Los listos del pueblo

Los festejos de la Lista del Pueblo en Plaza Italia. Foto: AGENCIAUNO.

La irrupción de la Lista del Pueblo en la Convención Constitucional fue recibida y celebrada en su momento como un inesperado ingreso de la normalidad, del postergado chileno promedio, en la actividad política capturada por cúpulas partidarias. La mítica “señora Juanita”, objeto de condescendiente referencia, se encarnaba por primera vez con voz y agencia propia.

El carácter “independiente” y no partidista profesado por la lista, de hecho, fue intensamente premiado en las urnas, incluso por quienes no conocían a los candidatos. Esto se refleja en que su primera opción en la papeleta siempre fue, por lejos, la más votada. Es decir, lograron acaparar el voto de castigo, así como recibir un voto de confianza.

La otra explicación para su triunfo es que, en teoría, se trataría de personas vinculadas a “los territorios” y a causas locales concretas, especialmente medioambientales. Luchadores y líderes sociales vecinos, próximos, reales. En contacto presencial con los problemas cotidianos de las zonas postergadas.

El romance mediático con la lista no paraba de crecer. Por cada comentario extremista de alguno de sus miembros, aparecía algún otro moderado. Había de todo, parecía. Todos lo creímos y lo queríamos creer. Eran la gran diversidad de Chile.

Hasta que llegó la inauguración. Y el primer acto de la orgánica fue Elsa Labraña -de un colectivo llamado “Mujeres de Curicó”- gritoneando como enajenada a la funcionaria a cargo de instalar la convención. Y luego el bloqueo constante de la instancia exigiendo la liberación de “presos políticos” imaginarios (sin mencionar nunca ni los casos concretos impugnados, pues los saben indefendibles, ni su número, pues parece ser ínfimo), para rematar con su uso descarado del espacio como plataforma para emitir declaraciones sobre la contingencia y perfilarse electoralmente. El chantaje fáctico a la República. La peor cara de la política de siempre.

La Lista del Pueblo, entonces, o al menos la mayoría de sus miembros, se sacó la máscara de señora Juanita para mostrar su verdadero rostro: una ultraizquierda asambleísta y autoritaria con ambiciones partidistas, que ahora se encuentra ampliamente sobrerrepresentada en la convención, la cual no dudarán en usar como podio para armar campañas al Parlamento y a la Presidencia. Y la lección es la de siempre: los independientes no existen en política. Todo antipartido deviene rápido en partido. Y no hay populismo autoritario y antipolítico que por coro de parroquia no venga.

Pero también surgen nuevas preguntas. La primera es respecto de los “movimientos ciudadanos locales” que se supone que muchos en la Lista del Pueblo representaban. ¿Son instancias verdaderamente intermedias, de sociedad civil, o simples nichos de activismo político? ¿Cuánto “pueblo” realmente congregan? La izquierda hace rato viene corrompiendo la lógica de las organizaciones sociales montando “vocerías”, “observatorios” y “coordinadoras” que obedecen a lotes políticos, tienen poco y nada de calado local, y bastante poco interés real por las causas que supuestamente promueven. ¿Cuánto de baile de máscaras hay en todo esto? Ha faltado periodismo ahí. Todo poder merece igual escrutinio: el de los mismos de siempre y el de los nuevos de siempre.

La segunda duda es respecto a qué tan representativa es esta ultraizquierda en relación a los anhelos de las clases trabajadoras chilenas. De a poco va quedando claro que la mayoría de la lista considera el violentismo callejero y las funas como la quintaesencia de la lucha popular, atribuyéndoles una dignidad y épica que resultan disonantes con la instancia misma de la convención. También que consideraron el acuerdo del 15 de noviembre del 2019 como una traición y que no pretenden respetarlo como marco y mesa de la instancia.

Estas posturas fueron exactamente las representadas por Daniel Jadue en las primarias recién pasadas del pacto Apruebo Dignidad, que el candidato comunista convirtió en un plebiscito respecto de la vía institucional y la legitimidad del pacto de noviembre. Y en las que perdió estrepitosamente frente a un Gabriel Boric acusado de “enemigo del pueblo”, “entreguista” y “encarcelador de los que luchan”. Como alegato de consuelo, varios listapopulares señalaron que no había nadie en Plaza Italia “celebrando” el triunfo de Boric en medio del toque de queda, mientras otros se cuadraron con una declaración del alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, señalando que el movimiento del 18 de octubre se había quedado sin candidatos.

Por otro lado, cualquiera que revise las encuestas, entrevistas e investigaciones disponibles sobre las expectativas políticas de la mayoría de los chilenos -tales como las conclusiones de “Tenemos que hablar de Chile”- se encontrará con esperanzas de cambios profundos e importantes, pero por vía institucional y ordenada. Es decir, más o menos lo que uno esperaría de una sociedad envejecida y mayoritariamente de clase media, con mucho que perder jugando a la asamblea universitaria.

¿Qué tan popular es, entonces, la Lista del Pueblo? ¿Qué harán, de existir, los independientes y moderados electos por la lista, ahora que queda claro su carácter partidista? ¿Cuánto apoyo tendrá la ultra ahora que se sacó la piel de oveja? ¿Cuánto tiempo durará la paciencia de las mayorías respecto de su chantaje majadero y publicitario contra la Convención Constitucional? ¿Qué tan representativas son sus posturas de los anhelos del octubre del que se creen dueños? ¿Cuántos votos sacará el “Partido del Pueblo” una vez que se articule y no puedan seguir jugando a ser la primera línea de la bondad angelical?

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