Por ti cojo un vuelo (Bad Bunny en Paraguay y en el corazón)

La escritora chilena Camila Gutiérrez cojió un vuelo para ver al "Conejo Malo" en el estadio La Nueva Olla de Asunción. "En solo dos años -los dos años pandémicos- ha sabido forjar nuestro imaginario amoroso, sexual y fiestero (cuando no podíamos ni fiestear) siendo así el mayor y mejor compañero que hemos tenido durante esos días tan largos", dice.


Antes de que pasara todo lo que pasó, Bad Bunny presentaba su primer disco, X100pre, en el Movistar Arena. Era septiembre -2019-, estaba solo en el escenario y nosotras bailábamos y cantábamos efusivas pero no enloquecidas. Tal vez porque el disco era impecable pero el show no tanto. Tal vez porque no habíamos pasado una pandemia que cuando empezó su fin nos tenía con ganas terribles de ir a un concierto. O tal vez porque Bad Bunny todavía no era nuestra mayor compañía de encierro con los discos que siguieron: YHLQMDLG, El ultimo tour del mundo, Las que no salieron y Un verano sin ti.

Bailando, efusiva, lo escuché decir que venía a propagar la Nueva Religión y que ÉL era la nueva religión. Escribí eso de la nueva religión en las notas de mi celular porque me dio risa. Tiempito después perdí el celular y las anotaciones, pero la frase me seguía aunque yo evitara rumiarla.

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Antes que pasara todo lo que pasó, tal vez el 2018, leí un libro que tenía una idea que me pareció hermosa: toda persona que entraba al evangelio tenía una frase de la Biblia destinada a remover su corazón, abriéndolo para Cristo. Como no creo en Cristo, pensé que la idea también funcionaba para cualquier entrada intensa con cualquier frase reveladora a cualquier dios personal.

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No me rompiste el corazón yo ya lo tenía roto

Fue mi frase para entrar a Bad Bunny.

Pero este no es un texto sobre mi corazón, así que haré pasar los años hasta llegar a febrero, 2022, cuando salieron a la venta las entradas de el World`s Hottest Tour para los dos shows que ya no eran en el Movistar Arena, sino que en el Estadio Nacional. Picota como soy, preferí no presentarme a una competencia que sabía que iba a perder, y me fui a hacer cualquier cosa para olvidar que la fila virtual, que duró solo minutos, existía. Entonces pasó lo de Paraguay. Una chiquilla me dijo por Instagram que en Asunción las entradas eran más baratas y que todavía quedaban muchas. Después de comprar, me apropié de su idea como si fuera mía y empecé a ventilarlo por Instagram, viendo con una sonrisita que mucha gente me decía que iría a Paraguay porque yo lo había recomendado.

Como a mucha gente, los aviones me dan pánico. Este año el vuelo de Miley Cyrus que iba a Asunción fue impactado por un rayo, poquito antes del concierto un vuelo que iba desde Chile a Paraguay tuvo unas turbulencias feroces, así que la frase de Yonaguni, “Por ti cojo un vuelo”, tenía un sentido aterrador, pensé mientras me chantaba dos ravotriles y un vasito de guisky para ni notar mi muerte.

No morí, está claro. Y a mi no-muerte le siguió la culpa que da existir cruzando cualquier Policía Internacional al sentirse sospechosa de lo que sea. Pero por primera vez en la vida la pregunta no fue ¿A qué viene? -ceño fruncido- sino “¿Venís al concierto?”. Luego un conductor de Uber nos preguntó lo mismo, así que tuve la triste claridad de que lo de venir a Asunción a ver a Bad Bunny no era una idea patentada por mí. También habían venido aproximadamente 1000 bolivianos, argentinos y muchos más chilenos de los que me imaginaba, cogiendo un vuelo, haciendo dedo, tomando buses (y, al menos en el caso de los chilenos, haciendo hasta un grupo de whatsapp).

Las entradas, que supuestamente se acababan nunca, se acabaron hasta el punto de una sobreventa que nos tuvo apretadísimas, sin asientos, sudando y ahora sí que sí bailando y cantando enloquecidas, mientras hubo gente con entrada en mano que se quedó fuera del estadio La Nueva Olla, que tiene espacio para 45 mil personas, pero no me detendré en los errores de organización porque:

1. Quién es una, si en Chile hubo estampida del tipo Rey León el primer día de Daddy Yankee.

2. Me parecen bien impresionantes las notas de prensa que apuntaban al incremento del turismo gracias al concierto.

3. Esto va sobre Bad Bunny y no sobre una productora.

Entonces, Bad Bunny.

El show no tenía nada que ver con el del Movistar Arena, 2019, en Chile. Ahora había bailarines, proyección de voz y palmerita voladora sobre la que cantaba Un Coco y La Canción, sin tener que decir que él era la nueva religión porque lo que estaba siendo para nosotros -paraguayos, bolivianos, chilenos y argentinos- era algo parecido pero mejor: una compañía.

Perdón este desvío, pero es necesario: cuando hablamos de riesgo amoroso, cualquiera puede pensar en Chayanne diciendo “Hay que ser torero/poner el alma en el ruedo”. Cuando hablamos de odiar a tu rival amoroso, cualquiera puede pensar en Shakira cantando “Bruja, pedazo de cuero”. Lo mismo pasa con Bad Bunny al hablar de una gama de sentimientos que no precisaré ahora porque antes quiero establecer un punto diferenciador: acabo de hablar de dos cantantes con carreras triunfantes que se han sostenido en el tiempo. Seguro la de Bad Bunny también se sostendrá, pero lo radical aquí es que en solo dos años -los dos años pandémicos- ha sabido forjar nuestro imaginario amoroso, sexual y fiestero (cuando no podíamos ni fiestear) siendo así el mayor y mejor compañero que hemos tenido durante esos días tan largos.

Cada cual entra a un dios personal con una frase que marca a fuego, dije antes. Pero también cada cual va incorporando nuevas frases que, en el caso de Bad Bunny, ya no son tan de cada cual sino que de todos. Por eso supongo que, en La Nueva Olla, argentinos, chilenos, bolivianos y paraguayos; cantábamos a chillido limpio frases como “Aquí no existe el pecado/y equivocarse es bonito”, reivindicando la imperfección en el amor o “Yo no soy celoso/pero quien es ese cabrón/te juro no soy psycho/pero auch mi corazón” o “No somos ná/no somos ná/pero con un perreo se empieza” o un largo etcétera al que sí le pondré un punto final.

Un compañero no es compañero porque ofrezca soluciones, sino consuelo. El año 2021, Bad Bunny cantaba en Yonaguni “Y empezar el 2023 bien cabrón”, con el pragmatismo de quien sabe que reinventarse no es una cosa que pase así como así, con la conciencia de quien sabe que ofrecer una prórroga para la alegría es menos inquietante que imponer una inmediatez.

Queda poco para el 2023 y ojalá, en serio ojalá, parta bien cabrón. Pero si no, solo puedo decir que los gritos más intensos en la Nueva Olla estuvieron en esta frase, porque cómo no agradecer habernos sostenido todo este tiempo con la promesa de un futuro más ligero/porque sabemos que Bad Bunny puede sostenernos hasta el 2026, y todavía mucho más, si es que lo necesitamos.

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