apoyarme como adolescente”.

En 1988, la agrupación -que aún residía en París- llegó a Chile para una seguidilla de conciertos, con Juanita de 17 años y ya afianzada en el trabajo de iluminadora. Por esos días sucedió el accidente automovilístico que mató a su padre en Perú y que golpeó para siempre a la banda.

Cuando retornaron a Francia, asomó otra dicotomía: mientras ella decidió quedarse allá, su madre se vino de inmediato a Santiago. Nunca antes se habían separado.

“Yo quise permanecer allá, pero mi mamá, al morir Gabriel, se vino corriendo, porque ella no disfrutaba la vida en París, no fue algo que escogió por decisión propia, era solo porque su amor estaba allá. Le costaba mucho el idioma. Ella quería volver para estar con sus hijos y nietos. A mí me dio plena libertad para que siguiera en Francia”.

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Pero en 1996, Juanita volvió a decidir a puro instinto: sintió que era el minuto de volver a Chile y vivir con María Eugenia. Si su adolescencia había sido un férreo lazo con Gabriel, ahora quería que su adultez se escribiera en torno a su mamá. “Sentí que tenía que disfrutarla, que no me podía perder esos momentos, que antes había sido mucho más apegada a mi papá y que ahora de mujer grande tenía una afinidad mayor con ella. Nos merecíamos vivir bajo el mismo techo”.

Ambas vivieron juntas hasta que la baterista se casó. Pero hace ocho años, llegó la primera alerta de un escenario irreversible. Y, como siempre en su historial, con Los Jaivas sonando de fondo. “Estábamos ensayando y de pronto suena mi teléfono y era mi mamá. Me dice: ‘mijita, yo no puedo más acá sola, por favor ven a buscarme, me quiero ir a vivir contigo’. Ya se había perdido varias veces en auto y se lo tuvimos que quitar. Me la llevé a mi casa”.

En ese minuto, “Kenita” dio las primeras señales de un deterioro cognitivo progresivo que en los últimos años hicieron que su memoria y sus recuerdos se alteraran, derivando en una demencia senil. Juanita junto a sus hermanastros decidieron que se alojara en un hogar donde le dieran dedicación competa.

Según contó a Culto el año pasado, ahí ambas vivieron una de las secuencias más emotivas de su relación madre-hija.

“Hace unos meses, en plena pandemia, tuvimos una conversación muy loca por Skype con mi mamá, cuando el cuidador del hogar donde ella está le dice ‘Kenita, ahí está tu hija Juanita, mira a la pantalla’. Y ella muy seria dice: ‘¡no, yo soy Juanita!’. Entonces, yo me río y le digo ‘por supuesto, yo soy tu mamita’. Ella me miraba y me decía que madre había una sola, con una ternura que fue tan bonita. Ahí ya se hizo totalmente real: ahora yo era la mamá de mi mamá”.

“Hace un año le conté por Skype que yo tocaba con Los Jaivas y me dijo: ‘¿pero cómo? ¿tú tan chiquitita y ya estás tocando con ellos?’ Claro, en su mente yo aún soy una niñita, entonces le pasan esas cosas increíbles. Me pregunta por Gabriel también. ‘¿Tú has visto a mi flaco, has visto a mi flaco?’. Este año de pandemia tuvimos conversaciones muy locas, pero donde nos reímos muchísimo, por lo menos yo. Prefiero eso a verla tan apagadita. Es como las personas en coma: yo le hablo igual, le digo cosas bonitas y le doy todo mi amor. En alguna parte del cerebro aún estará esa conexión”.

Ayer, Correa dejó de existir, pero tras ella deja una de las historias humanas más memorables en un grupo que ya sabe de capítulos emotivos en su historial.

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