Entre la experimentación y la obra maestra
40 pinturas, un mural y una película que relata pequeñas historias que ocurren en la enseñanza del arte. A veinte años de su primera muestra individual, el artista chileno Ignacio Gumucio presenta "La falsa modestia", una exposición que deja al descubierto cómo el azar, el juego y el humor están siempre presentes en sus pinturas. Hasta el 29 de mayo en el Museo de Artes Visuales.
“No sé de dónde sacaron esa cosa tan rara de que soy el artista rebelde”. Ignacio Gumucio (1971) habla rápido, medio en broma, medio en serio, medio sarcástico. Aunque lleva ya más de veinte años pintando y haciendo clases en distintas universidades, todavía la pregunta de rigor es su condición de hermano menor del escritor Rafael Gumucio. Y frente a un hermano que escribe novelas y que tiene solo un año más de edad, la comparación siempre ha sido recurrente. “Aunque haya pasado mucho tiempo todavía soy recordado como su hermano. Es un poco triste, pero bueno, lo acepto como una realidad. Además si tuviera que hacer la suma y resta de los beneficios que me da este asunto de que mi hermano sea conocido, he sacado más ventaja que desventaja, por eso no me alcanzo a enojar. Pero eso de ser rebelde, no… O sea, me encantaría serlo, lo que pasa es que no encuentro que me lo merezca”, explica.
Desordenado e inseguro, admite que es a su hermano y a su esposa -la artista y escultora chilena Francisca Sánchez- las únicas dos personas a quienes les permite ver sus pinturas antes de mostrárselas a cualquiera otra. “No confío en mi juicio sobre los cuadros, necesito todo el tiempo que los vea otra persona. La Francisca es mi voz. Ella y Rafael son las únicas dos personas a las que les hago caso, al resto no le creo. Es un problema, me cuesta mucho confiar en el criterio artístico de alguien, tengo una enorme confusión en ese tema”.
¿No opinas sobre el trabajo de otros artistas? Mi opinión no es muy buena porque tengo muy buen carácter, soy completamente boy scout, de buena voluntad. Entonces estoy siempre a favor de todo. A primera vista me parece todo bien, hasta las cosas más asquerosas, y a segunda vista me parece todo una mierda. Soy un poco temperamental.
Fue esa inseguridad la que tal vez lo hizo especializarse en grabado en vez de pintura cuando estudió arte en la Universidad de Chile. “En el fondo me metí ahí por timidez, porque los talleres de pintura eran muy cotizados y me daba como vergüenza, pero con el tiempo he descubierto que mis pinturas tienen mucho que ver con el grabado mismo”, cuenta.
¿Cómo dirías que ha influido esa disciplina en tu obra? Una de las cosas más parecidas es que cuando uno hace un grabado no tiene una idea exacta de cuál será el resultado. Yo tengo un poco la misma relación con mis pinturas: una especie de desaprensión con el plan. La idea va cambiando, hay una parte de sorpresa en eso. Lo otro que tiene de entretenido el grabado es que es una técnica donde todas las pillerías están permitidas, siempre busca el camino más corto. A los artistas que les gusta la historia de la pintura, en general los caminos cortos les causan desconfianza y sienten que están esquivando a los grandes maestros. Mi relación con la pintura, en cambio, tiene que ver con la formación de los grandes grabadores, es decir, de llegar de la manera más simple y con los menos pasos posibles al resultado.
¿Nunca tienes una idea premeditada cuando pintas un cuadro? Termino traicionando las ideas que tengo. He tratado de luchar con el exceso de coherencia, siempre trato como de aproximarme pero con un poco de lejanía, no tomando demasiado en serio lo que me había propuesto.
¿Cómo describirías tu proceso de trabajo entonces? Pinto muchos cuadros al mismo tiempo. Nunca pinto más de veinte minutos; cuando empiezo a aburrirme en un cuadro paso a otro. Y después cuando lo retomo, ya se me ha olvidado un poco lo que quería hacer y entonces puedo trabajar con total libertad: doy vuelta el cuadro, le pego una foto encima, etcétera. Tengo la sensación de estar reparando cuadros más que pintándolos. Como que estuviera salvando cosas que están medio desahuciadas. Me ha servido deshacerme del peso de la invención de decir algo, porque todas las veces que reconozco mi voz diciendo algo como “ya, ahora voy a hacer la Estatua de la Libertad con una metralleta”, me da vergüenza, se me desarma todo, no me gusta hacerme responsable de esa idea.
Pintar la memoria
“Me ha empezado a gustar con el tiempo el asunto material de la pintura. Esa cuestión que pasa en el castellano y también en otros idiomas: que la palabra pintura uno la ocupa para hablar de un tarro de pintura, pero también para referirse a un cuadro. Cuando digo ‘estoy haciendo una pintura’ de alguna manera digo que estoy trabajando en esos dos niveles: con el de hacer un cuadro y con el nivel básico de trabajar con un material”, explica Gumucio. La pintura ha sido el elemento común en su trabajo, pero más allá del látex y el esmalte, la experimentación con distintos materiales como barnices, pastas de muro, cartones, maderas y fotocopias ha sido una constante en sus cuadros. “Si hay algo que caracteriza al grabado es que no tiene mucha nobleza, siempre fue una técnica considerada bastarda. Y eso se refleja en mi relación con la pintura: la destreza de la tradición pictórica me trae problemas porque me hace sentir poca cosa. En cambio, todo lo que tiene que ver con las soluciones bastardas me envalentonan”.
¿De ahí viene la idea del chorreo que muchos la identifican con un sauce? Eso tiene que ver con que he descubierto que hay cosas que me encantaría hacer, pero no puedo. Entonces lo que he hecho es tratar de identificar las cosas que puedo pintar y dentro de eso está trabajar con más facilidad la figura del sauce que resulta de una caída de pintura que arma esta especie de imagen. Lo mismo pasa con las cascadas y los álamos de mis obras: son figuras que todo el mundo tiene en la cabeza, no tiene mucho que ver con la experiencia, sino que con una imagen que es fácil de hacer.
La arquitectura también ha sido un tema característico de tu obra. La mayoría de las veces tienen muchos puntos de fuga, una perspectiva inusual. Más que la arquitectura lo que me interesa es la posibilidad de rememorar los lugares, es decir, que uno mentalmente pueda volver a visitar un lugar. Hay sitios de Santiago que me han fascinado desde siempre, y que no puedo entender si no es a través de la pintura. He tratado de entender qué es lo que tienen de fascinante fotografiándolos, y la fotografía no me da una respuesta sobre eso, porque funciona con una perspectiva monocular, como los cuadros renacentistas. Los recuerdos, en cambio, funcionan de una manera que integran varios recorridos: cuando conoces un lugar sabes lo que hay detrás de una pared aunque no lo veas. Entonces mi idea es tratar de restituir lo más precisamente el recuerdo de los lugares, la vivencia, y para eso tengo que torcer un poco la perspectiva. Me parece que es posible torcerlo sin que se desarme, sino que uno puede llegar a una negociación.
Sobre el título “La falsa modestia”, ¿cómo llegaste a ese nombre? Es una actitud que me la han achacado muchas veces, y estoy dispuesto a admitir que tengo ese resto. Algo pasa que es como una actitud muy típica de los artistas. Cuando le preguntan sobre su obra son muy arrogantes, de una manera muy falsa, o son muy modestos, de una manera también muy falsa. Hay algo totalmente arrogante y enfermo en hacer arte y encontrar que todo eso tiene sentido; y por otro lado, hay algo inevitablemente banal. La falsa modestia tiene que ver con moverse en esos dos extremos: una arrogancia absoluta y al mismo tiempo una completa timidez o insignificancia. Pero además el título sonaba bien.
¿Y te consideras buen pintor? Bueno, para mis capacidades no sé… Sí, buen pintor. d
Lo Último
Lo más leído
1.
2.
3.
4.
Contenido y experiencias todo el año🎁
Promo Día de la MadreDigital + LT Beneficios $3.990/mes por 6 meses SUSCRÍBETE