Crítica de Música del Festival de Viña por Marcelo Contreras: Maná, en formato pop indestructible

Crítica de Música del Festival de Viña por Marcelo Contreras: Maná, en formato pop indestructible

Fher demoró algunos temas en tomar posesión de su estilo característico y algo gracioso, como si le faltara el aire. Se enredó en algunas historias donde siempre alguna enamorada lo engañó con otro -”un tipo frío y aburrido”-, como escribió para siempre en nuestras memorias. No faltarán las acusaciones de retórica algo demodé, donde las mujeres son malvadas estrujando los corazones de los pobres hombres con actitud picaflor. Es un viejo guión de amor sufrido, en formato pop indestructible.


Maná es carne de chistes, un placer culpable eventual, un lugar común para cantar al amor con abundantes referencias caninas y lacrimógenas -qué sería de su cancionero sin los perros y el llanto a mares-; pero el cuarteto mexicano es, ante todo, una banda notoriamente popular y querida, con una consistencia que pocos grupos latinos han demostrado durante tantos años.

Su última vista de 2013 dejó algunas dudas sobre las capacidades de Fher (63), fatigado hasta tenderse de espaldas en la primera parte de aquel show. Luego hemos visto videos en Youtube con el vocalista en el suelo un par de veces, como sucedió insólitamente en un concierto de 2017. Se sabe que no canta como en 1992, cuando Latinoamérica quedó prendada con ¿Dónde jugarán los niños?, después de 10 años de actividad en una dinámica de ensayo y error, incluyendo un nombre tan aburrido como Sombrero verde.

Los mexicanos se tomaron la Quinta Vergara resueltos a concentrar lo mejor de su material, que posee algunas características especiales. Porque Maná triunfó en los 90 con el sonido ochentero de The Police, bordeando el costado más delgadito y efervescente del trío inglés, contando los manidos alargues en vivo para provocar la participación del público. Luego cruzaron el milenio tomando nota de los nuevos derroteros del rock de estadios bajo el híbrido U2/Coldplay. Era la regla para mantener la línea de flotación en la masividad absoluta.

Desde Oye mi amor el karaoke fue constante, sin pausas, entregado 100%, como la barra de un estadio compenetrada con su equipo. Fher entró dubitativo al micrófono, rodeando las melodías originales, cediendo rápidamente el micrófono en los tonos más altos, trucos que ya le hemos visto. Inmediatamente convocó al público para extender el estribillo como lo hacía Sting, mientras Álex González tomaba posesión como suele hacerlo, una bestia de la batería con capacidad de tocar lo que sea.

Sin descanso siguieron con De pies a cabeza para convertir a la Quinta Vergara en una locación paradisiaca. Hacia el final imprimieron un sello de rock clásico, demostrando el oficio de la banda que también integran el guitarrista Sergio Vallín y el bajista Juan Calleros.

Fher tomó la palabra para excusar la larga ausencia culpando entre medio a la pandemia, asegurando que Chile es “el país más cariñoso del mundo”, una manera sobregirada de acallar cualquier recelo ante la ausencia del año pasado en el evento, cuando le cobraron en redes sociales palabras de apoyo a Bolivia por su situación mediterránea.

El Maná siglo XXI apareció con Manda una señal, para después seguir encajando un éxito tras otro como Labios compartidos, Vivir sin aire, Bendita tu luz, Mariposa traicionera, Te lloré un río, En el muelle de San Blas, Clavado en un bar, y una versión de El Rey de José Alfredo Jiménez.

Fher demoró algunos temas en tomar posesión de su estilo característico y algo gracioso, como si le faltara el aire. Se enredó en algunas historias donde siempre alguna enamorada lo engañó con otro -”un tipo frío y aburrido”-, como escribió para siempre en nuestras memorias. No faltarán las acusaciones de retórica algo demodé, donde las mujeres son malvadas estrujando los corazones de los pobres hombres con actitud picaflor. Es un viejo guión de amor sufrido, en formato pop indestructible.

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