La primera tripulación universitaria a bordo del Centinela I recorre las islas remotas de Chiloé

El estudiante Ignacio Donoso formó parte de la primera tripulación de Centinela I, la nueva embarcación escuela de la U. San Sebastián.

En septiembre zarpó desde el puerto Marina del Sur, en Puerto Montt, la primera generación de estudiantes de Ingeniería en Gestión en Expediciones y Ecoturismo de la Universidad San Sebastián a bordo del Centinela I, embarcación multipropósito que realizará docencia, investigación científica y labores de apoyo a localidades aisladas. Una experiencia que los llevó por lugares remotos que pocos chilenos conocen. Este es el relato de un viaje maravilloso.



Siete jóvenes pertenecientes a la carrera de Ingeniería en Gestión en Expediciones y Ecoturismo de la Universidad San Sebastián, todos ellos entre los 20 a los 24 años, nunca imaginaron que iban a ser los primeros en formar parte de la primera tripulación del Centinela I, la embarcación escuela que a principios de septiembre zarpó desde Algarrobo, con rumbo al sur del país, para iniciar sus primeras labores de docencia, siendo un proyecto revolucionario.

Todos ellos entraron a la carrera en busca de algo distinto, con el fin de aportar al desarrollo sustentable del país y a la protección de su naturaleza.

La nueva embarcación escuela Centinela I de la U. San Sebastián comenzó sus operaciones en septiembre de 2023.

Salir al mar es formar parte de esa historia. Catalina Zúñiga fue una de las tripulantes pioneras de Centinela I. A sus 22 años, cursa el último año de la carrera y cuenta que siempre quiso estudiar una disciplina que le diera la oportunidad de poder conocer más gente, lugares, sin dejar de estar rodeada de naturaleza. Esa es su meta cuando se titule y pueda dedicarse a lo que la lleven sus decisiones. Pero ni siquiera antes de matricularse se imaginó que iba a estar arriba de una embarcación por casi dos semanas para tener clases en el mar. Antes, había salido a navegar en lanchas por un par de horas, pero nunca con tantas obligaciones como las que tuvo con esta experiencia que la maravilló. Porque arriba del Centinela I no se está sentado escuchando una pizarra. Cada tripulante tiene un rol preponderante para arribar a destino.

Tuvo nervios, claro. Pero no hay nada más que le guste en el mundo que estar al aire libre en su vida. Se siente más cómoda en la naturaleza, lejos de oficinas o los típicos trabajos. “Nunca me vi trabajando en ese estilo”, reconoce, mientras hace memoria de la travesía. “Fue una experiencia totalmente nueva para mí”, dice la estudiante puertomontina.

Catalina Zúñiga cursa el último año de la carrera de Ingeniería en Gestión en Expediciones y Ecoturismo USS.

Otro de los estudiantes que formó parte de la expedición fue Ignacio Donoso, de 21 años, proveniente de Río Puelo, un pequeño pueblo en la comuna de Cochamó, uno de los primeros asentamientos rumbo a la Carretera Austral. Ignacio tampoco se ahorra adjetivos para recordar lo que ocurrió a principios de septiembre. La primera vez que él se subió al Centinela I fue el día de la inauguración, y justo a la mañana siguiente, comenzó la travesía. “Pude vivir una experiencia inigualable que me sirvió mucho para aprender, crecer y después ponerlo en práctica profesionalmente”, reconoce.

Un día normal en el Centinela

La ruta los llevó desde Puerto Montt hasta Fiordo Comau, ubicado en el Golfo de Ancud, hasta las Termas de Porcelana, cerca de Chaitén. Un día allí fue suficiente para luego dejar esa zona y pasar de punta a punta por todo Chiloé insular, a través de sus canales, visitando pequeñas islas que pasan desapercibidas la mayor parte del tiempo, donde algunos compatriotas hacen patria los meses de buen clima, aislados del mundo. Al cabo de 10 días, el retorno se concretó por el archipiélago de Calbuco retomando hasta la casa madre.

Centinela I llevó a su tripulación por el fiordo Comau, ubicado en el Golfo de Ancud,

Aparte de aprender lo que conlleva manejar un velero a vela, los instrumentos, nombres, maniobras, todo eso que no se experimenta solo leyendo en un libro o en un viaje como turista, porque arriba del Centinela I, las y los estudiantes eran tripulantes.

Un día normal arriba en la embarcación partía temprano por la mañana. El turno que madrugó se iba a descansar, mientras el otro grupo tenía que dejar todo listo para zarpar, siempre observados por un cuerpo académico de cuatro docentes, que estuvieron permanentemente en la embarcación. Ambos estudiantes explican que, en grupos, se dividían las tareas de las tres estaciones. Los tripulantes en cubierta, el capitán y navegante, que son quienes llevan el rumbo de la embarcación, y luego los de cabinas, aquellos a cargo de las tres comidas diarias y mantener el orden. Si algo está fuera de su lugar puede ocasionar un accidente, por lo que siempre debían mantener la concentración en un espacio reducido y el único ruido es el motor de la nave mientras avanza a mar abierto.

Siempre navegamos alrededor de cinco o seis horas. Y cuando llegábamos a nuestro destino, terminaba el día de navegación, tirábamos ancla y, si estábamos en un lugar más habitado, podíamos bajarnos de la embarcación a conocer”, describe Catalina.

La rotación nos permitió a todos cumplir los mismos roles por igual”, resume Ignacio, mientras que el aislamiento no fue completo, ya que durante toda la experiencia hubo señal en mar abierto, para mantenerse comunicados con sus familias.

A su suerte, pensando que salieron los días finales de invierno, el mar estuvo tranquilo, aunque no con el suficiente viento que hubiesen querido. La embarcación usó mayoritariamente el motor, pero los estudiantes valoran que las condiciones meteorológicas fueron las correctas para la misión, así estuvieron con todas las velas abiertas y la embarcación totalmente escorada. “Con buen viento y buen oleaje, la embarcación se comportó de manera excelente”, menciona Ignacio, emocionado, recordando lo que ocurrió hace solo un par de semanas.

Cuando es la primera vez, y sobre todo tanto tiempo sin tierra firme, las enseñanzas quedan aún más marcadas en la memoria.

Hasta el sector Termas de Porcelana, cerca de Chaitén, llegó la tripulación de Centinela I.

Ignacio dice que lo que más le sorprendió fue cuando escuchó al capitán David Tideswell, ciudadano Inglés que vive en Chile, decir que estaban por llegar a Chiloé insular, porque “nunca había pensado llegar a la isla a través del mar, siempre lo había hecho por el canal de Chacao”. Le sorprendió recorrer todos esos territorios y, pese a que se ven tan diminutas, casi imperceptibles en los mapas, se sorprendió por la magnitud del paisaje.

Catalina destaca Mechuque, la más occidental de las islas Chauques, además de ser la más próxima a la Isla Grande de Chile, donde habitan cerca de 300 personas, según el más reciente Censo. Allí, la tripulación compró algunas cosas para abastecerse, compartiendo con los locales, no tan acostumbrados a recibir visitas.

En otros aspectos propios de estar lejos de su zona de confort, Catalina comparte que lo más desafiante fue acostumbrarse a estar tantos días embarcados: “Al principio tuvimos problemas con los mareos, ya que el primer día nos tocó bien movido, pero ya con el tiempo nos fuimos acostumbrando”, dice, agregando que las prácticas, más que difíciles, fueron agotadoras, hasta que lograron tomarle el ritmo.

Isla Mechuque y su característico puente.

Es la mejor forma de enseñanza, ya que los conocimientos que te entregan se quedan mejor guardados que lo que tú puedes aprender en un aula sentado tres horas. Siempre te va a quedar algo, aunque sea un poquito de todo, ya que lo tienes que poner en práctica ahí mismo”, reflexiona Catalina.

Vuelta a casa

Tras 10 días, Catalina, Ignacio y la tripulación regresaron a eso del mediodía a Marina del Sur. Allí, la madre de la estudiante la estaba esperando. “Fue diferente volver a la civilización”, dice entre risas. Pasar de la calma del mar a una ciudad con sus autos y sus ritmos pueden sorprender a cualquiera. “Se nota lo rápido y estresante que es el día a día en la ciudad. En el mar, uno no tiene muchos agentes estresantes”, expresa, agradeciendo que la carrera que ha estudiado la conecta con lo que a ella le importa.

El archipiélago de Calbuco.

“Fue complicado volver a la vida normal” dice Ignacio, quien, citando a sus compañeros, señala que “el planeta Tierra seguía andando”. “El poder recorrer más de un metro cuadrado era algo a lo que no estabas acostumbrado después de 11 días. Fue grato, pero igual triste, por tener que dejar la embarcación”, dice al terminar de relatar sus memorias de navegante.

Los caminos del ecoturismo

Hasta la fecha, son 14 los estudiantes de la carrera los que han salido en el Centinela I a surcar el extremo sur, y para finales de año serán 40, sumando la próxima expedición a los alumnos de la sede Santiago que viajarán hasta Puerto Montt a principios de noviembre.

Fernando Aizman, director de la Escuela de Expediciones y Ecoturismo USS, destaca las primeras semanas de esta embarcación multipropósito y ya planifica los próximos recorridos: “Viene a constituirse como una sede de nuestra Universidad, pero que se encuentra en el mar y que es capaz de transferir conocimiento y ponerlo a disposición de la sociedad”, explica como parte de los objetivos centrales de este exitoso proyecto, y agrega: “El Centinela I permitirá aproximarnos a zonas aisladas y poco accesibles para centros de formación superior”.

Fernando Aizman, director de la Escuela de Expediciones y Ecoturismo USS.

Desde el lado profesional, el académico detalla que este puede ser el puntapié para encontrar nuevas formas de hacer ecoturismo, realzando el dato que el 42 por ciento del “maritorio” está bajo protección por alguna figura de conservación. “Chile mira su naturaleza en la tierra para la prestación de servicios ecoturísticos, pero no en el mar. Hay toda un área de desarrollo, que es parte de lo que nosotros enseñamos a nuestros estudiantes”, propone, pensando que los futuros egresados podrán generar modelos de negocios conscientes con el cuidado, la seguridad y la importancia de visitar estos lugares en mar abierto para la observación de avifauna o mamíferos marinos, por dar algunos ejemplos.

A ello, Fernando Aizman incluye el potencial de la experiencia y la suma de horas de navegación en mar y trabajo en equipo que adquirirán los estudiantes. “El valor de tener un egresado con esta experiencia puede significar una rápida y buena inserción laboral en Chile o en el extranjero. Estamos hablando que los buques de turismo son una opción habitual por parte de los turistas que recorren países o continentes”, expresa, sabiendo que para trabajar en altamar no basta con solo entender cómo se conduce una embarcación, sino contar con herramientas propias de un prestador de servicios, como seguridad, hospitalidad y otros desempeños que son valorados a la hora de insertarse en el mundo laboral.

Desde el punto de vista académico propiamente tal, la sede De la Patagonia de la USS (en Puerto Montt) ha llevado a cabo en Centinela I las asignaturas “navegación a vela y motor I y II” este 2023. Para 2024, que está a la vuelta de la esquina, la embarcación tomará otros cursos, con proyectos de investigación y vinculación con el medio, como parte de los propósitos anexos a las clases con el que se fundó este proyecto.

La carrera de Ingeniería en Gestión en Expediciones y Ecoturismo USS busca formar profesionales que creen modelos de negocios conscientes con el cuidado del medio ambiente.

Ya se están desarrollando propuestas de investigación y nuevos procesos de innovación en áreas de interés hídrico, además contribuir al desarrollo regional de estudiantes de pre y posgrado; jóvenes investigadores que están iniciando su carrera, fortaleciendo el intercambio de la ciencia con los territorios.

De hecho, el director de la Escuela de Expediciones y Ecoturismo USS sostiene que “las temáticas de investigación están ligadas a la detección de floraciones de algas en cuerpos de agua, caracterización de parásitos marinos, estudios de calidad de agua, presencia de micro plásticos, entre otros, conectados con desafíos globales”.

Centinela I busca cumplir una función social y territorial, pensando en equipos multidisciplinarios que visiten la Patagonia, utilizando esta herramienta poco común para las universidades chilenas. Un modelo educativo que va más allá de las asignaturas, que se expande en lo infinito del océano para involucrar a toda una comunidad universitaria.

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