Óscar Guillermo Garretón y el 11 de septiembre: “Quién vivía y quién moría era como una ruleta rusa”

Óscar Guillermo Garretón y el 11 de septiembre: “Quién vivía y quién moría era como una ruleta rusa”

Aún no cumplía los 30 años, pero tras el Golpe de Estado se convirtió en uno de los blancos prioritarios debido al rol que tuvo en la expropiación de empresas durante el gobierno de la Unidad Popular. Hubo gente detenida, torturada e incluso muerta para dar con el paradero del exdiputado y ex subsecretario de Economía de Allende. Garretón dice en este testimonio que su asilo se convirtió en una urgencia, no sólo para él, sino para la seguridad de todo su entorno.


La mañana del 11 de septiembre de 1973 estaba durmiendo en mi casa cuando me llegó la noticia del Golpe. Me despedí de mi mujer y de mis hijas sin hacer mucho drama, porque se trataba de no asustarlas. Pero sabía que posiblemente pasaría mucho tiempo antes de que volviera a verlas, si es que las volvía a ver.

De ahí me fui al lugar donde, según el plan que teníamos en el Mapu, teníamos que estar.

Recuerdo que ese día se votaba en tribunales el desafuero de Carlos Altamirano y el mío, yo entonces era diputado, por el juicio de sedición en la Marina, pero la audiencia no se alcanzó a realizar. Al mediodía salió el Bando N° 10 de la Junta Militar de Gobierno, anunciando la lista de los más buscados, en la cual estaba yo. Escuché por la radio que decían que me debía entregar inmediatamente en la unidad militar más próxima o atenerme a las consecuencias, y ya sabía cuáles podían ser las consecuencias. Mucha gente se presentó, diciendo que no había hecho nada. Yo sabía que tenía los dados suficientemente cargados contra mí, por lo que no era opción entregarme. Pero, de todas maneras, cuando llegó la hora límite que habían dado para presentarse, que eran las 16.30 horas, fue un momento muy especial, porque a partir de ese minuto no tenías posibilidad de arrepentirte, la suerte estaba echada, habías quemado los barcos, como diría Hernán Cortés, y que de ahí para adelante todo dependía de si tenía las posibilidades de sobrevivir en esas condiciones.

Desde muchos días antes se venía planteando la posibilidad de un Golpe de Estado y, por lo tanto, todos teníamos algún plan. El Mapu había decidido con antelación que tenía que ir a una parroquia ubicada en una zona popular de la zona sur de Santiago a cuyo párroco conocía de muchos años. En ese lugar cayó mi barba, porque tuve la suerte de que siempre anduve con barba, por lo que sacármela significaba, en la práctica, disfrazarme de otro, ser una persona distinta a la que era.

Después nos distribuyeron a distintas partes a las que teníamos que ir. Yo tenía un equipo de seguridad y nos fuimos caminando a distintas poblaciones. En ese momento ocurrieron muchas anécdotas, era una situación muy confusa, muchos helicópteros sobrevolando la ciudad, se escuchaban muchos balazos en el trayecto. Me acompañaba la mujer de un compañero que estaba embarazada.

Quién vivía y quien moría era como una ruleta de rojo y negro

Recuerdo haber llegado a la casa de un trabajador, militante del Mapu. Los militares habían dado orden de izar las banderas, así que él la había izado a media asta, en memoria de Salvador Allende. Nosotros tuvimos que convencerlo de que no hiciera tal, porque nos iba a ir pésimo ocultos allí, como también a su familia. Pero eso refleja el nivel de confusión de esos momentos. Había, incluso, rumores de que podían marchar desde el sur tropas leales a Allende, que había división en el Ejército. El mismo 11 de septiembre no había información fidedigna.

Al principio, la muerte de Allende fue un golpe muy fuerte, pero todo era muy confuso y seguía habiendo expectativas de que hubiera resistencia en algunas partes, que las Fuerzas Armadas estuvieran divididas. Nada de eso resultó. Además, hay algo que se olvida o más bien no se dice. La derrota de la Unidad Popular fue primero una derrota política, fue una derrota de una mayoría opositora que logró una mayoría social, lo militar sólo fue el desenlace. Muchos de los que fueron actores políticos de la derrota de la Unidad Popular pensaban que podían volver al poder relativamente rápido, porque ellos habían sido actores de esa derrota.

Se suponía que uno no podía estar mucho tiempo en cada una de las casas de seguridad que se habían distribuido. Pero, en esos momentos, salir de Chile no estaba en discusión. El problema se fue haciendo más complejo con los días. Como estaba en la lista de los más buscados, comenzó a hacerse muy feroz la persecución en mi contra. Empezaron a apresar y a torturar a gente, incluso a matar gente. Quién vivía y quién moría era como una ruleta de rojo y negro.

"Yo tenía un equipo de seguridad y nos fuimos caminando a distintas poblaciones. En ese momento ocurrieron muchas anécdotas, era una situación muy confusa, muchos helicópteros sobrevolando la ciudad, se escuchaban muchos balazos en el trayecto". FOTO: Archivo Histórico/Copesa.

Yo tenía un par de personas que me acompañaron durante toda la Unidad Popular y en la campaña de diputados por Concepción, que eran mi chofer y mi escolta, eran hermanos. Uno de ellos se comprometió en matrimonio, se iba a casar el 15 de septiembre, así que en agosto del 73 cambió todo mi equipo de seguridad. El problema es que ellos, pensando que ya no tenían nada que ver conmigo, no tomaron precauciones. Como estaba detectado que eran personas que conocían todos mis pasos, que me acompañaban para todos lados, conocían dónde estaban mis parientes, mis amigos, mis contactos, muy rápidamente los tomaron presos. Fueron los primeros compañeros muertos de los que tuve conocimiento. Dejaron sus cadáveres torturados, prácticamente despedazados, cerca del lugar donde vivían sus padres.

La suerte jugó mucho a favor de algunos y en contra de otros. Hubo mucha gente que resultó muerta sin tener por qué y otras, a las que nos tenían en la mira, logramos zafar. Sobrevivir o morir en esa época tampoco dependía de la fuerza orgánica de los partidos. El Partido Comunista tenía una organización mucho más poderosa que la que tenía el Mapu, pero Luis Corvalán cayó. Por eso digo que en esos días la vida y la muerte, quién caía y quién no, estaban en una tómbola.

Estaba planificado que me cambiara de lugar a los pocos días de llegar a una casa de seguridad. Estas no estaban ubicadas en las poblaciones más afectadas, como el caso de La Legua, sino en lugares más tranquilos. Me asomaba por la ventana y lo que veía era una ciudad muerta, calles vacías, silencio, ni los perros aparecían. Pero a muy pocas cuadras escuchábamos el ruido de los helicópteros, en las noches las luces de los helicópteros, y los balazos.

Durante esos días estuve fundamentalmente oculto dentro de las casas de familias conocidas. Pero eso tenía un límite, porque hubo muchas personas que fueron detenidas, torturadas y muertas por buscarme. Ahí surgió el tema de que quedarme en Chile no sólo era un problema de seguridad para mí, sino para todo mi entorno. Tú te dabas cuenta, cuando llegabas a una nueva casa de seguridad, que la gente te recibía, pero al ver sus miradas en el fondo te estaban diciendo “ojalá no estuvieras aquí con nosotros”. Y tenían toda la razón.

El tema de mi salida de Chile se convirtió rápidamente en una necesidad. Yo no podía hacer mucho, era una persona que tenía que estar muy encapsulada por la persecución que había, pero que, por el solo hecho de estar allí sin ser ubicado, le provocaba a todo el resto una situación de inseguridad tremenda.

"La suerte jugó mucho a favor de algunos y en contra de otros. Hubo mucha gente que resultó muerta sin tener por qué y otras, a las que nos tenían en la mira, logramos zafar. Por eso digo que en esos días la vida y la muerte, quién caía y quién no, estaban en una tómbola".

En el Mapu tenían temor de que si me decían que me asilara yo me negara, por lo que montaron toda la operación sin que yo estuviera enterado. Lo supe cuando llegó la persona, un dirigente intermedio del Mapu, que me dice: ¡Nos vamos! Yo partí con él sin saber a dónde. Llegamos a un lugar donde, con la ayuda de unos curas amigos, me suben a un auto en el que me llevan a otro lugar, a una rotonda. Ahí me suben a otro auto, que era manejado por funcionarios diplomáticos y me llevan a la embajada de Colombia.

Ellos tenían todo organizado, yo no participé en nada de esa planificación.

La verdad es que no sé cómo se armaron esas redes. Todavía no sé muchas cosas. Estaba la gente del Mapu, pero también intervino gente de la Iglesia Católica. Recuerdo, incluso, que en un momento llegó mi papá y lanzó dentro de la embajada una maleta con ropa para mí. Había un núcleo de gente que estuvo durante esos nueve meses que pasé en la embajada que se mantuvo comunicada, me transmitían informaciones. El mundo de la izquierda, de la Iglesia y de la familia suman mucha gente comprometida.

Cuando hablo de la Iglesia y la comparas con la Iglesia posterior, más preocupada de los pecados sexuales para pecar también, es que son dos iglesias muy distintas. Nuestro compromiso político partió por un compromiso cristiano, incluso en gente que después pasó al marxismo, por lo que había una fuerte relación con gente de la Iglesia, que luego fue clave en la defensa de los derechos humanos en tiempos de la dictadura.

En la embajada de Colombia estuve nueve meses asilado. Hubo un vuelo antes, en el que salieron mi mujer y mis tres hijas, enviado por los colombianos para llevar a la gente que estaba refugiada en la embajada, pero a mí no me dejaron salir de Chile. Ese vuelo salió, si no me equivoco, en diciembre de 1973.

Los primeros meses en la embajada fueron muy difíciles. Dormía gente en todos los salones, en el comedor, prácticamente en todos lados. En un momento llegaron a haber en la embajada más de 150 personas asiladas. Para enero del 74 ya quedábamos un grupo muy chico, a quienes no nos daban la salida. Ahí pudimos organizarnos mejor, porque antes el embajador tenía su dormitorio y una habitación más para la delegación y en el resto estábamos los asilados.

A 50 años del Golpe de Estado, Óscar Guillermo Garretón volvió a recorrer las dependencias de la residencia de la embajada de Colombia en Chile, donde permaneció asilado por nueve meses.

Estar en la embajada asilado e intentar mantener contacto con los compañeros del partido era algo inútil y muy arriesgado para los compañeros. Uno se convertía en un peligro para los que estaban afuera, y los que estaban afuera tenían ya bastante que hacer como para preocuparse de los que ya estaban protegidos dentro de un espacio de protección diplomática.

La información venía de muchas otras fuentes. Por un lado, llegaba mucha gente nueva a asilarse, así te ibas enterando de más cosas. Teníamos acceso a prensa, a las radios y teníamos comunicaciones entre las embajadas más cercanas gracias a los vínculos que habíamos ido construyendo. Además, cuando ya se quedó un grupo más reducido, el elenco estable al que no le daban la salida nos repartíamos pegas. Por ejemplo, yo estaba a cargo de hacer un seguimiento a la cosa económica y le entregaba al resto los informes que hacía. Esa era una de las pegas que tenía, porque otra era la de pinche de cocina. Al principio la comida era medio abominable, así que con el tiempo logramos convencer al embajador para que enviara a su chofer a comprar algunas cosas que nosotros le indicamos, y nosotros nos encargamos de la alimentación. Además, como cantaba y tocaba guitarra desde muy chico, era parte de la animación de las veladas en la embajada. Organizamos muchas actividades para mantenernos ocupados, jugábamos mucho bádmington, porque no había mucho espacio para jugar a otras cosas, leíamos mucho, hacíamos informes, fue una experiencia muy especial, algunos la pasaron más mal, tenían menos resistencia a estar encerrados. Pero yo me di cuenta que podía estar bien, algo que me sirvió después, cuando me tocó estar en la Cárcel de Valparaíso, para saber que podía estar sin deprimirme.

En los primeros días tras el Golpe había un ambiente de pánico y horror enorme. Yo estuve escondido en una casa muy cerca de la población La Legua y en las noches, para qué les digo, el ruido de los helicópteros, de las ametralladoras y todo eso se escuchaba toda la noche. Uno sabía que si lo pillaban lo más probable es que lo mataran, pero los seres humanos nos acostumbramos a todo, yo me acostumbré a vivir en la embajada de Colombia por nueve meses, a vivir en la Cárcel de Valparaíso y al exilio. Ahí uno prueba la resistencia que tiene a esas situaciones, uno no lo sabe hasta que le toca vivirlas. Yo tengo la sensación de que era bastante tranquilo.

"En los primeros días tras el Golpe había un ambiente de pánico y horror enorme. Yo estuve escondido en una casa muy cerca de la población La Legua y en las noches, para qué les digo, el ruido de los helicópteros, de las ametralladoras y todo eso se escuchaba toda la noche. Uno sabía que si lo pillaban lo más probable es que lo mataran". Foto: Archivo Histórico/Copesa.

Por mucho tiempo no tuve ningún contacto con mi familia. Parte del acuerdo con mi señora era que no teníamos que tener ningún contacto, en absoluto. Por una razón obvia, si sobre alguien estaba puestos los ojos para saber si había hecho algún contacto era ella. Mi mujer y mis hijas estaban en la casa de mi suegro, dentro de la casa había un militar y tenían intervenido el teléfono, algo de lo que me enteré después, por lo que no podía acercarme ni enviarles ningún mensaje.

Recuerdo que, estando ya asilado, hubo muchas amenazas sobre mi mujer y mis hijas para que yo me entregara. La noticia de mi asilo en la embajada colombiana fue muy mal recibida por las autoridades militares chilenas, estaban muy molestos con el hecho de que uno de los más buscados hubiera podido asilarse. Hubo mucha presión y acciones en contra de Colombia, incluso, en un momento, fue retirado el embajador colombiano. La relación entre Chile y Colombia estaba muy tensa por la situación de los asilados en general y la mía en particular, era una de las que más resentían.

Así empezaron los mensajes que, dicho elegantemente, señalaban: “Sabemos que usted quiere mucho a su familia, si usted se entrega, a ellas no les va a pasar nada”. Por eso tuvo que asilarse toda mi familia. Mi hija menor no tenía dos años de vida y se convirtió en asilada política.

Cuando llegaron a la embajada de Colombia fue un momento muy emocionante para mí. Trataba de que el reencuentro fuera lo menos dramático posible para no alarmar más a las niñas. Ya estaban pasando una situación muy compleja, no era necesario traspasarles más problemas. Así que traté de recibirlas con alegría, preguntarles cómo estaban, pero sin tener una actitud de drama frente a ellas. Era mejor que no se enteraran de tanto y que fuera más bien la recuperación del papá y de la familia.

Ese fue el primer reencuentro familiar. El segundo fue muchos meses después, cuando ellas ya estaban en Colombia y a mí me dieron la salida. Fue muy emocionante la solidaridad colombiana, no solamente de la población, sino también del gobierno y de la prensa. El diario El Tiempo estaba muy jugado a favor de nosotros, los asilados. El canciller de Colombia de esa época, Alfredo Vásquez Carrizosa, se transformó después en una figura de los derechos humanos en Colombia. Allá fue muy fuerte el impacto del Golpe de Estado en Chile y del asilo, sobre todo por el tiempo de permanencia de este grupo de asilados en su embajada en Santiago.

Fue la presión internacional, la presión de Colombia la que permitió que saliéramos con vida. A mí me llevaron a la embajada por eso. Porque así como Chile es reconocido internacionalmente por su férrea defensa de la tesis de las 200 millas de mar territorial, Colombia es reconocido por su defensa irrestricta al asilo político como una tradición. El asilo político es algo que en esta región se reconoce muy fuertemente, porque hemos tenido muchos golpes de Estado, tenemos legislación sobre eso, que es algo que no reconocen de igual forma en otras regiones y países. Por eso escoger la embajada de Colombia tenía una razón muy específica.

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