La libreta de Ernesto: las llamadas de Marcelo Bielsa a Díaz Correa desde Bilbao para que le relatara goles a las 6 de la mañana

Marcelo Bielsa y Luis Bonini en Juan Pinto Durán. Foto: Mario Dávila/AGENCIAUNO.

A continuación, un extracto del libro Bielsa, los años chilenos (2007-2011), del periodista y escritor español Carlos Serrano Barrie y publicado bajo el sello de Editorial Planeta.



En uno de los partidos que vio por televisión junto a Bielsa, jugaba Huachipato por el campeonato local y el argentino animaba de forma apasionada al conjunto acerero, dirigido entonces por su amigo Arturo Salah. Su implicación en la marcha del encuentro fue tal que saltó del sillón indignado tras una clara ocasión fallada a boca de gol por uno de los hombres que a veces entraba en sus convocatorias, el delantero de ascendencia palestina Daúd Gazale.

—Gazale, ¿hasta cuándo más? ¡Por favor, Gazale! ¿Pero se da cuenta usted? —aullaba el transandino ante la sorprendida mirada del locutor.

Y es esa pasión precisamente, esa sensación de que está en estado permanente de atención y trabajo, uno de los aspectos que más atraen a Ernesto del timonel argentino.

“A mí me emociona hablar de Bielsa porque es un trabajólico, porque es una persona que no se rinde ante nada y que al jugador malo lo hace bueno, al jugador flojo lo hace rendir, al que no tiene un puesto se lo busca y le saca partido. Eso es impagable”, dice, abundando en la aventura de entablar una conversación con él.

Para hablar con él había que ir preparado. La charla insustancial no parece tener cabida en una relación con él. La sensación es que más vale que encuentre a su interlocutor preparado e interesante, porque si pretende entretenerlo haciendo comentarios sobre el clima o el tráfico va listo.

La elección de los asuntos, de las palabras... nada es baladí a la hora de tratar con Bielsa. De hecho, Ernesto aún recuerda aquella vez en que intentó tirarle de la lengua adentrándose en un terreno que no conocía bien. Cuando fue descubierto, la reacción fue tan demoledora que probablemente se le quitaron las ganas de volver a intentar sonsacarle sin haber hecho los deberes.

—Andan bien los chicos de la sub-17, ¿eh? —le preguntó un día Ernesto.

—Sí, andan bien —le respondió el DT, antes de tirarse a la yugular—Nómbreme cinco.

El locutor reconoce que en ese momento apenas pudo identificar a un par de jugadores, cree recordar que al arquero y un defensa.

—¿Se da cuenta de que usted no sabe nada, que quiere conversar conmigo y se hace el canchero preguntándome por lo de la sub-17 para que yo le responda? Pero yo lo quiero investigar e interrogar ahora a usted. Si usted me dice eso, agrégueme algo adicional entonces —disparó el entrenador.

—Perdóneme, pero no los conozco mucho —se vio obligado a aceptar finalmente, recogiendo velas y deseando que la tierra lo tragara.

—Entonces no toque el tema. ¿Ve que no sabe?

Baño de humildad que acepta sin complejos echando la vista atrás, pronunciando un categórico “me hizo mierda” para resumir con mirada compungida el mal trago. “Te deja en fuera de juego, porque es demasiado lo que sabe”, sentencia.

* * *

Como toda amistad que se precie, también hubo algún accidente en el camino. Fue una ocasión en que Bielsa creyó percibir el inconfundible aroma de la traición, que si en La divina comedia de Dante ocupaba el último de los nueve círculos del infierno, en el particular universo de filias y fobias del rosarino bien podría estar un par de escalones más abajo, sobre todo si el protagonista es un periodista, una de las profesiones que más desprecia en el mundo. Ocurrió una vez que Ernesto fue a cubrir la presentación de un libro sobre Bielsa. Todo lo que oliera al argentino concitaba una atención exagerada, con periódicos, radios y televisiones presen- tes para seguir alimentando el inusitado interés del público por el seleccionador. “Todo lo que tenía que ver con Bielsa era una locura”, resume.

Según su relato, el autor del libro le pidió sacarse una foto cuando descubrió que era la persona más cercana al técnico en la sala. Gustoso posó para las cámaras mostrando la obra, sin darse cuenta de que la publicación de esta imagen al día siguiente en la prensa podría ser malinterpretada. Una llamada a las 7:00 de la mañana le dejó claro que así había sido.

—¿Ernesto?

—¿Sí?

—¿Usted fue a la presentación de un libro ayer?

—Sí, me mandó la radio.

—¿Usted habló del libro, expuso sobre el libro?

—Nooo...

—¿Cómo que no, si aparece en la foto con el muchacho que escribió el libro? Además, eso es todo falso, porque es un recopilado de charlas, de entrevistas antiguas, de conferencias de prensa y de alguna conversación que por ahí yo haya tenido. Pero, mano a mano, yo no autorizo a nadie a dialogar con alguien o conversar para un libro y menos a usted.

—Pero si el libro no es mío, si este muchacho no encontró a nadie más cercano que a mí para sacarse una foto.

—Ya, esto lo tenemos que conversar, porque no se queda acá—dijo antes de cortar la comunicación.

La relación quedó congelada un tiempo, hasta que sus pasos volvieron a coincidir en un partido en Santa Laura. Ernesto estaba relatando el cotejo para la radio y el técnico ocupaba la cabina contigua para seguir las evoluciones de algunos jugadores. Ahí aprovecharon un momento para poner en claro lo sucedido en la presentación del libro.

—Yo a usted lo tengo cortado, no hay diálogo con usted, me jugó chueco —se despachó sin anestesia Bielsa.

—¿Pero por qué está enojado, quiere que le cuente la verdad?—respondió Ernesto.

—Cuénteme la verdad —concedió el DT, que escuchó a continuación las detalladas explicaciones del relator—. ¿Me está diciendo la verdad?

—Sí, es la verdad.

—Seguimos siendo grandes amigos.

La portada de Bielsa, los años chilenos. Foto: Editorial Planeta.

En medio de fuertes versiones entre los colegas de que “Bielsa lo había cortado”, Ernesto se sintió aliviado y reivindicado a partes iguales cuando en una de sus últimas conferencias de prensa antes de su adiós a Chile, el argentino dejó claro ante todos los medios congregados que su amistad estaba intacta. Fue en el Monumental, en noviembre del 2010, con motivo del último encuentro de la Roja bajo su mando en suelo chileno, ante Uruguay, trámite que solventó por 2-0 en medio de una profunda expresión de tristeza y desamparo por parte de la hinchada.

Según asegura, los vínculos siguen vivos hasta el presente, con llamadas a su casa de Rosario para ponerse al día o en los años que estuvo al frente del Leeds. O cuando lo llamaba desde España a las 6:00 de la mañana para pedirle que le relatara un gol al más puro estilo “mató mató”.

* * *

Al rememorar cómo se alejaba la silueta de Bielsa por la puerta de embarque, era inevitable pensar que la experiencia fue tan gloriosa como fugaz, que a lo mejor tenía que haber insistido con fuerza para intentar sacarle una entrevista, que apenas quedaron un puñado de imágenes como testigo de su amistad, además de la libreta y algún otro recuerdo, que debió haberle preguntado por esto o por lo otro.

Lo cierto es que tal y como llegó en agosto del 2007 se fue en febrero del 2011. Un camión se encargó de “desbielsificar” Pinto Durán, como si su paso hubiera sido un sueño, pero por suerte la memoria no es algo que pueda montarse sobre cuatro ruedas y mandarse más allá de la cordillera.

Las tortas Montero que le traía Ernesto desde Curicó. Los chumbeques que le llegaban desde Iquique. El carnicero que le entregaba de manera exclusiva sus cortes preferidos. Aquellas comidas en La Casa Vieja de la calle Chile España o en la marisquería El Ancla, en la Panamericana con Vespucio. El verdulero que le seguía cargando un par de sandías en el auto a Ernesto cuando pasaba a saludar “porque somos amigos de Bielsa, compañero, y los amigos de Bielsa somos derechos, poh”.

A Ernesto no le importa reconocer que fueron años en los que sintió que habitaba un sueño del que no quería despertarse. “Yo andaba en una nube, no pisaba cuando conversaba con él. Porque yo decía: «Cuánta gente en el mundo querría compartir con Marcelo, conocer cómo es él». Es como, no sé, acercarse a Pep Guardiola, a Mourinho, a Pellegrini...”.

Las anécdotas se acumulan. Aquella vez que fue junto a Paqui a espiar a México, o cuando Bielsa lo felicitó por su honestidad al decirle que nunca había visto un encuentro tan malo de Chile bajo su mando, o la ocasión en que el seleccionador lo estuvo persiguiendo para avisarle de un cambio de última hora en la alineación que le había facilitado horas antes, “porque no se tiene que equivocar usted”.

Y es que, a los ojos de Ernesto, al final son esos rasgos de humanidad los que hacen la diferencia en esta historia de grandes gestas, hermosos sueños y elevadas pasiones, en unos días en que parecía que el cielo era el límite.

Como aquella vez que le llevó una camiseta desgastada y descolorida para que pusiera su rúbrica en ella.

—Quiero que me la firme para mis niños.

—¿Esto? Cachureo, tráigale una camiseta de la selección a Ernesto.

—Y ahí coloca “para Simón y Benjamín, de un amigo de su padre, Marcelo Bielsa”.

—Tome.

—¿Cómo va a darle esto a los niños? No, esto no.

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