Señor director:

Me refiero a la columna de Gabriel Villarroel publicada el domingo en estas páginas. Pareciera haber en el autor una nostalgia por los "valores" que se nos impusieron por la fuerza a todos los chilenos, entre los años 1973 a 1990, olvidándose del significado del retorno a la democracia, tan enraizada en la historia de nuestra República. Dice Villarroel que la Concertación habría socavado el patriotismo y el orgullo de ser chilenos, el valor del orden y el principio de autoridad y la institución de la familia. Discrepo de tales conclusiones.

En sus 20 años de gobierno, la Concertación recuperó el patriotismo y el orgullo de ser chilenos en el más amplio sentido. El desarrollo de debates de ideas para hacer de Chile un país cada día mejor y la recuperación de las manifestaciones artístico-culturales fueron sólo una pequeña muestra del potencial creativo que estalló con la vuelta a la democracia y que devolvió la chilenidad a su más genuina expresión: la de un país no sólo con pluralidad de paisajes, sino que también de personas y proyectosde vida.

En cuanto al valor del orden y el principio de autoridad, la Concertación restituyó ambos conceptos al lugar en donde siempre debieron estar. Ambos conceptos trascienden el ámbito militar y un presupuesto básico es que ellos sean hechos cumplir por dignatarios legítimamente electos y con las limitaciones previstas en beneficio de todos los ciudadanos. Varias de las manifestaciones que el autor describe son problemas explicables en el contexto de cualquier democracia mundial y hacer frente a ellos únicamente por medio de la fuerza, sólo los agrava e implica renunciar a uno de los valores consustanciales de una democracia: el diálogo.

Respecto de un supuesto debilitamiento de la familia, el autor soslaya las reformas legales que tuvieron lugar durante los últimos 20 años y que han contribuido a la equidad y a la justicia en el seno de las familias chilenas, fortaleciendo tanto a éstas como a sus miembros.

Jorge Grunberg Pilowsky