Columna de Óscar Contardo: Unidos como hermanos

FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO


Enrique Paris, el ministro de Salud, hizo un llamado a la unidad. Lo hizo el día que anunció que la cifra de contagios por el coronavirus había superado el umbral de las nueve mil personas diarias, algo que en buenas cuentas quiere decir que las semanas próximas serán críticas para las unidades de cuidados intensivos del país. Paris, además, pidió humildad. En síntesis, más que como la máxima autoridad sanitaria que le rinde cuentas a un país de su gestión en medio de una crisis brutal, el doctor Paris enfrentó a la prensa como una suerte de consejero espiritual de un enfermo al que no se le puede ofrecer nada más que una palabra de aliento y dosis bien moduladas de pensamiento mágico para enfrentar con tranquilidad lo inevitable. El ministro hizo un llamado a una especie de fraternidad cívica -”unidos como hermanos”, subrayó-, algo que contrasta con sus anteriores declaraciones, en donde lejos de la mansedumbre apostólica, exhibía la dureza del agraviado, hablando de “los chilenos” como si se refiriera a un grupo que le resulta ajeno, hostil, un grupo que se reía de él. Quien pide humildad es la misma persona que ha enfrentado las críticas con sarcasmos y sembrado la duda de la confabulación internacional en contra de un Jefe de Estado al que, si pudiera, le aplaudiría hasta la cortina musical de las cadenas nacionales. En buenas cuentas, una vez más, los mensajes cruzados, contradictorios y paradójicos de un gobierno que cultiva con desenfreno crónico una distancia infecciosa y tóxica con sus gobernados.

Al inicio del verano la autoridad creó permisos de vacaciones; cuando los índices de contagio comenzaron a elevarse en marzo, el ministro le reprochó a la población los traslados que dispersaron el virus, viajes que se produjeron justamente gracias a esos permisos y a las señales de optimismo del gobierno. Un día el ministro califica cualquier crítica, por más templada y argumentada que sea, como la señal de un boicot calculado por adversarios internacionales; al siguiente, trata las discrepancias políticas como si fueran conflictos entre parientes distanciados por una rencilla de familia. Una semana una autoridad nos asegura que somos el país mejor preparado del mundo para enfrentar lo que sea; a la vuelta de las horas, otra autoridad advierte que no es posible predecir nada, menos un virus, así que difícilmente hubiéramos podido enfrentarlo de mejor modo.

Las declaraciones de gobierno enuncian una idea, en los gestos dan cuenta de otra y en los hechos de una tercera. Una secuencia de acciones que tienden a ser simultáneas, pese a lo excluyentes: como si alguien pudiera reír, llorar y cantar al mismo tiempo.

La situación se vuelve aun más confusa cuando las autoridades de gobierno reivindican la importancia del trabajo de los especialistas y la evidencia lograda a partir de la investigación, pero solo en un determinado ámbito: el relativo al dinero y la oportunidad de negocios. Para el resto de la experiencia humana rechazan el consejo informado como una referencia. Es como si la economía fuese un ente autónomo distinto y más valioso que las personas, o al menos que la mayoría de ellas. Los especialistas sirven sólo si reafirman ciertos credos. Para el resto de las dimensiones del quehacer político, lo principal es el “sentido común”, refrendado con insistencia en ámbitos como la educación, el orden público y la salud. La idea misma de “sentido común” no tiene que ver con conocimiento, sino con la satisfacción de demandas inmediatas, ofreciendo la sensación de seguridad y exclusividad, o más directamente, la administración de los distintos tipos de miedo: a quedar sin matrícula en un colegio, a ser asaltado, a ser despedido, o el terror a sufrir una enfermedad. La gestión del temor -Aula Segura, Comando Jungla- elude enfrentar los problemas en su compleja profundidad. Pero cómo seguir haciendo malabares con el susto ajeno cuando el temor ya no es un fantasma, sino algo tan concreto como la posibilidad de morir por una epidemia que avanza.

El ministro hizo un llamado a la unidad en un país que el propio gobierno se ha esmerado en segmentar y trozar en tramos, repartiendo ayuda a regañadientes, sometiendo a la población a rendir un examen continuo de calificación para algún tipo de salvavidas económico que le brinde un mínimo de tranquilidad para mantenerse en casa y cumplir la cuarentena. No vaya a ser cosa que se compren un plasma, que lo gasten en lo que no deben. Están muriendo centenares de personas cada día. La epidemia se ensaña con la población que vive en condiciones precarias, chilenos y chilenas que deben salir a trabajar a diario, a pesar de todo, porque sus vidas consisten en moverse entre la espada y la pared. Frente a eso, el único gesto claro de nuestras autoridades es la reafirmación continua de que su gestión ha sido impecable, que no necesitan consejos de nadie, que les incomodan nuestras quejas y les ofenden intensamente nuestras necesidades.

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