Andrés Couve, el científico que quiere que Chile se crea inteligente
Dirige un instituto de neurociencia de gran nivel y cree que en Chile hay un polo de desarrollo en esa área. Pero le interesa tanto sacarle algunos secretos a la mente humana como convencer a la sociedad de la importancia que tiene crear una cultura científica que permita hacer un gran descubrimiento en Chile. Según él, lo central es creer que podemos. Pero no creemos.

Casi todas las mañanas, Andrés Couve se va a su trabajo en bicicleta y siente que hace un viaje por la historia. Empieza en el presente en su casa en Vitacura desde donde baja, pasa por los alrededores de La Vega y la zona que en la Colonia llamaban La Chimba y sigue hacia Independencia, a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Ahí el biólogo se dirige a un subterráneo y vuelve al futuro cuando entra a un laboratorio con nombre en inglés, el Biomedical Neuroscience Institute, BNI (Instituto de Neurociencia Biomédica), enfocado en una de las áreas que más interés genera hoy en las ciencias: el cerebro, el sistema nervioso y el funcionamiento de la mente. Ese centro reúne desde hace casi cinco años a 11 especialistas -biólogos, siquiatras y físicos- más sus equipos, es decir, cerca de 200 científicos con muchos diplomas y publicaciones. Couve es su director.
—¿Cómo es estar a cargo de un equipo de gente muy inteligente?
—Terrible, un infierno. Como tratar de arrear gatos. Imposible. Hay que tener en cuenta que son personas con una autoestima muy alta, con títulos y grados. Pero me he dado cuenta de que la manera es no intentar dirigirlos. Coordino actividades y trato de dar una visión común, pero parte importante de mi trabajo es que la gente tenga libertad para perseguir sus intereses y proveerlos de la plataforma necesaria para que eso ocurra.
No era obvio que este biólogo fuera el director de este instituto. Entre sus investigadores hay científicos con más trayectoria y cargos, como la Premio Nacional de Ciencias Naturales Cecilia Hidalgo y el decano de la Facultad de Medicina, Manuel Kukuljan, o científicos que tienen tantas o más publicaciones que él, como Claudio Hetz, uno de los investigadores más productivos que hay en Chile.
—¿Qué tenías tú?
—Creo que algunas emergentes habilidades comunicacionales y políticas. El interés por vincular personas y relacionarme con el resto de la comunidad y la preocupación porque el instituto saliera al mundo, las empresas y el público en general.
Couve investiga la biología celular de las neuronas, tiene su laboratorio y cerca de 40 publicaciones, pero este año se ha hecho más evidente que también se está convirtiendo en un actor público, casi político, en su área. Esta semana estuvo en el programa El Informante de TVN. Es presidente de la Sociedad de Biología Celular y fue uno de los integrantes más jóvenes –comentario que le da risa porque tiene 46 años- de la comisión presidencial “Ciencia para el desarrollo de Chile”, que se formó en enero y entregó en julio una propuesta para impulsar la investigación en el país. Pero al igual que cuando se va al trabajo en su bicicleta, cuando se trata de desarrollo de una cultura científica también siente que se mueve entre la Colonia y el futuro.
Ahí donde están todos
Estudió biología en la Universidad Católica y tras hacer un doctorado en Nueva York y un postdoctorado en Londres, se instaló junto a su mujer en Valdivia para trabajar en el Centro de Estudios Científicos (CECS) que dirige Claudio Bunster. Al año estaba de vuelta en Santiago.
—¿Por qué?
—No funcionó la interacción con el dueño de casa y la directiva y salí muy rápido.
Cecilia Hidalgo y Manuel Kukuljan lo recibieron en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Le atrajo que hubiera grupos de investigación consolidados y una cultura asociativa y de equipo. “Llegué a tener mi laboratorio pero muy luego botamos la pared y lo juntamos con otros dos e hicimos uno grande”. Ese fue el germen del centro que hoy dirige. Se vincularon con más científicos y postularon en conjunto para formar un instituto milenio, uno de los programas de fomento a la ciencia más importantes que existen hoy en Chile, a través del cual el Ministerio de Economía adjudica fondos por cinco años –renovables por otros cinco- para que se creen grupos de investigación de alto nivel en distintas áreas.
“Estos institutos”, dice Couve, “dan la oportunidad de hacer muy buena ciencia, pero también puedes hacer más que eso. Tienes financiamiento muy bueno a nivel nacional, con un horizonte de 10 años, lo que cambia el panorama: inviertes en ciencia a largo plazo, hay espacio para pensar y para que las ideas maduren. Además cuando juntas a 11 buenos investigadores aparecen nuevas dimensiones: en educación y extensión, lo mismo con tecnología y empiezas a comunicarte con la esfera política, los medios y los demás institutos. Eso con tres años de financiamiento no pasa. Solo tampoco. La plata es una cosa, la plata en grupo y a largo plazo es otra muy distinta”.
Actualmente hay nueve institutos milenio. De ellos, además del que dirige Couve, hay otros dos que estudian el cerebro: el Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso, y el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad.
—¿Por qué está “de moda” la neurociencia?
—No podría no estarlo. Absolutamente todo lo que hacemos como seres humanos, cómo reaccionamos, percibimos el mundo o nos movemos, pasa por ahí. Si le agregas a eso los procesos cognitivos, aprendizaje, memoria, es una parte esencial de lo que nos determina y nos permite proyectarnos. Si eso no está de moda... es más, siempre lo ha estado. Ha ido cambiando el nombre, el énfasis, qué ámbitos del mundo se incorporan. La filosofía trataba de responder las mismas preguntas, pero resulta que actualmente hay varias que puedes empezar a contestar desde la neurociencia.
—¿Cómo cuáles?
—Hasta hace poco tiempo nuestra toma de decisiones le pertenecía sólo a la sicología. Hoy es neurofisiología. Podemos ver qué le está pasando a alguien en su cabeza cuando toma una decisión y predecir qué va a hacer. Ahí hay toda una rama nueva que todavía no se consolida del todo, que es la neuroeconomía. También está el aprendizaje, que se estudiaba desde el punto de vista de la educación o la sicología y hoy se puede analizar a nivel molecular. Puedes hacer muchos experimentos con memoria. Eso está empezando a influir en cómo enseñamos.
—¿Cómo está influyendo en la forma en que se enseña?
—A través del estudio de laboratorio sabemos bastante bien de qué modo consolidas un recuerdo. Cómo algo pasajero se transforma en algo permanente, que se ve exacerbado si el ambiente es muy positivo o muy negativo, que ayuda si duermes. Por eso cuando me preguntan qué tiene que hacer un niño para aprender bien, lo primero que digo es “tiene que dormir bien”. Todo esto significa que estás pudiendo meter en el ámbito de las ciencias duras muchas cosas que hasta hace poco estaban fuera. Puedes formular preguntas nuevas a problemas antiguos y aparecen centros de investigación muy sólidos que contienen la palabra mente.
El interés va de la mano de descubrimientos y avances de los últimos 15 años. Está, por una parte, el mapa del genoma humano. “Ahora puedes ver cómo un grupo de genes afecta la conducta. O si tienes un problema siquiátrico o neuroconductual puedes ir a mapear genes. En el laboratorio de Hernán Silva o Pedro Maldonado estamos haciendo cosas como esas”. O desarrollos tecnológicos que permiten ver al cerebro en acción. “Más que microscopios toda una serie de técnicas de imagenología que te dejan ver qué le está pasando a una persona dentro de la cabeza sin tocarla, o poniéndole un casco para visualizar su actividad eléctrica, mientras hace un sin fin de tareas, por ejemplo, evocar un recuerdo”. Al auge de la neurociencia también contribuye la necesidad de entender enfermedades como el alzheimer o el parkinson, que en poblaciones más envejecidas cobran más relevancia, y la mayor cantidad de casos de autismo.
Como resultado, actualmente a nivel global hay muchos investigadores y fondos en el área y tanto Estados Unidos como Europa están destinando muchos recursos y capital humano a programas que intentan modelar el cerebro.
—¿Qué puede ofrecer un centro chileno como éste en ese contexto?
—Primero, si todos están ahí, no podemos quedarnos fuera. Lo segundo es que tenemos que concentrarnos en las áreas donde tenemos ventajas comparativas.
Uno de los debates que ha existido a nivel científico en los últimos años es el de los “laboratorios naturales”, un concepto que apunta a que Chile, al momento de hacer ciencia, debiese enfocarse en una serie de condiciones únicas que tiene, como los cielos para la astronomía o el desierto o el océano Pacífico. “Pero yo no saco nada con decir voy a ser líder en Antártica si no tengo las capacidades”, dice Couve y agrega: “Para mí, nuestra principal ventaja comparativa es nuestra gente. Los laboratorios quedan cojos si no consideras las capacidades, y hoy en Chile las nuestras están en las ciencias biológicas. No hay gente que nos compita cuando hablamos de la excelencia académica”.
—¿Por qué piensas que hay ventajas específicamente en el área de la neurociencia?
—Por una razón histórica. En los 60 y 70, Chile participó de descubrimientos importantes en neurociencia. Hubo científicos que publicaron trabajos fundamentales, como Joaquín Luco, o Mario Luxoro y Eduardo Rojas. Cuando eso pasa se genera una mística y eso se traduce en jóvenes que se incorporan. Ese es el origen de la neurociencia aquí, Chile tiene una tradición y de ahí venimos todos, incluso los que, como yo, no se formaron con investigadores de acá. Esto es igual que cuando la gente dice que Steve Jobs hizo su primer Mac en un garage. Lo que no dicen es que el garage estaba entre cuatro de las principales universidades de la costa oeste de Estados Unidos, en medio de ese ambiente intelectual. Por algo ocurrió ahí. No es suerte. Que hoy existan tres institutos de neurociencia y al menos dos o tres núcleos en el área no es chiripa ni es porque es el tema del momento sino porque hay una historia.
—¿Hay un polo en neurociencia en Chile?
—Yo encuentro que sí, de todas maneras. Y se está ampliando. Hay buenas publicaciones, muchas personas formándose, se están produciendo un número creciente de seminarios y talleres de primera categoría. Hay redes internacionales y un interés fuerte de parte la comunidad.
—Y ustedes en el Instituto de Neurociencia Biomédica tras casi cinco años funcionando, ¿qué han logrado?
—Creo que, primero, la productividad científica ha sido súper buena. No podemos compararnos con un instituto en Alemania o Estados Unidos que tiene 60 investigadores y mucho más recursos, pero sí nos comparamos muy favorablemente con los de nuestro tipo en todas partes del mundo. Pero han aparecido otras cosas más allá de lo que cada uno hace individualmente: si en la parte científica nos ha ido bien, en la parte posicionamiento nos ha ido mucho mejor, hemos puesto una marca a nivel nacional y regional. Hemos logrado llegar a la comunidad para informar en los medios. Lo mismo en educación y eso también influye en que me llamen a la comisión presidencial y poder influir en las políticas públicas.
—¿Qué falta?
—El objetivo científico lo tenemos bastante cubierto, pero lo que me gustaría a mí es que de aquí saliera ese gran descubrimiento que realmente genera mística. Eso todavía no pasa.
—¿Qué descubrimiento te gustaría que saliera de aquí?
—No sé. Me da lo mismo, lo que sea, pero me interesa que alguien lo logre y a eso estoy dedicado, a que la gente pueda hacer ese descubrimiento relevante. Pero quiero agregar algo: hacer ciencia en Chile no es lo mismo que en un país desarrollado donde te puedes dedicar a tu investigación científica. Aquí, al mismo tiempo, tienes que tratar de que la ciencia sea relevante en el país. Hacer el descubrimiento personal que a mí me encantaría o permitir que otros más chicos puedan trabajar sobre una mejor plataforma son dos tareas distintas. Si tú revisas la historia de los científicos chilenos esto se repite, no hemos salido de esa. Creemos que sí, pero todavía trabajamos en condiciones precarias.
—¿Por qué?
—Porque hay poca inversión, no hay más vueltas que darle. No tenemos un sistema bien hecho, es un desorden descomunal, no hay visión de largo plazo, es caótico. Por eso tengo una doble misión: por un lado, tratar de hacer descubrimientos importantes y, por otro, generar condiciones para que otros los hagan.
—¿Y cómo se generan las condiciones para que aquí en Chile se produzca un gran descubrimiento?
—Hace pocas semanas vino un panel voluntario de revisores internacionales que nos evaluó como instituto: entre ellos Martin Raff, pionero en biología celular al que yo admiro mucho. Le pregunté qué haría él para promover un descubrimiento relevante en el país. “Eso tiene que ver con que las personas tengan la confianza de que lo pueden hacer. A eso le pondría énfasis, dale a tus estudiantes la confianza de que pueden atacar un problema grande para que hagan algo gravitante”. Pero eso es una revolución cultural aquí en Chile. Es una pega gigante que engloba todo.
Chile no tan inteligente
“Ando con una enfermedad de oportunitis. Creo que como país nos podríamos sentir orgullosos del conocimiento que generamos, creernos que pueden pasar cosas acá, que están pasando. Me da pena que no lo veamos porque significa que no confiamos en la gente, no creemos que somos capaces. Vamos bien, todos sentimos que avanzamos, necesitamos una señal y ahhhhhh, ¡no pasa!”, dice Couve.
A más de un mes de que la comisión presidencial “Ciencia para el desarrollo de Chile” entregara un informe, Couve está frustrado aunque todavía espera una buena noticia. Durante seis meses trabajó junto a otros 34 académicos, economistas, ingenieros y profesionales de otras áreas y elaboraron 26 medidas para fortalecer la investigación y cultura científica. Entre otras, la necesidad de un ministerio de ciencia que dé una visión de largo plazo.
La Presidenta Bachelet recibió las medidas en el mismo periodo en que se sinceraba la baja en la economía y se instalaba el “realismo sin renuncia” y el único anuncio que hizo fue que la Iniciativa Científica Milenio, bajo la cual están los institutos como el de Couve, y que hoy depende del Ministerio de Economía, se traspasará a Conicyt. “Algo que es obviamente un retroceso”, dice el biólogo.
—¿Por qué es un retroceso?
—Porque es una iniciativa que funciona muy bien. Porque Conicyt, que depende a su vez del Ministerio de Educación, no tiene la misma muñeca que Economía, porque los investigadores a través de Conicyt tienen poca llegada a los que toman las decisiones, porque Conicyt mismo es un tema menor en Educación y porque el Ministerio de Economía ha reconocido el valor de este programa. Sacarlo de ahí es que no nos creemos el cuento de que hay un vínculo entre ciencia, tecnología e innovación. Es retroceder a un sistema más atrasado. Es un error, una movida que en el mejor de los casos va a dejar todo igual, pero lo más probable es que empeore las cosas. No sé, no entiendo. Típicas cosas de Chile, finalmente.
—¿Es decir, que consideras que el resultado de la comisión finalmente fue malo?
—Hasta ahora sí. Verdaderamente desmotivante.
—¿Qué esperabas tú?
—Si piensas en serio en el interés nacional, hay que multiplicar por siete el sistema. Esa fue la conclusión de la comisión. Ni yo ni nadie estaba esperando que se hiciera eso, pero sí que la Presidenta recibiera ese informe y diera una señal, aunque fuera chica. Que en vez de aumentar en siete veces, dijera que se va a aumentar en cero punto dos. Pero me molesta que en cambio esta haya sido la señal porque es improvisada y muestra que no hay compromiso con la ciencia.
—¿Qué te hubiera gustado que pasara en la comisión?
—Nosotros entregamos un trabajo serio, que involucra muchas visiones y nadie lo podría encontrar poco razonable. Pero el informe es un poco neutro, no hay una jugada.
—¿Qué tipo de jugada?
—En Ecuador se creó un ministerio, pero no se llama de ciencia e innovación sino que se llama Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano. Se la creyeron y están fundando una ciudad nueva, Yachay, para la academia, la investigación y creatividad. No sé si va a resultar porque Ecuador está recién empezando, pero refleja una apuesta. ¿Por qué aquí no podemos decir, por ejemplo, que Chile tiene que transformarse en un país inteligente? Me hubiera encantado hablar de eso, que nuestro objetivo fuera que cada persona se sienta inteligente. Decir que todos vamos a aportar con nuestra inteligencia a este país. Son cosas que motivan pero no hablamos de eso. Nos faltó la estrella, la luz. Eso es lo que le faltó a la comisión, pero no nos atrevemos, creemos que es volado, hippie…
—¿Pero dijiste eso en la comisión?
—Sí.
—¿Nadie te pescó?
—Nadie, nadie.
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