Los sueños y las dificultades de los chilenos en Malvinas

Imagen de Puerto Stanley/Puerto Argentino en las islas Malvinas. Foto: AFP

En las islas viven 199 chilenos, el 6% de la población total. Quienes llegaron en los 90 han visto cómo el archipiélago se ha transformado tras la guerra de 1982 entre Argentina y Reino Unido. La apacible vida en este territorio del Atlántico Sur, eso sí, sufrió un abrupto cambio producto de la pandemia, que acentuó un aislamiento difícil de sobrellevar. Respecto de los 40 años del conflicto bélico, parte de la comunidad chilena observa aquello con respeto.


Álex Olmedo tenía 20 años cuando llegó a las islas Malvinas (Falklands para los británicos). Era 1990 y el archipiélago vivía una profunda transformación ocho años después de su período más traumático: la guerra de 1982 que le costó la vida a 649 soldados transandinos y 255 británicos. Aquellos 74 días de batalla modificaron la historia de las islas, conflicto del que ya se cumplen 40 años.

“Cuando yo llegué era el comienzo de la reapertura o la conexión entre las Falklands y un país de Sudamérica, que en este caso era Chile. Me vine en uno de los primeros vuelos que se hacían desde el continente y fui uno de los primeros chilenos que se vino a trabajar para acá. No había más de cinco chilenos residentes en ese momento. A partir del año 2000 llegaron muchos más chilenos a trabajar en diferentes tipos de actividades”, cuenta Olmedo desde Puerto Stanley/Puerto Argentino.

“Las islas eran bastante diferente a lo que es hoy. Debido a la calefacción había como una nube de humo sobre las casas y los vehículos eran todos Land Rovers. También se estaba comenzando a ver el desarrollo económico. Con el paso de los años se mejoraron las calles, la gente comenzó a arreglar sus casas, los vehículos comenzaron a cambiar, la gente viajaba más y había más cosas en los supermercados”, explica Olmedo, quien ahora es propietario del Waterfront Boutique Hotel.

Álex Olmedo es propietario de un hotel.

Ubicada en el Atlántico Sur a 668 kilómetros de la ciudad argentina de Río Gallegos y 778 km de Punta Arenas, el archipiélago de 12.173 kilómetros cuadrados está compuesto por una serie de islotes y dos grandes islas, en una de las cuales se ubica Puerto Stanley/Puerto Argentino. Según cifras de la Unidad de Políticas Públicas del gobierno local, en base al censo de 2016, en las islas viven actualmente 3.398 personas (en su gran mayoría británicos), de las cuales 199 son chilenas. Incluso se estima que la comunidad de chilenos pueda ser aún mayor, ya que va al alza (en 2012 eran 181).

Como si fuese un “pequeño Chile”, los residentes nacionales en Malvinas se desempeñan como profesores, meseros, ingenieros y administradores de restaurantes. La presencia chilena, por muchos años, también ha sido visible por los productos que se comercializan, especialmente en el rubro alimenticio. Sin embargo, por las dificultades propias de la distancia, los marcas chilenas ya no acompañan de manera masiva a las británicas en los supermercados. En el último tiempo solo destacan los vinos chilenos, exportados vía Uruguay.

Antes de la pandemia de Covid-19 las personas que querían viajar a las islas lo hacían mediante un vuelo de Latam los sábados desde Punta Arenas, con escala una vez por mes en Río Gallegos. Además, los miércoles había otro vuelo desde Sao Paulo, que una vez al mes hacía escala en Córdoba. El Ministerio de Defensa británico opera vuelos dos veces por semana desde Brize Norton en Oxfordshire directamente a las islas con una parada en Cabo Verde (África). Los vuelos salen de Reino Unido los domingos y miércoles.

Cartel de "Bienvenidos a las islas Falklands".

Sin embargo, a causa de la pandemia los vuelos se encuentran sumamente restringidos, lo que ha provocado reclamos desde Argentina, elevando la tensión entre Buenos Aires y Puerto Stanley.

“Las cosas han cambiado muchísimo. Antiguamente nosotros teníamos un buen sistema de comunicación y de comercio con Chile por vía marítima. Lamentablemente, Argentina prohibió el paso del barco porque tenía que pasar por aguas argentinas. El barco venía lleno de contenedores con un gran surtido de mercaderías de procedencia chilena. Después de eso pudimos empezar a traer cosas a Montevideo, que también venían de Chile en camión, principalmente vinos, lácteos y cosas así. Con los vuelos nos llegaban frutas y verduras. Pero desde que comenzó la pandemia todo eso se acabó y traemos todo desde Gran Bretaña o desde Uruguay. Tenemos un buen suministro. Tuvimos que reinventarnos, cambiar nuestro sistema de compras. Por ejemplo, un día no había ni un solo huevo en las Falklands y ahora hay una avícola”, comenta Olmedo.

“Para el segundo año de la pandemia, todos empezamos a sentir que ya necesitábamos ver a nuestros familiares, porque hay mucha gente que se nos murió, de la familia, amigos y conocidos. Para ir a Chile tuve que viajar a Inglaterra y luego para acá y está claro que no todos pueden, porque es caro”, cuenta Vanessa Ramírez, quien emigró a las islas en 2004.

“Llegué a las Falklands cuando tenía 24 años, para trabajar como mesera en un restaurante que ya no existe. Me fui quedando de a poco hasta que las cosas empezaron a cambiar, porque empecé a hacer amistades y también me di cuenta de que la vida me gustaba mucho y empecé a sentir que también era parte de la comunidad local. Y después llegó el punto donde tenía la opción de comprar una casa o de sacar la residencia y todo eso. El lado B de la historia es que cuando yo me fui de Santiago había celulares y en las islas eran pocas las personas que tenían internet y llamar por teléfono costaba mil pesos el minuto, me salía carísimo. Así que el primer año fue extremadamente difícil para mí. La mayoría de los chilenos en ese entonces eran de Punta Arenas y yo ni siquiera tenía algo en común con ellos y me costó mucho adaptarme”, recuerda Ramírez, quien actualmente trabaja en una empresa pesquera.

Vanessa Ramírez trabaja en una empresa pesquera.

Esta industria representa alrededor del 60% de la economía de las islas, luego que Reino Unido le otorgara a los isleños los derechos para pescar en aguas a 150 millas de la costa. En los últimos años, el turismo también se ha disparado, con los cruceros que visitan Stanley. Según la revista The Spectator, los isleños ahora tienen un “nivel de vida europeo” y una buena oferta laboral. La población se ha duplicado y hay inmigrantes de Filipinas, Zimbabwe y Nueva Zelandia. Se está construyendo un nuevo puerto, así como una instalación deportiva nacional. De hecho, el eslogan de las conmemoraciones del aniversario por la guerra ha sido “Mirando hacia los 40″.

“Desde que comenzó la pandemia nos fueron diciendo que nos cuidáramos, que no hiciéramos cosas muy extremas, porque nosotros sabemos que el hospital de acá no tiene especialidades grandes. Entonces para poder atenderse era muy difícil que los aviones vinieran desde Chile o Uruguay, porque usualmente la gente cuando se va de acá por una emergencia, recurre al Hospital Británico en Uruguay o a la Clínica Alemana en Santiago. Lo bueno es que el gobierno paga todo porque de lo contrario sería demasiado caro”, explica Guillermo Baigorri, quien llegó en 2011 a las islas para trabajar en un restaurante.

Baigorri, actual mánager del Narrows Bar, destaca la calidad de vida en las islas. “Yo nunca tuve problemas con vivir en un pueblo chico, aquí viven como tres mil personas. Pero siempre hay muchas caras nuevas, hay recambio de gente, hay distintas actividades, uno se conoce, es súper seguro, la gente aún deja sus autos abiertos, no cierra sus casas, no hay rejas ni alarmas”, indica.

Guillermo Baigorri es administrador de un bar.

El fantasma de la guerra

Baigorri señala que si bien los isleños no conversan generalmente sobre el conflicto armado, los mayores aún recuerdan lo ocurrido. “Personas como mi suegra, ellos tienen como resentimiento, que es algo entendible porque fue como un tema bien agresivo para ellos. Muchos de los clientes que tenemos acá son locales, personas ya mayores que les pasó algo en el tiempo de la guerra y uno los escucha con respeto, porque hay que comprender lo que ellos vivieron”, sostiene.

En la misma línea, Vanessa Ramírez señala que si bien la guerra no tiene mayor cabida en las conversaciones cotidianas, “es un tema delicado”. “Los que vivimos en las Falklands respetamos el plebiscito que se realizó en 2013 (sobre la soberanía de las islas). Y en el que el 92% decidió continuar bajo administración británica. Somos una comunidad con una identidad muy fuerte, muy sólida”, señala.

Según Olmedo, las islas experimentaron una profunda transformación económica tras el conflicto bélico. “Han sido positivo los avances que se han registrado, el desarrollo social, el ingreso de nuevas culturas a la isla. Había un sistema marítimo bastante limitado en esa época y muchas cosas estaban vencidas. Entonces han habido muchísimos cambios”, comenta.

De Puerto Natales a Inglaterra

Tras la guerra, Londres puso en marcha un fuerte plan de inversiones, lo que permitió la construcción de caminos, un nuevo hospital, un colegio y una piscina municipal. Además se hizo un “convenio” para que los niños estudiaran en Reino Unido después de los 16 años, una situación que Saby Camblor conoce muy bien.

La oficina postal, en pleno centro.

Con apenas 11 años, esta joven chilena viajó de Puerto Natales a Malvinas junto a su padre, quien consiguió trabajo en el archipiélago. “Los primeros tres meses fueron bien difíciles porque me costó hacer amigos y no hablaba inglés. Pero una vez que agarré el idioma, estuve al otro lado”, comenta.

“Mientras estaba en el colegio la mayoría de mis amigos fueron chilenos. Era una comunidad chiquitita que estaba en distintas clases y nos juntábamos a la hora del recreo, pero igual nos aceptaron súper bien en la comunidad de los de los ingleses”, narra.

Al igual que lo ocurrido con Vanessa Ramírez, Camblor recuerda lo difícil que eran las comunicaciones años atrás. “Era 2011 y no podía llamar a mi mamá todos los días. No podía ir todos los fin de semana a verla. Había un solo vuelo semanal”, recuerda.

Con la mente puesta en Chile, Camblor pensaba volver a Puerto Natales cuando terminara la escuela. “Ese proceso fue muy difícil, porque yo tenía planeado que cuando terminara el colegio me iba a volver a Chile. Pero cuando yo tenía 15 años decidí que quería venir a Inglaterra y para hacer eso tuve que hacer un montón de papeleo por inmigración. Tuve que sacar la residencia. En el año 11, que sería como segundo medio en Chile, te hacen dar una prueba como la PSU y dependiendo de qué notas te saques, el gobierno te paga para venir a estudiar a Inglaterra. A mí me pagaron todos los estudios y estoy en la Universidad de Chichester”, afirma.

Una vez que termine sus estudios, Camblor dice que le gustaría volver a las islas. “Puse mi nombre para comprar un terreno y hacer una casa. Cada vez que voy a las islas soy una más. Tengo trabajo por todos lados, conozco a toda la comunidad y es muy bonito que sea bien conocida”, concluye.

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