Review | Olé Guacamole: El entretenido desafío de un bachillerato inverso

Solo 49 cartas conforman el mazo de este juego de asociación de palabras en donde tendremos que evitar usar las letras que aparecen en la mesa. Un ejercicio mucho más caótico y más divertido de lo que suena.


Jugar con letras y palabras es uno de los ejercicios más efectivos que existen. Desde el clásico bachillerato, el colgado, pasando por la sofisticación del Scrabble y llegando a fenómenos más recientes como el Wordle, el uso de las letras en el contexto lúdico casi siempre funciona bien.

Dentro de esa categoría de juegos llegó recientemente Olé Guacamole, juego del diseñador Guiallaume Sandance, editado por Scorpion Masqué y distribuido en Chile por Asmodee. A simple vista, el juego no nos dice mucho sobre su interior: el nombre del juego no tiene relación con su contenido y salvo por el ingenioso y atractivo empaque con forma de palta, la verdad es que no sabía qué esperar.

El primer gran indicio, eso sí, aparece en forma de una frase que está escrita precisamente en la portada sobre el título: “El juego para la hora feliz”.

Y sí, Olé Guacamole es una experiencia hecha tanto en su formato (es caja pequeña de 49 cartas) como en la liviandad de sus reglas para disfrutarse en un contexto de relajo junto con otros amigos, ya sea en la casa, en un bar o donde sea que se reúna la gente ahora en el contexto del mundo con Covid-19.

¿Pero en qué consiste exactamente? Olé Guacamole es un juego de asociación de palabras, pero con un giro. El mazo de cartas (todas con forma de palta, por supuesto) viene con una serie de letras del abecedario. El primer jugador da vuelta una carta del mazo, por ejemplo, la L, y debe decir en 12 segundos cualquier palabra que no contenga esa letra. Por ejemplo, perro.

Luego el siguiente jugador da vuelta otra carta y la pone junto a la L. Por ejemplo, una T. Ahora, debe decir una palabra que no tenga ninguna de esas dos letras y que esté relacionada con la anterior, todo eso en 12 segundos. La ronda continua hasta que un jugador se equivoca, lo cual puede ser no diciendo nada, diciendo una palabra con una letra que está en la mesa o una palabra repetida, lo cual también está prohibido.

Por supuesto, a lo largo de todas las partidas y diferentes grupos con los que probé el juego, la mayoría de las veces lo que ocurre es que se nos escapa una letra que está en la mesa. A veces porque no la vimos y otras porque obviamente hay algo en nuestra mente que nos hace usar las letras que estamos viendo. Es un esfuerzo adicional del que muchas veces es difícil de lograr, sobre todo en 12 segundos.

Y la reacción directa frente al error del otro es casi siempre la risa. Ya sea logrando una cadena muy larga de letras o bien, perdiendo con dos vocales en la mesa, la reacción es instantánea.

Para hacerlo aun más caótico, el juego también incluye cartas con efectos, como obligar al jugador a decir dos palabras en lugar de una, poder cambiar el sentido del juego o saltarse el turno.

Quizás el único problema conceptual del juego es que, técnicamente, es de esos juegos en los que esperas jugar lo menos posible. La mejor estrategia es siempre evitar decir palabras, así que o esperas que un rival antes que tu se equivoque o cuando te aparece una carta especial, retrasas el juego lo más posible. Esto se hace mucho más presente en partidas de 8 jugadores, que es el número máximo que tiene. En general, tampoco vas a querer grupos muy pequeños, así que yo diría que entre 4 a 6 es el número ideal.

También se hace compleja la medición del tiempo. Se que haber hecho un reloj de arena de exactos 12 segundos habría sido inútil y subido el costo del juego, pero si la solución del manual es “cuenta en silencio”, no hay mucha exactitud en aquello. Y hacerlo en voz alta termina desconcentrando a un jugador que, imaginamos, está ya muy estresado buscando palabras en su mente.

Pero la verdad es que tampoco es un juego que deba tomarse tan en serio. Es un filler que puede usarse tanto en sesiones de juegos de mesa como en cualquier contexto para romper el hielo, como drinking game, o incluso para ejercitar el léxico, por qué no.

Con sus 10 minutos aproximados de duración, probablemente querrás jugar más de una partida y luego pasar a otra actividad. Pero con una alta rejugabilidad, un bonito formato y reglas tan sencillas que cualquiera puede entender, Olé Guacamole es una apuesta segura para quienes quieran introducir un poco de caos y risas en sus encuentros cara a cara.

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