El niño Spielberg

Foto: Merie Weismiller Wallace/Universal Pictures and Amblin Entertainment

Hijo de un ingeniero y de una concertista de piano, el director de Tiburón (1975) descubrió tempranamente su amor por las películas. Mientras alimentaba esa fascinación rodando cintas caseras y asistiendo al cine, enfrentó el divorcio de sus padres y el quiebre de su familia. Esos alborotados días de infancia inspiraron la recién estrenada Los Fabelman, su primera obra autobiográfica y uno de los títulos más sobresalientes de su carrera reciente.


Hoy es padre de siete hijos, abuelo de seis niños y esposo de la actriz Kate Capshaw desde hace más de tres décadas. Mientras en el plano profesional mantiene un tranco prolífico y feliz, Steven Spielberg vive la mayor parte del año en su casa en Pacific Palisades, un barrio residencial de California cuya cercanía con Hollywood facilita sus labores en la industria.

En contraparte, su infancia fue bastante más caótica y nómade. Debido al empleo de su papá, un destacado ingeniero eléctrico que trabajó para General Electric y RCA, las mudanzas fueron constantes.

Foto: REUTERS/Mario Anzuoni

El cineasta nació en 1946 en Cincinnati, Ohio, en el oeste de Estados Unidos, como el primer retoño de Arnold y Leah Spielberg. Después le seguirían Anne, Sue y Nancy y una serie de cambios de domicilio: primero el clan se instaló en Nueva Jersey, más tarde en Arizona y por último en San José, California. Esa fue la dinámica de la familia hasta que el matrimonió se divorció en 1965.

Los Fabelman –que llegó este jueves a salas chilenas– apuesta por relacionarse fidedignamente con esas experiencias íntimas del director de Tiburón (1975). Definida como su primera obra autobiográfica, la cinta muestra a un matrimonio y sus cuatro hijos en un interminable recorrido por diferentes ciudades y en la antesala a una dolorosa separación.

La perspectiva de la narración descansa en el único niño de la casa, Sammy (Gabriel LaBelle), un adolescente que descubre tempranamente su amor por las películas y nutre esa pasión grabando filmes caseros en 8mm y asistiendo regularmente al cine. Un par de títulos destacan en su formación: The greatest show on Earth (1952), de Cecil B. DeMille, y Un tiro en la noche (1962), de John Ford.

Tal como el protagonista de la historia, Steven Spielberg fue un joven enamorado de las imágenes en movimiento. A propósito de la temporalidad que abarca el largometraje, omite la fascinación que le provocó 2001: Odisea del espacio (1968), la película que según ha dicho le cambió la vida, y debido a que es una ficción, simplemente decide no ahondar en su amor por David Lean, en particular por Grandes esperanzas (1946), El puente sobre el río Kwai (1957) y Lawrence de Arabia (1962).

A la larga, el centro de gravedad del guión que escribió junto al dramaturgo Tony Kushner es el secreto que guardó durante décadas junto a su madre, una concertista de piano que renunció a su carrera artística para dedicarse a la crianza de sus hijos y que falleció en 2017 a los 97 años.

Revelar ese aspecto de la trama sería innecesario, pero se puede mencionar que implica un registro que el personaje principal toma con su cámara durante un paseo familiar. Ese instante, que causó que el director dejara de ver a su progenitora como mamá y la empezara a ver como persona, se mantiene tal cual en la cinta. Así, los espectadores se vuelven cómplices de un fragmento de su vida que hasta ahora había preferido no detallar.

Antisemitismo y un encuentro especial

En Cincinnati, una ciudad que acogió a un importante número de judíos a partir de incluso el siglo XIX, la abuela materna de Spielberg fue profesora de inglés de sobrevivientes del Holocausto. Debido a esa proximidad, escuchó relatos desoladores cuando era pequeño. Su padre, hijo de inmigrantes ucranianos, sufrió la pérdida de familiares en el genocidio en Europa.

Esa experiencia marcó la infancia del cineasta y de alguna manera gatillaría que en sus 40 se atreviera a filmar La lista de Schindler (1993). Sin embargo, en sus propias palabras, “ser judío en Estados Unidos no es lo mismo que ser judío en Hollywood”.

El director constató esa disparidad luego de que en muchos momentos de su niñez y adolescencia su familia fuera la única judía del vecindario, algo de lo que se hace cargo sin aflicción en su nuevo largometraje. “Probablemente en parte fue culpa mía. No quería vivir en barrios judíos. Creo que solo quería vivir mi vida sin tener que rendirle cuentas a nadie”, dijo en una oportunidad su progenitora.

Malo para los deportes, Spielberg nunca fue parte de los populares en su etapa estudiantil. Pero tuvo algunos amigos, sobre todo porque la cámara le abrió una posibilidad a interacciones sociales que en otras circunstancias tal vez no habrían sido posibles.

Foto: Merie Weismiller Wallace/Universal Pictures and Amblin Entertainment

Según su relato, también hubo actos de violencia. En especial en California recibió ataques antisemitas y en más de una ocasión lo agredieron físicamente. Un día, según contó a The New York Times en 1993, “me golpearon y patearon en el suelo durante educación física en los camarines”.

Los Fabelman incorpora esos recuerdos en su historia, aunque se las arregla para darles una vuelta menos áspera que lo que debe haber sido en la realidad. En cambio, sí conservó intacta, palabra por palabra, una breve reunión que tuvo con un célebre director cuando recién comenzaba en la industria audiovisual. Un encuentro entre un gigante de una era de Hollywood y un coloso de la siguiente.

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