Bauhaus: El arte para la gente común cumple 90 años
La escuela que desconcertó a los alemanes, indignó a los nazis y fascinó a los estadounidenses celebra sus nueve décadas con exhibiciones en todo el mundo. El grupo fundado por Walter Gropius marcó el arte, el diseño y la arquitectura del siglo XX.
Empezó como un sueño y se transformó en una apología a la racionalidad. Alemania intentaba levantarse después de la Primera Guerra Mundial cuando Walter Gropius, de 35 años, escribía las primeras líneas de su manifiesto: "La meta final de toda actividad artística es la construcción". Su objetivo era una sociedad en la que no importaran las clases sociales, donde el arte estuviera al servicio de todos y hasta el elemento más común gozara de valor estético. En 1919, fundó la escuela Bauhaus en la ciudad de Weimar.
Fue el inicio utópico de una escuela que partió con alrededor de 150 alumnos (mitad hombres, mitad mujeres, en una proporción algo escandalosa para la época) y con un puñado de genios: László Moholy-Nagy, Paul Klee, Wassily Kandinsky y Ludwig Mies van der Rohe, entre otros. Comenzaron místicos (el pintor Johannes Itten era una especie de gurú que insistía en que rezaran) y terminaron siendo la cara visual de la ciudad moderna: aquella conquistada por la racionalidad, la limpieza y sencillez de la geometría, a través de las armas de la industrialización. A 90 años de su creación, en ciudades como Weimar, Berlín, Tokio y Estados Unidos, el aniversario se celebra con grandes muestras en torno al movimiento que conjugó arquitectura, arte y diseño.
Traducido literalmente como "casa de la construcción", Bauhaus era mucho más que una escuela de arquitectura. Su nombre apuntaba a un lugar donde el aprendizaje y la experimentación fluyeran libremente. Las artes aplicadas (hasta entonces vistas como el hermano pobre de las bellas artes) eran tratadas con respeto: al contrario de las recargadas piezas artísticas de las clases adineradas, la pandilla de Gropius ensalzaba los objetos útiles, hechos para la gente común. Según él, una vez que cayera "el muro de arrogancia existente entre artistas y artesanos", podía lograrse "la nueva construcción del futuro". En su afán democratizante, los miembros de la Bauhaus aspiraban crear elementos bellos dentro de su sencillez, que en su perfecta funcionalidad se elevaran a un nivel artístico.
"Todos vivíamos juntos como hermanos", describía Ré Soupault, un alumno de la Bauhaus. En la escuela, los artistas debían renunciar a sus egos y trabajar en favor de la difusión del conocimiento. Abiertamente antiburguesa, la escuela intranquilizaba a los vecinos de Weimar con sus fiestas alocadas, su escandalosa costumbre de tomar sol sin ropa (en esas casas de techos planos que se convirtieron en sello de la Bauhaus) y los romances "libres" entre sus miembros.
No era de extrañar que, hacia 1925, fueran presionados para dejar Weimar. Renacieron en Dessau, donde pudieron elevar su edificio e instalar toda una villa según sus propios preceptos. Para ese entonces, la escuela había evolucionado para abrazar las posibilidades de la industria. Gropius proclamaba: "Arte y tecnología: una nueva unidad". Sus objetos no sólo debían ser estéticos, sino que fabricarse en serie y ser puestos a disposición de todos. De la industria tomaron diseños con líneas rectas, además de los grandes ventanales frontales de los edificios, que servían como solución económica (y estética) para el problema de la luz. Por esos años, Marcel Breuer creó la silla Wassily, una butaca plegable, con asientos de tela, confeccionada a partir de tubos de acero. No tuvo la recepción esperada: los alemanes no querían muebles que cualquiera pudiera adquirir; preferían copias baratas de lo que usaba la burguesía vienesa.
Distinta recepción tendrían en EEUU, donde gran parte de la Bauhaus huyó tras el ascenso nazi. La escuela se disolvió en 1933 y miembros como Gropius, Van der Rohe y Moholy-Nagy se mudaron a Norteamérica. Este último fundó la "nueva escuela Bauhaus" en Chicago y, en Nueva York, la Bauhaus fue vista como la gran precursora del "estilo internacional" que dominó la inauguración del Museo de Arte Moderno. La fama de los Bauhaus opacó en un momento incluso a Frank Lloyd Wright, y Tom Wolfe no perdió oportunidad de ridiculizarlos en su libro ¿Quién teme a la Bauhaus feroz?: "¿Existe otro lugar en el mundo donde tanta gente rica y poderosa haya costeado y soportado tanta arquitectura que tanto detesta como el que abarcan nuestras benditas fronteras?".
El ataque de Wolfe, de 1981, llegó muy tarde. El estilo sencillo y funcional del Bauhaus había transformado el paisaje urbano de América, impulsado la publicidad y el diseño industrial, e inspirado la pedagogía en escuelas de todo el mundo. Hoy, con una Bauhaus refundada en Dessau, Alemania, el estilo se mantiene, pero el espíritu, sentencia su nuevo director, Philipp Oswalt, ya no puede ser el mismo: "Hoy hemos perdido esa esperanza ingenua y aprendimos que las utopías no son suficientes".
LOS RASTROS DE LA ESCUELA EN CHILE
Construcciones como el ex correo de Valparaíso (hoy sede del Consejo de la Cultura y las Artes), el edificio El Barco ubicado frente al cerro Santa Lucía y el Oberpaur, en la esquina de las calles Huérfanos con Estado, son rastros de la influencia de la visita del artista bauhaus Josef Albers al país.
Invitado por el arquitecto Sergio Larraín García-Moreno, el pintor influyó sobre todo en la escuela de la U. Católica y caló hondo en la forma de ver y enseñar la arquitectura y el diseño. "En Chile hay una influencia muy fuerte del Bauhaus, porque el chileno se identifica mucho con este lenguaje no ostentoso, parco, de la modernidad", explica el arquitecto y docente de la UDP Oscar Ríos. "Desde entonces, todas las universidades enseñan a partir del modelo de la Bauhaus, con algunas modificaciones".
Según Ríos, el rastro de la escuela alemana se puede ver incluso en modelos como la silla Valdés que, aunque no son estrictamente apegadas a las leyes Bauhaus, "mantienen su espíritu, que es una manera de sentir la modernidad a través de la simpleza, la transparencia y la elegancia".
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