Sánchez VS. Pikti
A mucha gente le sorprende: ¿abogado y artista? Seguramente no conocen su departamento, donde todas su pasiones conviven en armonía y se ven muy bien. La expresión más reciente de ellas, su ?delirio asiático? con tonos existencialistas, hasta el 28 de abril en Galería La Sala.


Hall, ascensor, pasillo y a la izquierda. Al fondo, lo que deja ver la puerta completamente abierta es… ¿una cebra? A Gonzalo Sánchez le divierte recibir así a los visitantes, provocarles por una milésima de segundo la duda: o estoy soñando o enloquecí, o estoy bajo el efecto de una droga.
Él convive con este animal de papel, de tamaño natural y carácter efímero; también con numerosas obras suyas, reflejo de la diversidad de su trabajo a través del tiempo, sin jamás tropezar con alguna, sin ninguna limitación de movilidad. Jaime Bendersky diseñó este edificio con espacios amplios que invitan a instalar arte, y Gonzalo ha ido escuchando cada vez más esa sugerencia de la arquitectura. Como abogado trabaja dentro del estudio Silva y Compañía, fundamentalmente en las denominaciones de origen y las indicaciones geográficas. Estuvo detrás de los casos de las mantas de Doñihue, de Quinchamalí, Pomaire, del atún de Isla de Pascua y la langosta de Juan Fernández. Pero además trabaja en propiedad intelectual e innovación junto a los creadores. Entonces, ¿por qué tanta extrañeza frente a su preparación en leyes y su vertiente creativa?

Fue Gonzalo Sánchez el abogado quien llegó a este departamento y decoró con sobriedad: sillones neutros, mesa de piedra y sillas modernas. Pero no tan lentamente, Pikti -su seudónimo como artista- se fue tomando el lugar, convirtiéndolo en una galería que traspasó la puerta. “Los vecinos me pidieron poner volantines en el pasillo y en el hall”, cuenta él. Esas obras retroiluminadas son parte de una serie de 2008 que llamó ‘Volantín cortado no tiene dueño’. Gonzalo hizo los dibujos y la estructura es trabajo de una familia reconocida en el oficio, los Prado. “Después trabajé con material reciclado. Iba todos los domingos al Biobío y recogía cosas chiquititas. ‘Don Pokti, don Pikti, le tenemos unas latitas aquí’, me decían los que ya sabían que buscaba piezas de relojes viejos. Son como esculturas murales, llenas de conceptos, que a veces parecen caras de deidades y otras, seres humanos atormentados por las preguntas eternas y la hipermodernidad”, explica.
El recorrido por sus diferentes épocas es largo y termina en un vuelco sorpresivo pero consistente: “Estoy en una línea nueva más relacionada con la innovación y la tecnología. Cerré la de los volantines y el reciclaje y empecé a trabajar con estas cajitas de 10 cm de espesor que generan una ilusión de infinito. Considero que el neón pertenece a Navarro y no hay que tocarlo. Lo mío tiene un vínculo con los artistas asiáticos, es un trabajo con leds, papeles especiales arrugados, de mucha calidad, pensado para durar. Gaspar Galaz me dijo el otro día: ‘He visto trabajo de luz desde hace mucho tiempo, pero esta propuesta es nunca vista’. Están por un lado las cajas circulares que proyectan túneles infinitos de luces cambiantes; por el otro, hay paisajes cordilleranos en cajas rectangulares. “Todos los rojos los obtuve con piedras de óxido que recogí en la cordillera. Las molí (‘chum chum’, ruido de moler) en un mortero, y luego las sople (‘fiuuu’, de soplido) sobre el papel. Finalmente apliqué un fijador trasparente”. En estos relieves que se superponen y flotan propone un diálogo entre el mundo de la alta tecnología de Corea, Singapur, China y Japón, con un humilde polvito cordillerano.
“Como temática está la trascendencia, las preguntas de quiénes somos, dónde vamos y de qué se trata la vida; mucha pregunta solitaria. Hay un túnel, nadie sabe a dónde lleva. Siempre digo que los seres humanos se hacen preguntas infinitas teniendo mentes finitas. Lo único que te da chispazos del gran misterio es el arte”, concluye Gonzalo.
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