Histórico

Confesiones

Hace unos días escribí sobre el rugby, a propósito de la Copa del Mundo que se disputa en Inglaterra. En esa columna confesaba mi ignorancia supina acerca del deporte de la ovalada. Y aunque mis conocimientos rugbísticos no se han acrecentado desde entonces a la fecha, me voy a arriesgar a escribir nuevamente de rugby. ¿El motivo? Ayer, casi al alba, me desperté para ver el partido entre Los Pumas -para los que pudieran a esta altura de la vida no saber quiénes son, hago la aclaración de Perogrullo: la selección Argentina- e Irlanda.

El partido era válido por los cuartos de final y definía uno de los cuatro equipos que llegaría a semifinales, donde ya se habían inscrito los equipos de Nueva Zelanda -el actual campeón- y Sudáfrica, además de Australia -que selló su pasó también el día de ayer, al derrotar después de manera estrecha a Escocia-.

Los argentinos y el rugby tienen una relación muy particular. Ignoro cuánta gente asiste a los torneos locales, pero cuando Los Pumas juegan fuera de casa medio país está pendiente de lo que pasa con ellos a través del televisor. Soy un convencido de que los argentinos son un poco masoquistas, han hecho suyo el sufrimiento y también la resiliencia -esa capacidad para sobreponerse a las adversidades-. Qué mejor prueba de eso que el tango que, mayoritariamente, narra tragedias, desengaños amorosos, traiciones. Han hecho de la glorificación del sufrimiento una forma de redimirse. En eso consiste su mayor épica.

Y algo de eso también encarnan Los Pumas. No hay en el continente ninguna otra selección que haya accedido a la élite del rugby mundial. Saben que en el papel van a contramano ante selecciones como la de los All Blacks (Nueva Zelanda), los Springboks (Sudáfrica), Inglaterra o Gales. Y sin embargo, con el correr de los años, se han instalado ahí, prácticamente en lo más alto. Digo prácticamente porque son otros los nombres que se repiten en el podio de las Copas del Mundo, porque ellos, Los Pumas, sólo una vez han entrado entre los cuatro primeros, cuando fueron terceros en el Mundial de Francia (2007).

Bueno, dos veces habría que decir, porque ayer luego de derrotar a los bicampeones de Europa de manera clara, justa, emotiva, volvieron a entrar entre los cuatro mejores equipos del mundo. Mientras Australia clasificaba ganando por un solo punto y Sudáfrica se imponía por cuatro, los argentinos le sacaban una ventaja de 23 puntos a los irlandeses.

Desde la vereda de la ignorancia digo, qué lindo que juegan al rugby los argentinos, qué pasión rezuman, con qué coraje disputan cada pelota, cómo se emocionan cuando cantan el himno nacional.

Confieso que celebré el último try de Juan Imhoff. Confieso que choqué con ellos en cada cruce que tuvieron con los irlandeses. Confieso que ayer me hubiera gustado ser argentino.

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