Columna de Paula Escobar: Los legítimos otros



Con su estilo sencillo y pensamiento tan profundo como original, el premio nacional de Ciencias Humberto Maturana murió este jueves y dejó una huella monumental: fue uno de los científicos más importantes de la historia de Chile y de enorme influencia global.

Especialmente relevante es recordar su legado intelectual hoy, cuando estamos a una semana de hacer historia en las urnas, pero en medio de una crisis política e institucional mayor. “Queremos cambiar la palabra oposición por colaboración. No como un cambio de palabra, sino de intención, de propósito, de actitud y de acción”, dijo hace poco en La Red, acerca de la situación política chilena.

Cuesta ver señales de lo planteado por Maturana en medio de la maraña y frenesí, en que todo parece tener lógica oposicional: declaraciones contradictorias, descalificaciones, ires y venires, parálisis... No se ve “aceptación del otro como legítimo otro en la convivencia” (al decir de Maturana), y el diálogo parece devaluado. Así, la posibilidad de “acuerdos mínimos” o “acotados” se está volviendo imposible. Parece que no hay mínimos compartidos hoy, solo máximos divisorios. El gobierno continúa con sus regateos y la oposición también se muestra bastante enredada. La senadora Provoste, y el diálogo que abrió para obtener ayudas para las familias y pymes angustiadas, recibe fuego ¿amigo?, tanto del FA como del PC, y por cierto de la diputada Jiles que, de alabarla hace pocos días, ahora proclama que esto es, ni más ni menos, “la cocina de Yasna”. Si el Poder Legislativo y el Ejecutivo no pueden sentarse ni a definir ayudas para las familias en medio de una pandemia, sin que eso sea demonizado como “cocina”, cabría preguntarles cómo esperan que funcione la democracia.

Pero, ¿hay esperanza, a pesar de todo? Puede que sí. Primero, pese a la pandemia, hay vaticinios (que ojalá se cumplan) de que la participación puede ser cercana a la del plebiscito del año pasado. Dos: un 58% declara que se siente bastante o muy interesado en el proceso constituyente y un 64% dice que es el que le despierta el mayor interés por votar (última encuesta Criteria, abril), lo que es muy relevante pensando que esta elección ya fue postergada una vez. Además, según la misma encuesta, los y las chilenas creen que a través de la nueva Constitución se logrará mejorar -en este orden- la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres (44%), la calidad de salud pública (44%), de la educación pública (43%), la protección del medioambiente (42%) y las pensiones (39%). Sigue entonces viva, en medio del conflicto y el desorden, la confianza en que por esta vía democrática se pueden lograr mejoras sustantivas en los temas más relevantes. Tres: el 91% de las y los chilenos quiere acuerdos y diálogo, según la iniciativa Tenemos que hablar de Chile.

¿Las trampas que pueden asediar a este proceso histórico? Dos caras de una misma medalla: el maximalismo y el minimalismo. El primero es obvio: que se quiera cambiar todo y, por lo mismo, se haga imposible cambiar nada importante. Quienes quieran “cambiarlo todo” serán, paradójicamente, eficaces instrumentos de la inmovilidad. El otro riesgo es el inverso, el gatopardiano: que cambie todo un poco para que no cambie nada. La tentación de obtener el poder de “veto”, del tercio que pueda atajar los “goles”. La manito de gato chilensis sería un grave error y de proporciones históricas. Ese elástico ya se venció: un Chile viable socialmente requiere transformaciones de fondo y que sean sustentables en el tiempo. La democracia debe funcionar para las personas, solucionar sus problemas, y no hay mejor vacuna que esa para las tentaciones tanto populistas como autoritarias que acechan globalmente. Se debe lograr, entonces, que nuestra democracia y nuestra institucionalidad permitan a las personas una vida mejor, más digna y menos desigual. Ese el horizonte que los y las 155 no deben perder de vista. Las esperanzas -sin plan B- están depositadas en esa posibilidad. Y para ello, es clave restaurar y resignificar la importancia del diálogo en la convención constitucional -paritaria y con representación de los pueblos originarios-. Debe ser un espacio, en conceptos de Maturana, entre “legítimos otros y otras”, que comprendan que no pueden “pretender ser dueños de la verdad”. Las y los “convencionales”, con una enorme responsabilidad histórica en sus hombros, debieran estudiar, honrar y recordar la obra y las palabras del profesor Maturana: “La democracia no es un sistema político, es un modo escogido de convivir en la honestidad, el mutuo respeto, la ética y la colaboración. Pero escogido, porque se quiere convivir”, dijo a Tenemos que hablar de Chile.

Salir del juego de suma cero, escoger convivir.

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