Un padre perdido entre los escombros

María Obias (69) y Claudio Bonnefoy (85) vivían en el edificio de Surfside South desde el año 2005.

Claudio Bonnefoy es el único chileno fallecido en el derrumbe del edificio Surfside en Miami. Sus hijas, Pascale y Anne-Marie Bonnefoy, viajaron a buscarlo cuando se enteraron de la tragedia. Esta es la bitácora de la espera de esas hermanas y la aparición del padre, tras nueve días bajo las ruinas.


La primera vez que Pascale Bonnefoy (56) escuchó sobre el derrumbe, no pensó que fuera el edificio de su padre. Una de sus hermanas había enviado al grupo de WhatsApp familiar la noticia, comentando que parecía ser el edificio vecino el que se había caído. La segunda vez que lo escuchó, tampoco lo creyó. Un familiar de la esposa de él la llamó para decirle que efectivamente se trataba del mismo edificio donde vivían. Pero Bonnefoy seguía pensando que la torre de ellos era esa única estructura que había quedado en pie.

Y no estaba tan equivocada. La torre del condominio Champlain Towers South en la que vivía Claudio Bonnefoy (85) junto a su esposa, María Obias-Bonnefoy (69), fue la última en caer. Bonnefoy, hasta ahora, es el único chileno involucrado en la tragedia. El matrimonio, que formaba parte de los 145 desaparecidos del edificio de Surfside, en el condado Miami-Dade, vivía ahí desde el 2005. En ese momento, ya jubilados, escogieron Miami como un punto medio lo suficientemente conectado para visitar los países de origen de ambos: Filipinas -donde reside la familia de María Obias- y Chile, donde viven tres de las cuatro hijas de Bonnefoy.

Pascale, una periodista de Ñuñoa que trabaja en la Universidad de Chile y colabora para el New York Times, es una de ellas y desde hace más de un año que no veía a su padre. El clásico viaje que hacía a Chile para pasar Navidad y parte del verano aquí fue suspendido por la pandemia. Tampoco se comunicaban mucho. Cuenta que era su hermana melliza, Anne-Marie, quien tenía más contacto con él y que ella solo lo llamaba de vez en cuando. Pero cuatro días antes del derrumbe habían hablado. Fue el domingo 21 de junio, cuando la periodista organizó una reunión por Zoom para celebrar el Día del Padre. Esa vez se conectaron sus tres hijas desde Chile, la menor que reside en China, Claudio Bonnefoy y María Obias, para compartir una instancia que duró alrededor de una hora, recuerda la periodista. Durante la conversación no se habló en ningún momento sobre las condiciones en las que estaba el edificio donde vivían.

Por eso le costó tanto creer lo que había pasado ese jueves 24 de junio, a la 1.30 de la madrugada. Solo después de escuchar el buzón de voz tras llamarlo, y con el transcurso de las horas y los videos que fue viendo en internet, entendió que se trataba del edificio en el que vivía su padre.

“Después del aviso de la hermana de María, llamé a mi papá. Obviamente, no entró nunca la llamada. De ahí me puse a ver noticias, a contactarme con otros miembros de la familia y a las pocas horas con mi hermana dijimos ‘vamos a tener que viajar’”.

Arreglos pendientes

Antes del derrumbe, la pareja Bonnefoy-Obias había recién celebrado su aniversario de 30 años de matrimonio. Se conocieron en Washington, en la cafetería del Fondo Monetario Internacional, donde trabajaba María Obias. Claudio Bonnefoy, un abogado experto en Derecho Internacional Público y tío en segundo grado de la expresidenta Michelle Bachelet, había llegado a Estados Unidos junto a su familia en 1972 por un trabajo puntual: el expresidente Salvador Allende le pidió ser asesor legal de la embajada para lidiar con las multinacionales estadounidenses tras la nacionalización del cobre. Pero con el golpe de Estado, su estadía se alargó. Se divorció, sus hijas regresaron a Chile y él se volvió a casar en junio de 1991 con Obias.

Pascale Bonnefoy cuenta que estos últimos años, desde que se fueron de Washington a vivir a Miami, la pareja “tenía la vida de jubilados que cualquiera quisiera tener”. Sobre todo, porque uno de sus mayores hobbies era conocer lugares nuevos. La mayor parte del tiempo habían estado viajando entre Chile, Filipinas y otros países por conocer. Hasta ahora, su vida en el edificio Surfside se había convertido más bien en un lugar de estadía transitoria para planear los viajes siguientes. Por eso su hija siente que, en otras circunstancias, las cosas podrían haber sido distintas: “Si no hubiese sido por la pandemia, estarían viajando en esta época”.

Luego de tomarse un PCR y gestionar el permiso humanitario de viaje, las mellizas Bonnefoy llegaron al lugar de los hechos el sábado 26 de junio, sin todavía entender lo que estaba pasando. “Uno anda en piloto automático, porque además hay que resolver un montón de cosas, como temas legales o de seguros. Finalmente, hay que ver cómo era su vida aquí”, cuenta Pascale.

Claudio Bonnefoy en uno de sus viajes que realizaba con su esposa.

Al llegar, el primer trámite fue reportar oficialmente la desaparición de Claudio Bonnefoy, poner los datos de contacto y dar muestras de ADN para que cuando el equipo rescatista encontrara un cuerpo, pudiera reconocer de qué familiar se trataba y hacer la notificación.

Pero entre esa y otras diligencias, las hermanas entendieron que todo giraba en torno a los llamados briefings, que son los puntos informativos que realiza el equipo de rescate a cargo de la búsqueda de las personas desaparecidas. Esos puntos se hacen todos los días a las 9.30 am y 5.30 pm y se puede ir presencial o verlo a través de videollamada. “Cada día estas reuniones pueden ser lideradas por alguien distinto: un bombero, jefes policiales, a veces traen hasta médicos forenses para atender las preguntas de las personas. Al principio eran unos 100 familiares, pero ahora eran casi 200 que fueron llegando desde distintos lugares de EE.UU. y el mundo. Cada uno con su angustia personal y sus preguntas. Era todo bien agotador”, dice.

Bonnefoy ya había estado antes en el edificio de su padre. La última vez fue en 2015 y recuerda haber notado algunos detalles que ya alertaban que el edificio estaba deteriorado: en el estacionamiento siempre se juntaba agua, había fisuras en el techo y también en las paredes. Quizás por eso estos últimos días, a ratos, había pasado más rabia que angustia. En la prensa estadounidense empezó a correr una carta a los propietarios del mes de abril, en donde un informe técnico señalaba que los daños estructurales estaban creciendo exponencialmente. “Mi papá me hablaba que había que invertir y hacer arreglos. Que tenían que pasar por el proceso de recertificación del edificio este año y se supone que iban a empezar las obras de reparación. Pero son reparaciones. A pesar de la urgencia de esa carta, nadie te dice ‘este edificio está a punto de caer. Este edificio hay que evacuarlo’”.

De esa y otras cosas se fueron enterando las hijas de Claudio Bonnefoy, pero también tuvieron que aprender a tener paciencia: Pascale cuenta que, a veces, en las reuniones, las familias se frustraban por la demora en encontrar a sus familiares, pese que a todos se les explicó que no sería fácil remover los escombros de un edificio que se desplomó de manera vertical. “Las condiciones son extremadamente difíciles, porque esto no es como un terremoto o la ruina de un edificio. Ellos hablan de que esto es una pila, una pila compacta de escombros”.

A eso se le sumaba que cada vez que había relámpagos se tenían que suspender los trabajos y que la lluvia diluía las huellas de sangre o rastros que podía haber de quienes residían en ese lugar. Pascale y Anne-Marie entonces tuvieron que asumir una cosa: que pese a que desde el primer día supieron que no encontrarían a su padre y a su esposa con vida, este proceso sería más largo de lo que pensaron.

La zona cero

El punto informativo del jueves en la mañana no trajo buenas noticias para los familiares de los desaparecidos del edificio. A la instancia llegó un ingeniero estructural que explicó que la única estructura de las Champlain Towers South que quedó en pie corría el riesgo de un nuevo colapso y, por tanto, había que detener las labores de búsqueda. Eso hizo que la angustia y la desesperación de las familias creciera aún más y la búsqueda de respuestas en esa reunión fuera aún más agotadora.

Ese mismo jueves también fue la primera visita del Presidente Joe Biden al lugar. Para reunirse con él había que inscribirse. Pese a que los parientes de María Obias asistieron, ninguna de las hermanas Bonnefoy quiso participar.

Hubo otra cosa que tampoco quisieron hacer. Luego de unos días de haber aterrizado en Miami, el equipo de búsqueda ofreció a los familiares dos visitas al lugar del derrumbe. Los instalaron en una terraza desde donde se podía ver la pila de escombros y a los rescatistas haciendo sus labores de búsqueda. Las hermanas Bonnefoy evitaron ir. Ya habían estado el primer día a una cuadra de distancia. Esa vez, Pascale pudo ver el vacío del edificio: “Apenas llegué ahí me quebré al minuto, no soporté tanta angustia”. Había otras familias que iban para estar más cerca de sus familiares. Pero a Pascale Bonnefoy ya no le quedaba energía para eso: “No quería más tortura. Ya era suficiente con saber lo que estaba pasando. No necesité enfrentarme a esa realidad”.

Ambas hermanas compraron su pasaje sin retorno y hace poco habían decidido que se quedarían en Miami, no solo hasta encontrar a su padre, sino también a su esposa. Y existía cierta esperanza: como el matrimonio vivía en el décimo piso y su torre fue la última en colapsar, la periodista calculaba el jueves que serían de los primeros en ser encontrados.

Horas después del anuncio de la suspensión, la alcaldesa del condado de Miami-Dade, Danielle Levine, aseguró que los trabajos para localizar sobrevivientes serían en “zonas seguras” para los rescatistas y personal especializado, por lo que se pudo retomar el trabajo de búsqueda.

Un día después de eso, los cálculos de Pascale se cumplieron: a las tres de la tarde del viernes, la policía contactó a la familia de María Obias para notificarle que el matrimonio había sido hallado sin vida entre los escombros, ascendiendo a 22 el número de personas fallecidas confirmadas. Ambos cuerpos se encontraban juntos e intactos, en la zona de lo que era su dormitorio.

“Es probable que eso signifique que no tuvieron tiempo para darse cuenta de lo que estaba pasando. Porque, si no, los habrían encontrado por separado tratando de arrancar a otro lado. Eso nos da tranquilidad de que sufrieron muy poco”, cuenta Pascale.

El hallazgo además se dio justo en el momento en que las cosas para los familiares se pondrían complejas: finalmente se decidió demoler el edificio que quedó en pie. Lo harán de manera gradual, intentando que los escombros caigan hacia el otro lado de la calle, y a la par con los trabajos de búsqueda para los rescatistas. Pero no solo eso complica las cosas, para la próxima semana está anunciado un huracán, por lo que la búsqueda de los desaparecidos será aún más difícil.

Por eso que Pascale y su hermana, pese a que siguen muy preocupadas por el resto de las personas que todavía no pueden encontrar a su familiar, sintieron alivio. “Estoy tranquila de que haya sido ahora, y podamos ponerle fin a estos ocho días de angustia”, dice.

Todo esto para ella la ha dejado con una sensación rara, pero a la vez segura de algo: que nunca más quiere volver a esta ciudad.

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