Columna de Ascanio Cavallo: El cuarto cuadrante



El cuarto ministro del Interior antes de cumplir el tercer año: esa es la difícil posición que se le ha conferido al exalcalde Rodrigo Delgado. Es el cuarto experimento político con que el Presidente Sebastián Piñera intenta dar configuración a su gobierno. Si el cuadrante se traza entre duros y blandos en un eje, y cercanos y lejanos en el otro, habría que concluir que Delgado viene a ocupar el último casillero, el único no ensayado hasta ahora. Andrés Chadwick representaba el espacio duro-cercano, Gonzalo Blumel el de blando-cercano y Víctor Pérez el de duro-lejano. Sólo queda el de blando-lejano.

Suena un poco infantil, como un juego escolar de casilleros. Y por supuesto que estas no son las únicas consideraciones para elegir a un ministro del Interior. Pero han sido las que el propio Presidente, con su singular estilo, ha contribuido a instalar en el imaginario público. Qué le va a hacer.

El ministro del Interior no ha sido el líder del gabinete bajo el modelo personalista de la Presidencia chilena. Michelle Bachelet tuvo a tres o cuatro titulares a los que a veces se olvidaba de informar y hasta de escuchar. Piñera ha nombrado a los suyos advirtiéndoles siempre que el Presidente es él, un detalle que, por lo innecesario, debe ser el reflejo de alguna experiencia antigua. Y es posible -aunque parezca un poco ridículo- que esta advertencia sea ahora más necesaria que antes. ¿Por qué?

Veamos. La gestión de Víctor Pérez no fue, evidentemente, la que se esperaba. La imagen que lo precedía era equivocada o su acción se vio obstaculizada por el laberinto palaciego. Cualquiera sea la razón, se vio rápidamente desbordado por conflictos que venían desarrollándose desde antes de su asunción y culminó presentando al Congreso una táctica defensiva que, de hecho, lo despojaba de su poder y de su eminencia. Esto es más importante que el problema administrativo de quién es el jefe de qué bajo un estado de excepción. Si el ministro del Interior se despoja de poder, su desnudez no tardará en ser completa. Peor aún, esa señal pudo consolidar la acusación constitucional que terminaría por destituirlo. El ministro había dejado de ser tal aun antes de la votación en la Cámara de Diputados. Si la acusación continúa ahora, ya será un asunto personal, como lo fue con Chadwick. La política personalizada es uno de los síntomas del encarnizamiento al que puede conducir la soflama en el debate parlamentario.

En otras palabras: si Pérez no caía en el Congreso, no podría seguir mucho más en el gabinete. El hecho es que tampoco esperó una decisión presidencial: renunció ante el Presidente por teléfono, antes de que éste hubiese elegido a su sucesor. Y esto lleva a dos conclusiones (preliminares).

La primera es que, en efecto, el modelo del ministro lejano, con bajo nivel de compromiso personal, entraña el riesgo de que en algún momento crucial no responda a la lógica de las prioridades que maneja el Presidente. Problema serio para un gobierno que ha vivido la mitad de su mandato sometido a momentos cruciales. La segunda implicancia, mucho más gravosa, es que el Presidente ha ido perdiendo el control de sus ministros, tanto de aquellos que representan facciones de Chile Vamos como de los que creen tener un futuro más esplendoroso que proteger.

Todo el sistema lógico de la coalición gobernante parece haber quedado desmoronado después del 18-O. Aunque muchos argumentan que La Moneda fue la primera en introducir el caos al entrar en una dinámica de negociaciones con una oposición que evidentemente no controlaba la protesta callejera, lo esperable habría sido que, pasado el trago de ricino, Chile Vamos buscara cerrar filas detrás de las autoridades que contribuyó a elegir. No fue así, y la fuerza centrífuga siguió actuando, especialmente en el Parlamento, a lo largo de todo el 2020.

Puesto que no era el rostro más adecuado para dialogar con la oposición, también habría sido lógico que la misión principal del ministro Pérez fuese cerrar las fisuras internas para afianzar la unidad de la coalición antes de que se precipite la sucesión de elecciones del 2021. Ni siquiera se sabe si lo intentó: parece ser que de sus 98 días en el cargo quedará muy poco rastro. Al nuevo ministro Delgado le cae, por tanto, un grueso fardo de tareas, todas las que se pueda imaginar cuando se es el último cuadrante: controlar el orden público, dialogar con la oposición, alinear al gabinete, unir a la coalición, enfrentar la pandemia con recesión, administrar las elecciones, mejorar la policía, uf.

El desorden de Chile Vamos es un reflejo de la ingobernabilidad que se traspasó desde las calles hacia las relaciones entre el Legislativo y el Ejecutivo. Eso no lo podrá arreglar, probablemente, aunque puede contar con que a partir de enero los partidos, estén donde estén, tendrán que dedicarse a reconstruir sus propios tejidos con la mejor oportunidad que se les ha brindado en los últimos años: seleccionar candidatos para todo. Además, quizás tenga un poco de luna de miel. Como están las cosas, seguro que será muy poco.

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