Columna de Paula Escobar: Extremadamente



Dicen que no son ultras ni radicales ni extremos.

Que esas son caricaturas hechas por una izquierda radical y ultra.

Que defienden la verdad, la libertad, los valores tradicionales.

Que las élites de privilegiados seudoprogresistas -aliados con ONG, medios e instituciones globales izquierdistas- han quitado al verdadero pueblo su bienestar y su libertad, dándoles poder a peligrosas minorías, dejando entrar migrantes, debilitando la familia y la religión y agrandando un Estado inútil.

Sus provocativas redes sociales, donde abundan anónimos trolls, se mueven con habilidad para diseminar esos discursos.

Así, ha subido como la espuma en muchas partes del mundo se aquello que denomina populismo radical de derecha, y que en Chile encarna José Antonio Kast. Según las encuestas, ya desplazó a Sebastián Sichel, y estaría superando el techo del 15% que se le predecía, lo que, por cierto, es más que el 10% que sacó en la presidencial de 2017.

Quizás parte del alza de Kast tiene que ver justamente con que está evitando ser asociado a esta tendencia. Ya no muestra tanto sus fotos con Bolsonaro, por ejemplo, para poder apelar a otros votantes que no se identifican con lo extremo de sus posturas.

Pero como afirman los académicos y expertos Juan Pablo Luna y Cristóbal Rovira, la de Kast “se trata de una fuerza política que guarda importantes similitudes con la derecha populista radical en otras partes del mundo (...), “el empleo de un discurso populista no solo diferencia al proyecto político de José Antonio Kast de la derecha tradicional chilena, sino que también lo vincula de manera directa con figuras de la derecha populista radical a nivel global, como Jair Bolsonaro en Brasil y Donald Trump en los Estados Unidos”.

Esta semana, quizás por su expansión en las encuestas, avanzó en la expresión de propuestas típicas de esas figuras.

Primero, migración. Para JAK, se soluciona con una zanja de tres metros de profundidad, alambre de púas y 10 millones de dólares de costo aproximado. Se trata, para él, de una solución “factible y bastante económica”. ¿Cómo no va a ser extremo plantear eso la misma semana que una guagua venezolana de nueve meses murió al intentar ingresar a Chile con sus padres?

Luego, plantea la derogación de la ley de interrupción del embarazo en tres causales. Si él es Presidente, las mujeres no podrán terminar sus embarazos ni siquiera en caso de que esté en riesgo su vida, ni si el feto es inviable, ni tampoco si el embarazo es producto de una violación. ¿Cómo no va a ser extremo que una mujer violada sea obligada a llevar adelante su embarazo?

Luego plantea en su programa la eliminación del Ministerio de la Mujer (página 170) para “ser transformado en representaciones horizontales dentro de cada ministerio”. Propone fortalecer y proteger la familia, pero en su concepto se trata de la familia nuclear tradicional.

Los hijos e hijas de padres o madres del mismo sexo, por ejemplo, no tienen cabida en su proyecto, pues para él el matrimonio es solo entre hombre y mujer. Es un retroceso respecto de la derecha de este mismo gobierno -del cual es cierto que Kast se declara opositor-, que ha impulsado el proyecto de matrimonio igualitario. Apoyó el llamado “Bus de la Libertad” -contra la población transgénero-, pues afirmó que respeta “la dignidad de cada persona y su identidad de género, pero lo que dice ahí no es mentira. El hombre tiene pene y la mujer tiene vagina”.

Por último, dijo que cerraría el Instituto Nacional de Derechos Humanos, y que incluso se saldría de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, pues esta no habría condenado los regímenes de Cuba y Venezuela (lo que es falso). Agregó después que él condena a los dictadores de esos países, pero no al de China, porque “es complejo ahí el tema económico”... O sea, compromiso ambiguo -a lo menos- con los derechos humanos.

Hay que atreverse -como dice su programa- a decir las cosas por su nombre: el populismo de derecha radical existe y crece en Chile bajo la candidatura de José Antonio Kast y su partido Republicano. Esos liderazgos nunca deben ser subestimados: Trump y Bolsonaro se hicieron de la banda presidencial.

Este es un gran problema para los partidos de derecha tradicional, que frente a la desesperación se podrían seducir con la idea de unir fuerzas con ellos. Pero no levantar fronteras -o zanjas, ya que estamos- con Kast sería un error estratégico, pues debilitaría gravemente un proyecto de derecha moderna, además del futuro político del país. El camino que tomen ellos y las élites (especialmente empresariales) frente a Kast es clave en ese sentido. Para la izquierda, la amenaza tampoco es menor. “La irrupción de esta nueva derecha trae consigo una mayor polarización del espacio político y la posibilidad de que pierdan peso las ideas progresistas que se han venido instalando en la agenda pública el último tiempo”, explican los profesores Luna y Rovira.

Es para estar preocupados.

Extremadamente.

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