
“Fino, sutil, analista íntimo”: el regreso de José Santos González-Vera, el “Chéjov del Mapocho”
A las librerías acaba de llegar una edición de Cuentos escogidos (Alfaguara) que reúne una selección de relatos del Premio Nacional de Literatura 1950. En sus páginas, retrató el Chile de su tiempo, la vida de las clases trabajadoras. Acá revisamos las claves de una obra que se encontraba olvidada.

No fueron muchos años los que Carmen Soria -la destacada defensora de derechos humanos- alcanzó a compartir con su abuelo, el escritor José Santos González-Vera, ya que este falleció cuando Carmen contaba 10 años. Sin embargo, aún mantiene muy vívida su imagen.
“Recuerdo su sonrisa, su mano dándome una mentita, su voz calma. Luego cuando lo he leído puedo decir que mi abuelo era un libertario maravilloso y que todo quien estuviese a su lado podía volar, crear, hacer su vida, como lo hizo mi abuela María Marchant”, señala Soria a Culto. Una vez de vuelta en el país tras el exilio, Carmen se instaló en la antigua casa de sus abuelos y de pronto se vio como una inesperada albacea de la obra de González-Vera.
Con solo siete libros, la mayoría de relatos breves, José Santos González-Vera fue uno de los escritores chilenos más relevantes de la primera mitad del siglo XX. Comparado a menudo con su amigo Manuel Rojas, su obra se instaló en el realismo social, es decir, el relato de la vida cotidiana de las clases trabajadoras. No es que haya inventado nada desde cero: era lo que ya venía haciendo Baldomero Lillo y se transformó en una de las tendencias de su época. Lo leemos en la literatura de otros autores contemporáneos a él como Nicomedes Guzmán, Mariano Latorre y otros que posteriormente siguieron esa línea, como Carlos Droguett, Francisco Coloane, Marta Brunet o Volodia Teiltelboim. Su trabajo fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura 1950.

Sin embargo, su mirada fue algo diferente al mero naturalismo. En sus relatos se adentra en el alma de los personajes, en su vida interna, en la subjetividad, sus emociones. Esto hizo que fuese llamado el “Chéjov del Mapocho”, por la notoria influencia del célebre escritor ruso, quien también era cuentista.
Tras su muerte, en 1970, su obra quedó descontinuada. Hoy, 55 años después de su fallecimiento, llega el volumen Cuentos escogidos (Alfaguara) donde se rescatan algunos de los relatos del autor gracias a una selección realizada por Carmen Soria. En sus páginas leemos sobre ladrones de gallinas, gente que vive hacinada y quiere mejorar sus condiciones de vida, viajes en tren, ciudadanos que hacen trámites burocráticos. Una fotografía a los chilenos de a pie producto de una detenida observación. Esto último, dice Soria, es uno de los rasgos distintivos de su escritura de su abuelo.
“Hay una frase que él decía y es ‘el matrimonio no es más que un larga conversación’ y porque digo esto, porque la conversación, la observación son rasgos esenciales de (la obra de) mi abuelo. Además, creo que fue un feminista de verdad, de las cosas importantes”, comenta Soria.
Soria comenta cómo fue el proceso de selección de los relatos. “Fui tomando los libros y comencé a leerlos, los he leído muchas veces. Me asombran, me hacen reír, me llevan a la vida de antes y tan similar a la de ahora”. En ese devenir fue eligiendo los cuentos que forman parte de este volumen. “Sus cuentos tienen humor y él hace un cuadro de cada vida que relata -agrega-. Uno entra sin problemas, estás viviéndolo. Hay detalle, descripción, ambientes. Él y Chéjov son dos escritores que relatan la vida como si estuvieses viendo una película”.
De su obra opinó el reputado periodista Luis Sánchez Latorre, Filebo, quien escribió sobre él en 1997: “Fino, sutil, analista íntimo, habita un conventillo, entre lavanderas y zapateros remendones; pero en vez de lamentarse y huir de ese medio inadecuado, lo mira minuciosamente, lo estudia con ojo atento y lo describe detalle por detalle, sin repugnancia ni aspavientos de odio. Esta actitud de neutralidad impasible presta a sus páginas un aire nuevo y extraño”.

Eso sí, a pesar de las buenas palabras hacia su trabajo, González-Vera se vio envuelto en una polémica al momento de recibir el Premio Nacional de Literatura. Su nominación causó escozor debido a que hasta ese momento solo llevaba publicados dos libros: Vidas mínimas (1923) y Alhué (1928). Por este motivo, el escritor Luis Durand lo cuestionó con dureza: “Sus obras completas caben en un cuaderno de composición escolar”, y el siempre agudo Pablo De Rokha afirmó: “Es un fotógrafo de plaza de provincia”. Sin embargo, González-Vera reaccionó con aplomo y dijo a los medios: “Me siento como al comienzo, con la misma timidez que cuando publique mi primer ‘folletito’. Acaso con mayor prudencia al escribir, aunque no dependa de uno dar en el clavo”.
Además, se defendió de las críticas: “Soy partidario de la más absoluta libertad. Cuando uno publica algo, queda sometido al juicio público. Los opinantes deben expresar sus juicios con completa independencia. Si se les pasa la mano y la pluma gotea con algunos insultos, me imagino que a la larga estos vuelven a perturbar la conciencia de los maldicientes”. También reconoció que a partir de ahí “ahora tendré editor para mis obras”.
Y en el 2025, fue Paz Balmaceda quien estuvo a cargo de la edición de estos Cuentos escogidos. Con Culto comenta cuáles son los nexos de González-Vera con la actual literatura chilena. “González-Vera tiene una escritura única dentro de la narrativa chilena y con ecos fuertes en la escritura reciente, por ejemplo en Alejandro Zambra o Cynthia Rimsky, por nombrar algunos. Esta publicación lo ubica al lado de autores como Manuel Rojas, quien fue una suerte de hermano literario, José Donoso, Marta Brunet, Mauricio Wacquez, Francisco Coloane o Bolaño. Hitos del campo narrativo chileno. Su vigencia, como la buena literatura, tiene que ver directamente la singularidad de su estilo, su magnífica ligereza y con el placer de leerlo”.

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