Alia Trabucco, escritora: “Discursos negacionistas antes indecibles se han vuelto cotidianos”

Se acaba de reeditar La resta, la primera novela de la notable autora nacional que en su momento fue rechazada por las editoriales, pero una vez publicada se convirtió en un fenómeno que le valió incluso ser nominada al premio Man Booker. Ambientada en la postdictadura, Trabucco desmenuza la novela, habla de la llamada “Literatura de los hijos”, y sus reflexiones en torno a los 50 años del golpe.
Aunque parezca extraño, considerando que en estos días es una autora consolidada y reconocida en Chile y en el exterior, la primera novela de Alia Trabucco Zerán (40) fue rechazada una y otra vez por editoriales del país. Algo habitual en los debuts literarios. Pero a pesar de la impotencia que le generaba la situación, decidió expandir los horizontes de búsqueda y le fue mejor.
“La rechazaron varias editoriales en Chile y eso, para alguien que recién incursionaba en la literatura, fue difícil. Finalmente, tras no encontrar editorial acá empecé a mandar el borrador afuera y el libro salió primero en España, en una editorial chiquitita, Demipage”. Ello ocurrió en 2015.
Sin embargo, La resta, como se llama esa novela, finalmente tuvo su oportunidad en el país. “Unos meses después de aparecer en España, Tajamar confió en la novela y la publicó en Chile, y desde entonces indudablemente el viaje del libro ha sido muy lindo”; comenta Trabucco en diálogo con Culto.

Es que La resta solo le trajo alegrías a su autora. Ganó el Premio a la Mejor Obra Literaria, categoría Novela, del CNCA; fue seleccionada por El País como uno de los debuts más importantes de ese año; y como si fuera poco, al ser traducida al inglés, fue finalista del Premio Man Booker International 2019. “Fue inesperado lo que pasó con el libro, ese premio y luego la nominación al Booker, en Inglaterra”, confiesa Trabucco. Luego, publicó otros dos libros muy celebrados: Las homicidas (2019) y Limpia (2022).
Hoy, La resta está de vuelta en los escaparates a través de una reedición por editorial Lumen. En sus páginas, Trabucco usa dos voces -la de Iquela y la de Felipe- para contar una historia. A Chile se anuncia la llegada del féretro que trae el cadáver de una exiliada chilena en Alemania, Ingrid Aguirre. Antes llega su hija, Paloma, criada enteramente en tierras germanas, quien debe hacerse cargo de cumplir el deseo de su madre: ser enterrada en su país de origen. Sin embargo, por una niebla de cenizas, el avión termina en Argentina. Hasta allá deben acudir Paloma, Iquela y Felipe para repatriar el cuerpo. Ese es el road trip que se relata.
“Como muchos libros, la escritura empezó mucho antes de que me atreviera a sentarme a escribir -comenta Trabucco-. Eran elucubraciones, ilusiones, delirios, palabras sueltas. Después, a los veintisiete, empecé a trabajar en la voz de Iquela y al cabo de un tiempo me pareció imposible que una historia como esta, sobre la memoria y sus heridas, fuera contada de un modo convencional: con un principio, medio y fin. Y así surgió, de esa pregunta, la voz alocada de Felipe. Una ametralladora dulce que horada y enloquece el ‘gran relato’”.
De hecho, que el cuerpo exánime de Ingrid haya llegado a la Argentina, en parte se debe a una circunstancia que le tocó a la misma autora mientras escribía la novela. “Me demoré un poco más de cuatro años en escribir La resta. Los primeros dos, en el máster de escritura creativa de la Universidad de Nueva York. Luego me vine a Santiago seis meses y otros tantos los pasé en Buenos Aires. Recuerdo bien ese paso porteño, porque el final de la novela lo escribí allá, en la Biblioteca Nacional. Y había algo apropiado en eso: que la novela y yo termináramos en Argentina”.
Sobre eso, ¿Hubo alguna influencia del género de las novelas de viajes?
Todo road trip tiene un origen pero no necesariamente un destino. Creo que ese formato, estructurado pero abierto, me permitió avanzar en la escritura de la novela sin saber qué iba a pasar con los personajes al final. Además, mientras que uno de ellos, Iquela, narra en orden cronológico, el otro horada ese relato. Finalmente, lo que termina ocurriendo es que en el road trip no avanzan, sino que huyen de un destino. No llegan a él.

Por supuesto, al momento de escribir La resta, Alia fue socializando la novela con un círculo de personas, de quienes recibió variado feedback para ir puliendo, corrigiendo y trabajando lo que se necesitase. “La empecé en el contexto del magister en escritura creativa que hice en Nueva York. Ahí, las voces de mis compañeras y compañeros, que venían de distintos lugares de América Latina, con sus respectivas influencias y bibliotecas, fueron fundamentales. Era aterrador, por cierto, llegar al taller con veinte páginas de una novela que nadie había leído, se sentía como revelar un secreto muy íntimo, pero también fue muy estimulante y bonito. Las profesoras, en ese tiempo, fueron también muy importantes: Diamela Eltit, Lina Meruane y Sergio Chejfec, en narrativa. Así que recibí muchas lecturas, tantas que era difícil discernir cuáles escuchar y cuáles no”.
¿Cómo fuiste configurando a los personajes Paloma, Iquela y Felipe?
Narrar la dictadura o, en rigor, la postdictadura, y darle una coherencia, un orden tranquilizador y claro no me parecía posible ni deseable, tal vez porque ese trauma, como muchos traumas, no tiene una sola forma, no se puede contener en una estructura rígida. Por eso me interesaban más los restos, el modo oblicuo y sutil en que la violencia y la historia de un país ingresan y tiñen las biografías de varias generaciones. Creo que la dictadura infligió una violencia muy radical que no solo se manifestó en los cuerpos de miles de personas sino también en la imaginación de muchos, incluidos quienes solo vivimos parte de nuestra infancia durante ese periodo. Esa imaginación retorna en momentos, se rebalsa y aparece como escritura. Los personajes de La Resta revelan esto.
¿Qué lecturas te sirvieron durante la escritura de La resta?
Siempre que escribo leo mucho, pero hubo ciertos libros que me resultaron fundamentales. Empecé a acumular una especie de mini-biblioteca mortuoria: La Amortajada, de Bombal; Mapocho, de Nona Fernández; Los Topos, de Félix Bruzzone; Perlongher y sus Cadáveres, Di Benedetto y sus Suicidas, los otros suicidas de Leila Guerriero. Al ladito, otra mini-biblioteca para pensar el resentimiento y la violencia, Elfriede Jelinek, Jorge Barón Biza y Lionel Tran. Y Carlos Droguett, sus Patas de Perro: un librazo. Finalmente, Faulkner, Mientras Agonizo, donde el cadáver también emprende un viaje, el inverso de La Resta, eso sí.
Posteriormente, publicaste Las homicidas y Limpia ¿Qué te enseñó La resta para tu camino como escritora?
Muchísimas cosas. No sabía yo entonces, por ejemplo, que cada uno de mis libros sería tan distinto. Ignoraba que ese sería el camino que emprendería como escritora: una búsqueda constante de voces, de ritmos, de subjetividades, de temas, de paisajes. Y eso, creo, estaba ya en La resta. También me enseñó algo fundamental: la paciencia. No solo porque mis tiempos de escritura son largos, sino porque en ese tiempo hay momentos en que explota el lenguaje y momentos de mutismo. Y hay que tener paciencia para atravesar el silencio y salir nuevamente al encuentro de las palabras.
¿Cuál consideras que fue la principal dificultad?
Pasó bastante tiempo hasta que di con el recoveco incómodo desde el cual quería escribir esta novela. Y de esa incomodidad nació la escritura. Pero fue un proceso feliz, luminoso. Vivía dentro de la cabeza de los personajes, estaba tomada por esa enorme libertad. Lo difícil fue atreverse, arrojarse. Una vez que eso pasó, la escritura, aunque siempre chúcara y llena de momentos de desesperación, fue bastante feliz.

La literatura de los hijos
Una especie de sub-género literario (o nuevo género literario, derechamente) ha surgido en Chile al menos desde fines de la década de los 90 y comienzos de los 2000. La llamada “Literatura de los hijos”, en base a la expresión usada por Alejandro Zambra para un capítulo de su esencial Formas de volver a casa (Anagrama, 2011). La etiqueta reúne un grupo de autoras y autores nacidos en la década de 1970 y 1980 y que vivieron la dictadura siendo niños. Por ende, sus narrativas son enfocadas desde el punto de vista de quienes eran menores en esos años.
Ejemplos sobran, como el mismo Formas de volver a casa, o Space Invaders, de Nona Fernández, o Había una vez un pájaro, de Alejandra Costamagna. Siendo que La resta trata del retorno de una hija de exiliada al país, podría también pertenecer a este género, sin embargo, Trabucco es mesurada ante la etiqueta.
“La resta se ha clasificado de muchas formas. Como novela de viaje, como novela iniciática, como elegíaca, como novela queer, y ‘literatura de los hijos’. Y son categorías, nada más, formas de ingresar a un libro. Entiendo la de los hijos pueda ser útil para clasificar cierta literatura surgida en Chile en la postdictadura y donde la generación que no vivió en carne propia las consecuencias de la represión, narró ‘su’ o ‘una’ historia. Sin embargo, creo que acota las posibles lecturas del libro y que el estatus de ‘hijos’, en mi novela, se disputa en una zona de mayor protagonismo”.

¿Qué te parece que se reedite ad portas de los 50 años del golpe de Estado?
Creo que La resta forma parte de un conjunto de novelas que hablan, cada una desde su lengua y su imaginario, de esa herida que dejó el golpe y la dictadura. Su circulación, casi diez años después de que salió por primera vez, me alegra, por cierto, pero también me preocupa. La alegría es evidente: vuelve a estar en circulación un libro al que quiero muchísimo y del que estoy orgullosa, pero la preocupación es brutal al constatar que política y discursivamente, en esta década, hemos retrocedido. Parecía haber un acuerdo más transversal sobre el carácter injustificable de un golpe de Estado y de la represión avasalladora que le siguió, y el auge de la ultraderecha ha barrido con estos acuerdos civilizatorios mínimos. Avanza el negacionismo, se impone el relativismo y esto, a mi parecer, no era así hace una década.
¿Qué reflexión tienes respecto a los 50 años del golpe?
Es lamentable constatar el retroceso que ha implicado en el país la irrupción de la ultraderecha y ver cómo la derecha, que parecía haberse despinochetizado, no lo había hecho realmente. Discursos negacionistas antes indecibles se han vuelto cotidianos, se ha retrocedido en materia de “nunca más”, proliferan atentados a memoriales de derechos humanos. Hubiese esperado una conmemoración donde ocurrieran hitos importantes: reflexiones hondas sobre la participación de los civiles en la dictadura o sobre la doctrina del enemigo interno que sigue permeando a las policías. Incluso hubiese anhelado que se rompiera el pacto de silencio que nos sigue configurando. Pero no solo esto no ha ocurrido. Parece que hubiésemos retrocedido.
En otro tema. ¿Qué piensas de la Inteligencia Artificial y su posibilidad de uso en la literatura para escribir textos?
Mi curiosidad con el Chat GPT duró una tarde en que no conseguí que la aplicación escribiera un párrafo desde la voz de una persona enloquecida. Eso le pedí, fracasó, me aburrí, fin. Cuántas veces se ha declarado la muerte del autor o de la novela. Ojalá que la inteligencia artificial esté ocupada en labores más urgentes como resolver la crisis climática por una vía más amigable que nuestra extinción.

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