Histórico

Chachy, Chaitén, Chile

Cuando explotó el volcán Chaitén se empezó a apagar la Chachy, como si toda la energía de la tierra no alcanzara para las dos.<BR>

LEONTINA Soto, la Chachy, chaitenina. Hija de colonos de Palena, mujer de un funcionario de obras públicas y luego sola, pero siempre madre de tres de los primeros profesionales que produjo esa ciudad: mi madre Trini, la constructora y urbanista; mi tía Cristina, la parvularia y pintora, y mi tío Marcelo, el maestro y futbolista. Desde Chaitén, tres profesionales, dos mujeres, años 60, piensen en eso. Campesina, vecina, ciudadana, amiga, abuela, Chachy representa demasiadas cosas firmes, demasiadas cosas buenas.

Cuando yo era universitario, solía ir en los veranos a Chaitén, donde la Chachy y el Marcelo. Pocas veces he sido tan feliz como en Palena, donde uno forma parte de las ferocidades y ternuras de la naturaleza. Pocas veces he sido tan feliz como acompañando a Chachy a revisar las vacas, cerro arriba, apenas pudiendo mantenerle el paso a la señora, o siguiéndola en sus correrías solidarias, repartiendo mantequilla entre  amigas y hermanas.

Cuando explotó el volcán Chaitén se empezó a apagar la Chachy, como si toda la energía de la tierra no alcanzara para las dos. Y luego, seguramente abrumada por la escala bíblica del desastre, a muchos nos pareció que ella se extinguía con el pueblo.

En los tiempos en que no existían internet y los celulares, en los tiempos del exilio, en los tiempos en que mis padres y yo vivíamos en un barrio obrero inglés en que no había teléfonos, sólo uno, público, rojo y cuadrado, en la calle.

En esos tiempos en que el mundo era más grande y las distancias eran abismos, cuando mi madre le escribía a la suya desde Inglaterra, escribía en el sobre sólo tres palabras: "Chachy, Chaitén, Chile", y la carta llegaba, desde el exilio.

La Chachy era parte de la geografía de Palena, como los ventisqueros que cuelgan sobre el Yelcho y los humedades del Valle Escondido de Puerto Cárdenas. La Chachi era parte de las rocas de ese lugar, como su casa, la única hecha de piedra en Chaitén, que aún está allí, desafiante, afirmando que permanecerá, a pesar de todo.

Esa casa de piedra que representa lo que es Chaitén y, si me lo permiten, lo que es Chile: un margen en un continente, una ladera en una montaña, una excepción constantemente desafiada por los elementos, pequeña, distante, imposible y, sin embargo, serenamente afirmando que existirá, sin importar lo que digan las leyes de la realidad, por fuerza de voluntad perdurará.
Hace poco, nos enteramos de que volvió la electricidad a Chaitén como símbolo de su lento renacer. Volvió la luz para comenzar la derrota de la tontería ilustrada; esa de que iban a mover el pueblo al mallín de Santa Bárbara. Volvió la luz para confinar esos planes a algún seminario académico en Harvard y dejar Palena a los que lo han respirado toda su vida. Volvió la luz a Chaitén, a pesar de la empingorotada opinión de los que no entienden su economía, no comprenden su cultura, no conocen su alma. La reconstruyen nuevos colonos, herederos por mano propia. Ellos, de un linaje ancestral.

Volvieron las luces a Chaitén y, aquí en Santiago, las de Chachy parecieron apagarse. Yo no creo que se apagaron, sólo creo que ella está volviendo para allá.

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