Columna de Daniela Lagos: El Oso, a paso firme

Esta nueva temporada de la serie de Star+ se ve como una carta de amor a la comida y a los personajes que mueven la trama. Así, la serie va proponiendo ritmos cambiantes para tratar de la mejor manera posible las historias de personas llenas de buenas intenciones y buenas ideas, pero que están al borde de que todo se derrumbe.



El estreno de la serie El oso (The bear), hace poco más de un año, fue una de esas fantásticas sorpresas que a veces entrega la pantalla chica. Una serie que apareció sin demasiado ruido o promoción, que simplemente un día estaba ahí disponible, tejiendo de forma magistral una mezcla de comedia y drama con un elenco en su mayoría desconocido. Contando una historia llena de complejidades pero a la vez contenida en una trama fácil de explicar.

Era la historia de un chef estrella que vuelve a sus raíces cuando su hermano muere, dejando como legado un restaurante que se cae a pedazos y que él, junto con una joven y entusiasta sous-chef y un equipo reticente a cualquier tipo de cambio, debe intentar sacar adelante. Ocho episodios de lujo llenos de emociones, angustia, comida, buena música y mucho corazón, que se convirtieron en uno de los estrenos del año y que fue creciendo con las buenas críticas, la prensa y el boca a boca. Fueron ocho capítulos sin faltas, pero luego de ese primer éxito venía un desafío igual o mayor; sacar una segunda temporada que estuviera a la altura del debut.

Con este reto llegó esta semana a Star+ el segundo ciclo de la historia protagonizada por Jeremy Allen White (Shameless) y Ayo Edebiri. Y todo parte con una historia que ya ha avanzado, porque el equipo ya no busca sacar a flote un negocio, sino que quieren reinventarlo por completo, creando un restaurante de esos que ganan premios y proponen platos que nunca antes se han visto.

Este es el contexto en que El oso se la juega por una temporada que si bien tiene varias de sus marcas ya registradas en cuanto a tomas incómodamente cercanas, momentos de mucha tensión, canciones pop retro y excelentes actuaciones, también apuesta por ir un paso más allá y entrar más profundamente en la vida de sus personajes principales y secundarios, mostrarnos sus problemas, pasiones y miedos, y haciéndonos querer abrazar a cada uno de ellos.

Es una temporada que, al menos en su primera mitad, se ve como una carta de amor a la comida y a los personajes que mueven la trama. Así, la serie va proponiendo ritmos cambiantes para tratar de la mejor manera posible las historias de personas llenas de buenas intenciones y buenas ideas, pero que están -cada quien en su burbuja personal y también momento grupal- al borde de que todo se derrumbe.

Son capítulos de personajes abrumados, dolidos y preocupados, pero que al mismo tiempo son capaces de levantarse y sentir alegría y placer, muchas veces gracias a la comida que también tiene un protagonismo que hace salivar. Un segundo ciclo que no sólo está a la altura del primero, sino que profundiza la apuesta y hace que una muy buena serie siga avanzando a paso firme.

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