Histórico

Albert Einstein: Al infinito y más allá

Revolucionó la física y se convirtió en un ícono del siglo XX. Una biografía escrita por un ex director de la revista norteamericana Time da cuenta de la vida y obra de un hombre que se sintió más cómodo desentrañando las incógnitas cósmicas que relacionándose con los seres humanos.

Recluido en casa de su madre, el joven Isaac Newton tuvo la inspiración que más tarde lo haría famoso: en un solo año, 1666, concibió el cálculo matemático, la mecánica clásica, un análisis del espectro luminoso y descubrió las leyes de la gravitación.

Las cosas se mantendrían estables por más de dos siglos, hasta que en 1905, el otro annus mirabilis, un veinteañero funcionario de la oficina de patentes de Berna escribió cuatro papers y diseñó una fórmula que pondrían todo patas para arriba. Era Albert Einstein.

En marzo, envió a la revista Anales de la Física un artículo donde exponía que la luz se propaga no sólo en ondas, sino también en cuantos, reforzando una tesis expuesta antes por Max Planck y colaborando con éste en sentar las bases de la mecánica cuántica; en abril, presentó su tesis doctoral sobre el tamaño de las moléculas, contribuyendo a probar la existencia de los átomos; en mayo explicó el movimiento aleatorio de las partículas; luego lanzó su teoría de la relatividad espacial, que establecía que "el tiempo no puede definirse de manera absoluta", porque "dos sucesos que vistos desde un sistema de coordenadas son simultáneos, ya no pueden considerarse como tales cuando se contemplan desde un sistema que se halla en movimiento respecto del primero". Y en septiembre proclamó la ecuación más conocida de la física moderna: E=mc2. Al sostener que la energía es igual a la masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz, dejó en claro que, al convertirse en energía, una diminuta cantidad de materia puede generar una fuerza enorme, cuestión que sería clave en el desarrollo de la tecnología nuclear.

Todos estos descubrimientos, al que se añadiría el de la relatividad general, hicieron de Einstein el físico más influyente del siglo XX. Un hombre que, según lo describe el ex director de la revista Time Walter Isaacson en el entretenido y documentado Einstein: su vida y su universo, combinó la erudición con el activismo político y una condición de estrella pop que nunca antes -ni después- tuvo científico alguno.

CURIOSIDAD EXTREMA
Para explicar el fenómeno hay que recurrir a la clave del éxito de Einstein. Desde que su padre le regaló una brújula a los cinco años, en 1884, hasta su muerte en 1955, el científico mostró una actitud que lo llevó a cuestionar todo. "No tengo ningún talento en especial, sólo soy apasionadamente curioso", decía. Si a esto le sumamos su tendencia a resistir las reglas y los convencionalismos, surge el personaje del "genio desaliñado": un simpático profesor que paseaba por las calles luciendo tupido bigote y enredada melena, vistiendo una sudadera de algodón y olvidando ponerse calcetines. Según Isaacson, "era amable, pero solitario; brillante, pero perplejo. Iba por ahí con aire distraído y una irónica sensibilidad. Rezumaba honestidad; a veces era tan ingenuo como aparentaba; se preocupaba apasionadamente por la humanidad, y a veces también por las personas concretas. Fijaba su mirada en verdades cósmicas y cuestiones globales, lo que le permitía parecer distanciado del aquí y el ahora".

Pese a esta imagen entrañable, Einstein fue un tipo al que la convivencia con otros seres humanos le resultó incómoda y que prefería tocar el violín y navegar a vela antes que relacionarse con sus semejantes. "Sus mayores defectos estuvieron en el ámbito de lo personal", escribe Isaacson.

Desde pequeño vivió en pugna con la autoridad y los dogmas. Se alejó de la religión judía (aunque no de la idea de Dios) y entró en conflicto con varios de sus profesores, pese a que fue un excelente alumno en el colegio, capaz de leer a Kant y Hume a los 13 años. Su escasa modestia a menudo le trajo enemigos y desde joven tuvo fama de arisco. Recién en 1908 inició su carrera docente en la Universidad de Berna, aunque más que un profesor, fue un investigador.

Pese a que conoció a grandes personajes, tuvo amistades duraderas y no le hizo el quite a la fama, Einstein fue un viajero solitario: "Jamás he pertenecido a mi país, mi hogar, mis amigos o incluso mi familia inmediata. Frente a todos estos vínculos, nunca he perdido cierta sensación de distancia y cierta necesidad de soledad", dijo en 1930. 

Su relación más importante la tuvo con Mileva Maric, la serbia a quien conoció cuando ambos estudiaban en el Politécnico de Zurich. Isaacson dice que ella fue su "musa, compañera, amante, esposa, bestia negra y antagonista". 

Se casaron y tuvieron tres hijos, entre ellos una niña que murió al poco tiempo de nacer y de cuya existencia se vino a saber en 1986. Sin duda, el episodio de la niña desconocida es uno de los aspectos más oscuros de la personalidad del científico.

El quiebre entre ambos esposos fue tumultuoso, pues Albert le fue infiel con Elsa Einstein. Para casarse con su prima, con quien ya vivía en Berlín, el físico necesitaba divorciarse de Mileva, cuestión que la residente en Berna rechazaba. En 1918, Einstein le escribió a la serbia: "Estoy dispuesto a hacer todo lo que pueda para hacer posible este paso", decía. Y lanzaba una oferta inmejorable: "El Premio Nobel (en el caso del divorcio y en el caso de que me lo otorgaran) te sería cedido en su totalidad". Mileva aceptó. Cuando, cuatro años más tarde, la Academia Sueca entregó el galardón a Einstein, éste se quedó con el honor, mientras las 135 mil coronas fueron a parar a los bolsillos de su ex mujer.

El divorcio alejó a Einstein de sus hijos. La distancia crecería luego de que emigrara a Estados Unidos, en 1933. Nunca volvió a Europa y eso hizo más difícil la relación con ellos. Aunque Hans Albert viajó a América cinco años más tarde y se reconcilió con su padre, pero Eduard, el menor, se quedó en Suiza internado en un asilo mental, sin que su padre se le acercara jamás.

INTELECTUAL PUBLICO
Inseguro en sus vínculos más íntimos, Einstein fue un hombre preocupado de los problemas de su tiempo, en torno a los cuales mostró convicciones fuertes, aunque muchas de éstas variaran. Inicialmente pacifista y antinacionalista, tras el Holocausto promovió los estudios que terminaron en la construcción de la bomba atómica y fue un defensor de la creación de Israel.

Habiendo realizado sus principales hallazgos cuando aún no cumplía los 40 años y recibido el Nobel de Física a los 43, tuvo tiempo para trascender las fronteras de la ciencia. Se transformó en lo que hoy se denomina "intelectual público", abordando temas tan diversos como la defensa del socialismo democrático, la promoción de los derechos civiles o la idea de instaurar un gobierno mundial.

Hasta el final, sin embargo, pasó la mayor parte del tiempo concentrado en sus ecuaciones, adhiriendo cada vez con mayor fuerza a la noción de una realidad objetiva. Tomó creciente distancia de la mecánica cuántica que él mismo había ayudado a desarrollar y que supone la presencia de una aleatoriedad fundamental en el universo. Einstein postulaba la existencia de "una realidad objetiva independientemente de que nosotros podamos observarla". Ello lo llevó a pronunciar su frase más famosa: "Estoy convencido de que Dios no juega a los dados con el universo".

El físico pasó las últimas tres décadas en la búsqueda casi religiosa de una "teoría del campo unificado", capaz de gobernar todas las fuerzas de la natura-leza y que diera cuenta de esa esquiva realidad que él intuía. Isaacson sostiene que Einstein "creía que la simplicidad y la unidad eran rasgos distintivos de la obra del Anciano" (Dios). 

Para desentrañar esos misterios, se adentró como pocos en la profundidad de incógnitas cósmicas insondables para los simples mortales. Eso lo hizo más atractivo de cara a un público que hasta hoy lo venera por su sencillez y genialidad. Como le dijo una vez su amigo Charlie Chaplin, "a mí me aplauden porque todos me entienden, y a usted lo aplauden porque nadie lo entiende".

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