Baby Roja: Vuelta al colegio luego de las portadas
Hace apenas dos semanas que la selección chilena Sub 17 concluyó su Mundial. Una vez finalizado el torneo que le puso todos los ojos encima, regresó a sus vidas la realidad. Ésta es la crónica de la vuelta a la rutina de los niños que un día soñaron con reinar.

Un sueño puede durar noventa minutos, quince días o una vida entera, pero al vacío que deja cuando se termina inexcusablemente le llaman realidad.
Han pasado menos de dos semanas desde que el sueño mundialista de la selección chilena Sub 17 se hizo añicos en Chillán, en aquel ingrato encuentro de octavos de final ante México. Apenas medio mes en el que los Marcelo Allende, Ignacio Saavedra, Brian Leiva y compañía pasaron de ser ídolos mediáticos a convertirse de nuevo en lo que realmente eran, en lo que nunca dejaron de ser y en lo que todavía son; niños de 16 ó 17 años.
Niños disfrazados de futbolistas mayores porque el desafío que asumieron al enfundarse la casaquilla nacional no era en absoluto una tarea menor. "Este equipo venía de un infierno después del Sudamericano. Venía hundido, todos lo criticaban, lo pifiaban cuando jugaba acá, y yo creo que finalmente sacamos la tarea adelante, sacamos al equipo del infierno y lo logramos llevar un poco más arriba". Son palabras de Marcelo Allende, referente, capitán, máximo goleador de la Baby Roja en el Mundial de Chile y hoy, nuevamente, alumno de Liceo. Concretamente del Brígida Walker, un colegio municipal ubicado en la comuna de Ñuñoa en el que el jovencísimo volante de Cobreloa cursa tercero medio.
Viéndolo caminar parsimoniosamente por los pasillos del centro educativo, en compañía de Cristopher González y Nicolás Cerda, sus inseparables escuderos, cuesta adivinar en Allende rasgo alguno de aquel jugador talentoso y aguerrido que dos semanas atrás acaparaba las páginas de los principales diarios del país. Lejos de los focos y las cámaras, y camuflado entre la marea de estudiantes, nada distingue a primera vista al capitán de la Selección del resto de sus compañeros de colegio salvo, tal vez, su flequillo despeinado por el viento matinal, su contagiosa sonrisa y las cicatrices heredadas de la última batalla: el tabique de la nariz desviado -que le obligará a tener que pasar por el quirófano- y un tobillo maltrecho del que el jugador se restablece con sesiones de terapia en la Clínica MEDS. Y, claro, la convicción de que la experiencia ha merecido la pena: "Deportivamente, el Mundial es lo más grande que me ha pasado en la vida. En la calle la gente me ve ahora con otros ojos, me saluda, pero yo intento seguir mi vida, seguir haciendo lo que siempre he hecho. Todos me dicen que tenga los pies en la tierra y eso es lo que hago, ser como era antes del Mundial, como he sido toda mi vida", explica, antes de ingresar al aula, el jugador, tras estampar su firma en una libreta a dos jóvenes e ilusionadas admiradoras; dos compañeras de liceo más o menos de su misma edad.
El Robinho de Pudahuel
Pese a su destacado desempeño en la Copa del Mundo, al más joven de los seleccionados chilenos que concurrió el pasado mes a la cita planetaria no le pueden la prisa ni la ansiedad. Tiene un futuro fantástico como futbolista, pero todavía no sabe (ni su representante ha recibido oferta alguna en firme, advierte) si su siguiente parada será Santiago (como desean su familia, su novia, sus amigos e incluso él mismo), o Calama, lugar al que debería mudar su residencia para proseguir su formación en su actual club, Cobreloa.
"Ojalá aparezca algo acá", manifiesta el centrocampista de 16 años, cuyo rendimiento académico es, en opinión del encargado de Asuntos Estudiantiles del Liceo, Eduardo Ítalo Mella, casi mejor aún que su porvenir deportivo: "Marcelo (Allende) es súper buen alumno. Puedes ver sus notas. Son sobre seis. Está entre los tres mejores del curso", asegura antes de destacar su "capacidad de liderazgo, integración y participación" como sus principales virtudes. "Me gusta estudiar, no me gusta ser un vago. Si no funciona el deporte, me gustaría estudiar alguna carrera, pero obviamente mi primera opción es el fútbol", reconoce Allende, quien actualmente alterna sus estudios de Técnico Deportivo en el Brígida Walker con su práctica semanal en un colegio de su comuna natal, Pudahuel.
"Marcelo es un chico destacadísimo a nivel deportivo, pero también un gran alumno y una gran persona. Lo más importante para nosotros es el valor que tiene como ejemplo para los otros chicos", resalta Juan Pablo Pavez, director del centro de educación del que también surgieron otros futbolistas como Waldo Ponce o, más recientemente, el colocolino Cristian Gutiérrez.
Finalizadas sus horas lectivas y sin tiempo apenas para continuar acaparando elogios y felicitaciones de parte de sus compañeros de colegio, Marcelo Allende, hermano del también futbolista Misael, de 21, regresa junto a su madre. Toca continuar con la rehabilitación de su tobillo.
La jornada en el Liceo ha concluido por hoy y Robinho, como comenzaron a apodar al jugador en las series menores de Cobreloa -por su forma de jugar, pero quizás también por su color de piel, como él mismo matiza- se pierde entre los rostros y las sombras que pueblan los pasillos.
"Me gustaría jugar algún día en el fútbol inglés, que me encanta, pero para eso aún hay que trabajar mucho", confiesa Allende antes de despedirse, y de perderse otra vez entre la muchedumbre, convirtiéndose a cada paso que da en Marcelo, simplemente en Marcelo, el chico de 16 años, el educado y prolijo estudiante, el secretario del curso 3°D que una vez fue mundialista.
En la casa cruzada
A la misma hora en que Marcelo Allende abandona el Liceo Brígida Walker para regresar a su casa en Pudahuel Sur, en el Athletic Study Center de Las Condes muchos de sus compañeros de camarín en la Selección toman clases de refuerzo para preparar los exámenes libres que comienzan la próxima semana.
Allí, en el mismo colegio de régimen especial en el que se formaron connotados deportistas chilenos como Marcelo Ríos, Kristel Kobrich, Felipe Miranda, Milovan Mirosevic, Ángelo Henríquez o Natalia Ducó, por citar sólo algunos, cursan sus estudios básicos buena parte de la plana central de la Baby Roja. Los cruzados Juan José Soriano, Ignacio Saavedra, Manuel Reyes, Brian Leiva, Gonzalo Jara y Fabián Monilla; o la joven promesa de Universidad de Chile, Gabriel Mazuela, han vivido aquí buena parte de su período post-mundialista, es decir, esa suerte de proceso catártico que supone el regreso a la realidad más cotidiana tras tomar parte en un evento tan exigente.
En San Carlos de Apoquindo, en la residencia Sergio Livingstone, los jugadores de Universidad Católica procedentes de regiones que disputaron el Mundial inician su lenta readaptación al medio. Aquí es donde viven. A partir del 16 de noviembre, y durante cuatro días, deberán enfrentar los exámenes finales que pondrán término al primer ciclo de su formación académica. Es hora de hacer el último esfuerzo: "Terminar el colegio es positivo. Una etapa más que concluye. Quedamos atrasados después del Mundial, pero nos dieron una semana para repasar y ponernos al día", explica al respecto el central santiaguino Soriano, quien a diferencia de sus compañeros, no vive en la residencia que la UC destina a sus jugadores en edad de formación.
Uno de los que sí habita en la Precordillera tras ser reclutado en su Punta Arenas natal es el volante Brian Leiva, quien hace aproximadamente un año y medio lo dejó todo por un sueño; convertirse en futbolista profesional. El mismo que persiguen el penquista Fabián Monilla, quien se prepara para dar la PSU pensando en estudiar Administración de Empresas; el sanfelipeño Manuel Reyes, quien tras cuatro años en San Carlos aún reconoce no haberse acostumbrado por completo a las normas y a los horarios de la convivencia, "a andar pidiendo permiso todo el tiempo"; y el oriundo de Huechuraba Ignacio Saavedra, quien también vive en la residencia para evitar tener que cubrir diariamente el largo trayecto que separa su hogar del centro de entrenamientos cruzado.
Tras la cita planetaria, la rutina de Leiva, Monilla, Reyes y Saavedra ha vuelto a ser la de siempre; clases en el Athletic, entrenamiento, almuerzo, descanso, entrenamiento y cena. Poco margen para la distracción -más allá de las obligadas partidas de ping pong y playstation- o para perder el tiempo mirando al pasado, a ese Mundial de Chile que parece hoy tan lejano en el tiempo. "El fútbol es presente", exclama, tras una larga pausa, Juan José Soriano. Puede que esté en lo cierto.
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