Verde ¿que te quiero verde?

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El desmedido crecimiento urbano dentro de las grandes ciudades latinoamericanas se considera uno de los problemas esenciales a la hora de analizar la cantidad y distribución de sus áreas verdes por habitante. Santiago se suma a la lista de urbes donde el crecimiento urbano ha puesto una excesiva presión  a la infraestructura existente, mientras que Curitiba, en Brasil, se perfila como una de las ciudades ejemplares.




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América Latina, región con potencial de desarrollo, rica en materias primas, climas diversos y el legado de culturas ancestrales. De acuerdo con la División de Población de las Naciones Unidas, Latinoamérica es la región más urbanizada del mundo. En la actualidad nos encontramos más urbanizados que ciertas partes del mundo desarrollado y se espera que el porcentaje de la población que habita en sus ciudades continúe aumentando, por lo que para el año 2030 se estima que la cifra alcance el 86%, a la par de lo que sucede en Europa Occidental.

Por otra parte, y quizás para muchos el lado amargo de la torta, las preocupaciones por este lado del mundo se definen más por otros asuntos y se roban la película de las políticas públicas que deciden implementar los gobiernos locales. Estos temas -para sorpresa de nadie- son salud, educación, delincuencia, entre otros relacionados, típicos definitorios de nuestra región. Y así bien, y desde el punto de vista general, tenemos dos aristas que desaceleran el crecimiento verde de nuestras ciudades, teniendo en cuenta que un 81% de la población actual vive en zonas urbanas, donde la presión en la infraestructura existente afecta las construcciones, el transporte público, las redes viales, la calidad del agua, la recolección de desechos y la salud pública.

La excepción a la regla

Curitiba es la séptima ciudad en tamaño y la más verde de las capitales de Brasil. Ubicada en el estado de Paraná, cuenta con 52 m² de áreas verdes por persona, se han sembrado más de 1,5 millones de árboles, posee una red de 28 parques y bosques, el 90% de sus habitantes recicla dos tercios de sus desechos, y la ciudad ha inventado un sistema de trueque que permite cambiar basura por tokens de tránsito o productos frescos. Todo esto porque desde la década de los setenta que trabaja en el tema de la conservación y sostenibilidad. Por esa época la ciudad comenzó a desarrollar un plan urbano a largo plazo, con el fin de adaptarse a un futuro crecimiento, fomentando los espacios verdes, un ambiente limpio y un transporte público muy eficiente. Esto a la larga creó conciencia entre sus habitantes, preocupados por la contaminación del aire, los problemas de movilidad, el agua sucia y  las basuras, tanto que en algunas ocasiones han presionado a las autoridades para seguir evolucionando en esta área.

El Índice de Ciudades Verdes de América Latina es un estudio de la Economist Intelligence Unit (EIU) patrocinado por Siemens, que busca medir y evaluar el desempeño ambiental de 17 ciudades principales de Latinoamérica -entre ellas Curitiba- de acuerdo a una gama de criterios. Es así como mide el desempeño ambiental en ocho categorías: energía y Co₂, uso de la tierra y edificios, transporte, desechos, agua, saneamiento público, calidad del aire y gobernanza medioambiental. “Desde el año 2009, la autoridad medioambiental de Curitiba, en Brasil, ha monitoreado de forma permanente el promedio de absorción de Co₂ en las áreas verdes y ha venido evaluando las emisiones totales de este gas. Adicionalmente, se realizan esfuerzos para reubicar a las personas que habitan en asentamientos informales y darles viviendas de bajo costo con buenas condiciones de saneamiento. (…) La razón fundamental por la cual Curitiba ha tenido un extraordinario desempeño, es la de haber aplicado durante mucho tiempo un enfoque integral en relación con el medioambiente, lo cual, según demuestra el índice y lo confirman los expertos, es bastante inusual en el resto de la región. A comienzos de la década de los sesenta, al enfrentarse con un rápido crecimiento poblacional, los funcionarios de la ciudad implementaron propuestas para reducir la expansión urbana, crearon áreas para peatones y suministraron un transporte efectivo, rápido y de bajo costo”, señala el estudio.

Lo que ocurre con Santiago

Comencemos con la buena noticia. A nivel global, entre 2002 y 2012, Santiago ha subido de 3,84 a 4,5 m² de áreas verde por habitante, considerando el estándar que promulga la Organización Mundial de la Salud (OMS), que aconseja un  promedio de 9 m² de estos espacios por habitante. Sin embargo, Ricardo Truffello, geógrafo, magíster en geografía y geomática, y jefe de investigación del Centro de Inteligencia Territorial de la Universidad Adolfo Ibáñez, piensa que no existe una referencia bibliográfica formal para afirmar que son 9 m² por habitante los necesarios para vivir, y además hay muchas repeticiones de este dato que vienen sin fuente. Según él, deberíamos basarnos por otro dato más específico. “La ONU habla de que lo ideal es tener 16 m² por habitante. Ahora, tengo una crítica superdirecta al tema de los m² por habitante, porque se convierten en una especie de objetivo que puede tener muchos problemas al momento de concretarse como política pública. En el fondo, lo que se trata de validar es el número, y lo que se debería tratar de solucionar como política pública es la distribución. Es superfácil crear un megaparque y con eso decir que Santiago mejoró en los m² con un parque que a lo mejor se creó en la periferia, pero que en la práctica no le va a servir a todos los santiaguinos y va a seguir generando una desigualdad territorial dentro de la ciudad, que es la crítica que nosotros hacemos. No es importante el número per sé, lo importante es ver que hay lugares en la ciudad que tienen superbuen metraje, y otros lugares que tienen pésimo metraje. Incluso esas mismas desigualdades no solamente se dan a nivel ciudad, sino que se dan dentro de algunas comunas, simplemente por la diferencia de densidad de población que tenemos, o porque el equipamiento está sesgado por el grupo socioeconómico”.

Otro punto importante a considerar es que este tema generalmente está relegado al ocio y recreación y en general no es una prioridad para las autoridades, enfocadas a otras problemáticas sociales. Por lo tanto, y por razones obvias, las categorías superiores de áreas verdes son posibles en los municipios que tienen dinero. “Es así como se empieza a producir esa desigualdad tácita con una correlación superclara entre los grupos socioeconómicos altos y entre el metraje de los grupos bajos”, detalla Truffello.

Lo otro que sucede a nivel de comunas es que si tenemos una baja densidad de población, como es el caso de Vitacura, es fácil situar áreas verdes y afirmar que hay más m² por habitante, ya que hay menos gente alrededor de esas zonas. Sin embargo, si se analiza el caso de Ñuñoa o Santiago, comunas que han aumentado su densificación, donde su crecimiento es básicamente vertical y se da por entendido que se está incluyendo a mucha gente en un lugar puntual, habrá más gente compartiendo la misma plaza. Volvemos a lo mismo: muchas edificaciones y poco espacio, y convertir este espacio en áreas verdes definitivamente no es prioridad.

“En el caso de Chile completo, la distribución de áreas verdes está dada más que nada por un patrón geográfico, estableciendo una diferenciación superclara entre el norte, el centro y el sur. Ese determinismo se hace presente en las ciudades, y es así como en Antofagasta tenemos 1,34 m² por habitante -un número muy bajo-, repitiéndose la situación en otras ciudades como Iquique o Copiapó. Luego, si nos acercamos hacia el centro, este indicador va subiendo hasta llegar al paradigma de Chile que es Valdivia. Es el ejemplo de ciudad que más m² tiene por habitante, llega a 20 m² por habitante y se basa no solo en la distribución, que no es perfecta, sino a la presencia de áreas verdes metropolitanas extensivas a nivel ciudad, como es la Universidad Austral. Este patrón se repite con menos fuerza en otras ciudades como Puerto Montt y Osorno”, detalla el experto.

Los que quieren ayudar

El 26 de noviembre de 2013 se publicó en el Diario Oficial la modificación 100 al Plan Regulador Metropolitano de Santiago (PRMS 100), que modifica el uso de suelo de 10 mil hectáreas agrícolas para convertirlas en urbanas distribuidas en 8 comunas de Santiago. Para Truffello este plan y otros planes reguladores deberían hacer eco de la falta de áreas verdes, y por sobre todo de su pésima distribución. “De hecho es una de las líneas específicas del PRMS 100, el paliar la deuda de áreas verdes para Santiago. Para llevarlo a cabo, la medida plantea la posibilidad del desarrollo condicionado de áreas verdes por parte de los proyectos inmobiliarios -donde deben aplicar 5 años de mantención- más la forestación de áreas verdes metropolitanas en la periferia de Santiago. La crítica a esto va más por el lado del equivocado endosamiento de áreas verdes en comunas de bajos ingresos para paliar la situación de toda el área metropolitana, esto sumado a que las nuevas áreas, por su localización, tendrían una baja accesibilidad a nivel local. De ahí la necesidad de paliar el tema con indicadores territoriales de detalle, que revelen la situación considerando la capacidad de carga local de forma diferenciada de la Metropolitana”.

Observemos otro lado del camino. En Chile existen fundaciones que entre sus planes de desarrollo está el fomento de más áreas verdes, que traen consigo, además de recreación, el hecho de salir del círculo entre el trabajo y la casa, más aire limpio, menos basura, mejor calidad del aire y mejor calidad de vida. En Santiago somos más de 7 millones de habitantes, ¿por qué no aportar con un grano de arena?

La Fundación San Carlos de Maipo es una de ellas, y se dedica a promover el desarrollo saludable de la infancia. Para eso trabajan todos los factores de riesgo que interfieren en este desarrollo positivo, y uno de ellos es el entorno; un entorno poco cuidado es un factor de riesgo para la delincuencia, las drogas y  los malos hábitos de los niños.

Fundación Mi Parque también se dedica a algo similar, pero enfocada a la creación de barrios en zonas vulnerables. “La idea es sumar plazas de barrio en sectores con un gran déficit de áreas verdes y en cuyos entornos es fácil encontrar microbasurales, peladeros y otros problemas. Para que este tipo de recuperaciones de áreas verdes se hagan sostenibles en el tiempo, trabajamos en conjunto con los vecinos y la municipalidad. De esta forma los vecinos diseñan una plaza que realmente responda a sus necesidades comunitarias y la municipalidad se compromete con su mantención”, concluyen desde la entidad.

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