Las historias de migrantes cruzadas por su aporte a la comunidad

Ana Vanessa Marvez (directora de orquesta), Yasmani Acosta (luchador) y Marilú Málaga (linguista).

Dorotea, Yasmani, Ana Vanessa, Daniel y Marilú tomaron decisiones -personales y profesionales- que los llevaron a migrar a Chile en búsqueda de una mejor calidad de vida. Ya en Chile y desde sus distintas áreas, vieron una manera de poder contribuir al desarrollo de la comunidad local: desde el deporte, la música, la minería y otras áreas. Eso sí, todos coinciden en que los últimos acontecimientos que involucran a ciudadanos venezolanos de alguna manera los han estigmatizado.


Daniel Apolo: La lucha contra el Covid-19

Aunque no tiene certeza de cómo llegó esa idea a su cabeza, lo que sí tiene claro Daniel Apolo (42) es que desde los ocho años su sueño era ser médico. “Desde pequeño fui deportista: jugaba al fútbol, aunque esa fue siempre mi segunda opción. En la escuela fui un alumno destacado y eso me permitió estudiar en la Universidad Estatal de Cuenca, en Ecuador, una de las mejores de medicina en el país. Ahí ingresamos mil alumnos y solo nos graduamos 88″, dice, sin esconder su orgullo.

A Chile llegó en 2009 para continuar su formación académica de especialidad en medicina primaria. Aunque en un principio tenía en mente terminar sus estudios y regresar a Ecuador, ese plan fue difícil de concretar. “En ese tiempo no había muchos cupos de becas para especialidades y estudiar de manera autofinanciada era muy costoso”, rememora. Por eso, decidió ese mismo año viajar a la Región de Ñuble para trabajar en atención primaria en un sector rural y así realizar cursos de capacitación, experiencia que le valió una beca en medicina en la Universidad del Desarrollo, de 2012 a 2015.

La experiencia de Apolo lo ha consolidado hoy como especialista en Medicina de Urgencias, subespecialista en Medicina Intensiva y jefe técnico de la Unidad de Pacientes Críticos (UPC) de la Clínica Indisa, además de ser uno de los médicos más destacados en la lucha contra el coronavirus.

Daniel Apolo, médico ecuatoriano.

A comienzos de 2020, a Apolo le tocó atender a uno de los primeros pacientes de Covid-19 que se registraron en Chile: un grupo de holandeses que desembarcaron en el sur. Debido a su crítica situación, los turistas tuvieron que ser trasladados a la urgencia de la Clínica Indisa en Santiago, donde trabajaba Apolo. “Fue un desafío para todo el equipo médico, porque estaban muy graves de salud. Pero pudimos salvarlos. Fue gratificante”, relata.

Con más de 14 años en Chile, junto a su esposa y dos hijos, Apolo siente el país como suyo: “Llegué a Chile con muchas metas y gracias a Dios pude cumplirlas. Si bien me siento muy cómodo tanto en Chile como en Ecuador, acá están mi familia y mi profesión”. Eso sí, confiesa que en comparación a 2009 ha logrado ver un cambio cultural y social. “Antes había una sensación de mayor seguridad dentro de la comunidad, a diferencia de lo que se vive hoy. Sin embargo, a mí nunca me ha pasado nada. Y eso lo agradezco. Me he sentido como un chileno más”, recalca.

Dorotea López: Una mirada desde la academia

Dorotea López (51) confiesa que emigró desde México a Chile por amor. “La primera vez que pisé tierra chilena fue en 1998, después de enamorarme del chileno que hoy es mi esposo”. Pese a que López relata este episodio como uno sin mayores sobresaltos, recuerda que dejar Ciudad de México, su ciudad natal, no fue del todo simple: “Migrar siempre tiene su dolor, porque dejas atrás una familia, lo que conoces, y te sumerges a una tierra nueva”.

Con título de economista en el Instituto Tecnológico Autónomo de México y una carrera en el Banco Central mexicano, una vez en Santiago buscó trabajo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, donde luego de presentar su currículum por más de seis meses, consiguió un puesto en la Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales (Direcon). Ya en 2005 ingresó a la Universidad de Chile, donde hasta hoy ejerce como directora del Instituto de Estudios Internacionales.

“He trabajado principalmente en aspectos de política comercial, generando distintos programas para discutir temas del desarrollo, de la política comercial y grupos del pensamiento donde se tiene una vinculación muy estrecha con el quehacer público”, comenta.

Dorotea López, economista mexicana.

En ese espacio, recalca, ha tenido una “buena recepción” desde el comienzo, pues el instituto tiene una rica mezcla de alumnos extranjeros y nacionales que “se dan a conocer, conviven en las salas y luego viajan de vuelta a sus países”. Ahí, apunta López, se da un espacio para que la juventud no desarrolle “actos de xenofobia como los de hoy, porque muchas veces se odia al otro sin conocerlo”.

En ese contexto, los últimos días no han sido fáciles para López. “Da mucha pena que por un error de un par de personas se tienda a generalizar. Creo que es parte de la responsabilidad de los medios y nosotros como comunidad extranjera de desmitificar esto. No son todos los extranjeros; en todos lados hay gente con malas prácticas. Hay muchos extranjeros que vienen porque desafortunadamentedeben buscarse la vida, y eso pasa en todo el mundo”, concluye.

Ana Vanessa Marvez: Música para la integración

Desde temprana edad, en su natal Caracas, Ana Vanessa Marvez (37) sintió una conexión especial con la música. En parte fue por eso que desde los 17 años quiso profesionalizar esa pasión. Así, logró una licenciatura en Música, con mención en Educación. Además, posee un magíster en Gestión de Políticas Culturales por la Universidad Central de Venezuela, estudio que en su momento le permitió enseñar a adultos, jóvenes y niños en Venezuela. Marvez se crió escuchando al compositor venezolano Aldemaro Lillo, mientras que su instrumento con el que incursionó en la música fue la guitarra clásica.

La música es más que un oficio en Venezuela, país que históricamente le ha dado mucha importancia a esta disciplina. De hecho, la música clásica es considerada un patrimonio.

Todo marchaba relativamente bien para Marvez, hasta que la crisis -con Nicolás Maduro a la cabeza del país- se agudizó en 2015. Entonces, todo se volvió muy complicado para ella, su familia y sus colegas músicos. “Fue un golpe duro para todos. La inflación superaba el 180% y pagar el alquiler o costear los gastos básicos se hacía insostenible”, rememora.

Fue así como ese año se vio obligada a dejar su país en busca de un mejor futuro. Con solo una maleta llegó a Chile y cinco meses después consiguió trabajo como secretaria en la Academia Integral de Artes, en Ñuñoa. Eso cambió todo.

“A diario veía que llegaban personas con un acento parecido al mío buscando empleo como profesores de música. Sin embargo, en la academia no había espacio para ellos. Eso me frustró, porque era un capital humano que se estaba perdiendo”, relata. Eso la motivó a actuar y a formar un proyecto de rescate del artista migrante en Chile para ponerlo a disposición del país. De esta manera, lo que comenzó como un grupo de 30 personas, hoy la fundación “Música para la Integración” aboca a más de 300 músicos profesionales de cinco nacionalidades -entre estas la chilena-, quienes representan al país en conciertos de orquesta clásica.

Chile nos dio grandes oportunidades y estamos agradecidos por eso. Hemos logrado ser una contribución para el país y así devolver un poco de lo que ellos nos han dado”, sostiene. Pero también confiesa que los últimos hechos de violencia -que han sido protagonizados en su mayoría por ciudadanos venezolanos- la han afectado. “Como migramos los profesionales, también están migrando otras personas con otras costumbres que no reflejan el sentir de los que queremos salir adelante (...). Cuando un barco se hunde, salen todos por igual”, se lamenta.

Yasmani Acosta: El deporte como bandera de representación

Cuando Yasmani Acosta (34) aterrizó en Santiago para el Campeonato Panamericano de Lucha, en abril de 2015, él ya sabía que no volvería a Cuba: su vida en la isla había llegado a su fin. Según dice, aquella decisión la tomó para cumplir su mayor anhelo, pese a que tuvo que dejar atrás a su madre y hermano pequeño. “En Cuba quería competir y subir a niveles más altos; también ayudar a mi mamá y a mi hermano en la casa y eso se me hacía muy difícil”.

En la isla, Acosta no tenía opciones de competir en las pruebas internacionales de mayor relevancia, ya que la plaza que se entregaba para estas competencias iba destinada siempre a su compañero, Mijaín López, uno de los mejores luchadores de la historia. Pese a eso, logró el oro en el Panamericano de Lucha en 2011, en Colombia.

Ya en Chile, rápidamente comenzó a ver resultados. En 2017, durante su primer año compitiendo por los colores nacionales, obtuvo el oro en los Grand Prix de Madrid y Rumania; bronce en el Campeonato Mundial en París, y oro en el Sudamericano de Río de Janeiro.

Al año siguiente logró el tercer lugar en el Panamericano de Lima y oro en los Sudamericanos de Cochabamba. Ese año, además, obtuvo la ciudadanía chilena. En 2019 repitió el oro en el Sudamericano de Santiago y en los Juegos Olímpicos de Tokio 2021 consiguió el cuarto lugar.

He aprendido a querer a Chile. Lo que más me llena es poder representarlo como país, porque cada vez que sales es Chile y la bandera chilena la que tú llevas encima. Tu pueblo te escribe, te llama, te apoya, te muestran que te quieren, y por eso me siento parte de eso”, dice. Desde su experiencia, recuerda que nunca fue objeto de discriminación por ser extranjero: “Creo que las personas saben diferenciar entre un emigrante bueno y otro que no lo es”.

Yasmani Acosta dando una charla en el Liceo Doctor Luis Vargas Salcedo. Foto: Santiago 2023.

Eso sí, recalca que en las últimas semanas ha visto con preocupación ciertos malos tratos hacia la comunidad migrante. “Desgraciadamente, salió una ola de odio y repudio por algo que claramente causa una molestia en las personas, pero hay que ver que no todos son iguales. Hay muchas personas que vienen a ayudar, a crecer, que luchan y se sacrifican”, concluye Acosta, ahora parte de los embajadores de Santiago 2023.

Marilú Málaga: Desarrollo desde la minería

Marilú Málaga (64) llegó a Chile, junto a su esposo e hijos, en 1988. Su salida de Perú se vio forzada por la violencia desatada por el grupo terrorista Sendero Luminoso, en los últimos años del primer gobierno de Alan García. “Había una inseguridad que no sabías si ibas a llegar a casa por la noche. Los grupos radicales ponían dinamita por donde pasaras; había escasez de alimentos y había que hacer fila para todo”, recuerda.

Junto a la inseguridad, Málaga rememora lo difícil que fue trabajar en esas circunstancias. Para su esposo -geólogo de profesión- y para ella -traductora y profesora de alemán en la Universidad Católica y Universidad Ricardo Palma-, en Perú había perdido toda calidad de vida: “Con mi marido decidimos que nuestros hijos no podían crecer en un ambiente tan hostil”.

Ya en Santiago, Málaga y su familia comenzaron a barajar opciones de empleo: “Llegamos sin nada. Vivimos varias semanas raspando la olla”. En esa desesperación inicial, recuerda que a su esposo le comenzó a interesar la explotación minera en el norte del país. Entonces, comenzaron a estudiar a fondo la situación y notaron lo relevante que sería poder contar con un mecanismo de extracción de minerales portátil (que no existía en Chile), que permitiera acceder a lugares complejos, como la Cordillera de los Andes.

Luego de dos años de trabajo nació Ingetrol, un servicio de perforación minera que hasta la fecha se ha consolidado en 46 países, con más de 600 máquinas perforadoras. “Para nosotros nos llena de orgullo, porque no es un equipo fabricado sobre una mesa de ingenieros, sino que ha sido un equipo de perforación diseñado literalmente en nuestra casa y que hoy tiene a Chile como pionero en herramientas de minería”, comenta.

Al rememorar su llegada al país hace 35 años, comenta que Chile “siempre nos recibió con los brazos abiertos. Nunca sentimos discriminación, es más, la población que llegó dentro de nuestra generación llegó al país a crear emprendimientos, y llegamos con las mismas circunstancias de los que llegaron actualmente”, sostiene. Sobre la inseguridad en Chile, Marilú afirma que esta ha crecido, sin embargo, apunta como error adjudicarla a los migrantes. “Creo que es un problema social, como -por ejemplo- lo que pasó en el estallido social”.

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